
Cuando en 2014 se reurbanizó el Postigo de los Abades, la estatua del cardenal Ángel Herrera Oria se convirtió en una presencia incómoda. Despojada del ... cortejo floral que la arropaba, la escultura elaborada por Palma Burgos en 1969 se alzaba ahora en medio del vacío: adiós, adelfas; adiós, setos; adiós, yucas. La efigie del que fue obispo de Málaga antes que cardenal se asemejaba al último alfil de una partida de ajedrez que se hubiese jugado junto al ábside de la catedral. Tan sólo un gran árbol atenuaba la desolación, un palo borracho bajo cuyo dosel encontraba cobijo don Ángel, desplazado una veintena de metros en dirección sur.
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Pero el árbol es más que un mero comparsa del clérigo. Al llegar noviembre, su copa experimenta una prodigiosa mutación que la cubre de flores rosadas, concitando la atención de los paseantes y sumiendo momentáneamente a don Ángel en la irrelevancia.
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