El padre Cacho, durante la entrevista a SUR, en la casa parroquial de Santa María Goretti marcos álvarez | Vídeo Pedro J. Quero

Padre Cacho: «Más que díscolo, para ser misionero hay que ser un loco»

Luchó en los 70 contra la marginalidad en la Cruz Verde y hoy, a sus 72 años, sigue a pie de barro. Ahora se los mancha en uno de los barrios más deprimidos de Caracas

Domingo, 19 de septiembre 2021, 00:56

El padre José Luis Cacho (Ágreda, Soria, 1949) sabe bien de lo que habla el Papa Francisco cuando pide «curas con olor a oveja». Y no porque venga de una familia de pastores castellanos, sino porque su trinchera ha estado siempre del lado de «los ... jodidos». Ya sean los de la Cruz Verde, donde luchó desde finales de los 70 contra la marginación y la droga; que los de México o Venezuela, su misión desde hace una década. Allí pisa barro y chabola en su parroquia de San Agustín del Sur (Caracas), donde falta el pan pero también la esperanza. No la voz del padre Cacho, acostumbrado a ser una persona incómoda para unos pocos pero querido para la mayoría. Por eso quizás se le recuerda en Málaga, el hogar que no pisaba desde hace dos años y al que ha vuelto para recuperarse de la huella de miseria que parece haberse instalado en su cuerpo de 72 años, antes robusto. Eso sí, el espíritu ha crecido en el sentido contrario. «Vengo con todos los niveles mal, pero me voy en cuanto me dejen los doctores», bromea mientras se cubre con su hábito de la orden pasionista para la entrevista y celebra que, en apenas una semana, ya ha cogido «dos o tres kilos». El olor al puchero que se prepara en la casa parroquial de Santa María Goretti le da la razón, pero ahora toca su tabaco de liar y su historia.

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–¿Cómo se encuentra?

–Aquí estoy estupendo, 'chévere'.

–Veo que ya ha adquirido las expresiones de allá...

–Bueno, el misionero tiene que ser como un camaleón. En México tomé el tono mexicano, en Venezuela lo estoy agarrando poco a poquito y en Málaga iba a decir una grosería, pero no puedo (risas). Diré que estoy demasiado bien.

–En Málaga aún se le recuerda por su huella en la Cruz Verde, ¿qué queda de aquello?

–Intenté dejar la semilla del amor de Dios, porque como misioneros pasionistas nos toca acompañar a la gente que sufre la Pasión del Señor. En aquellos tiempos, en la Cruz Verde había muchos gitanos, muchos marginados... y sembrando el amor de Dios conseguimos que la gente se sintiera una familia.

–¿Cómo fue el paso a misiones tan complicadas como las de México y, sobre todo, Venezuela?

–En México fui misionero y me tocó fundar un seminario pasionista, y cuando me cambiaron para Venezuela yo no quería ir porque me decían que allí hace demasiado calor y a mí el calor me 'arrecha'; perdón, me molesta. Pero bueno, boté todo, llevé mis libros de rezos y un par de cosas más y empecé una nueva aventura. Y doy muchas gracias a Dios porque a través de mi vida siempre me ha tocado estar con los sacramentos del Señor, que son los marginados, los pobres y los jodidos.

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–¿Esperaba que la cosa iba a estar tan jodida en Venezuela?

–Nooo... cuando llegué todavía se podía tomar vino, comer pescaíto... Ahorita, no. Llevaba dos años que no tomaba vino: allá lo que comemos es pasta, más pasta; arroz y arroz. Y de repente algo que te brinda la gente. Por ejemplo hay tres familias que en la semana me traen comida, y cuando no hay agarro de lo de Cáritas, porque yo también soy un necesitado (risas).

–Allí se le murió una niña en brazos por no tener un ventolín. ¿Cuántas veces se ha preguntado dónde está Dios?

–Me lo pregunto, pero lo sé. Está ahí, sufriendo con el que sufre; acompañando al que está solo... La misión de los misioneros pasionistas es esa: acompañar al Señor, que sigue sufriendo hoy en los que sufren; pero sí es cierto que, de repente, uno dice: «Coño, ¿hasta cuándo?». Y ahí tiene que echar uno mano de la fe.

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–¿Cómo ha cambiado en estos años su escala de valores?

–Más que cambiar, creo que se han purificado. Recuerdo cuando estaba en Málaga, en el colegio de Las Esclavas, que les predicaba mucho la Pasión del Señor, y un día me puse bravo. Cantaban esa canción de 'Cristo, Cristo Jesús, identifícate con el pueblo, con la clase oprimida...', y yo me decía, «coño, si sus padres son los opresores, ¿cómo cantan esa canción? ¡Están cantando contra sus papás!». Aquí (en Málaga) era un poco teoría; ahorita en Venezuela, y en México, me tocó comprobar.

–Explíqueme eso de que aquí somos opresores

–Bueno, es que en aquel tiempo yo era muy rebelde. El cura hippie, el cura gitano... No, no creo que seamos opresores; pero uno, recién salido de la Teología, hablaba barbaridades. Ahora el opresor es todo gobierno dictatorial, todo gobierno que impone la ideología por encima del pueblo: sea de línea derecha, izquierda... la que sea. Pienso, por lo poco que sé, que es lo que está sucediendo en España. Hay que imponer la ideología, y eso en Venezuela está llevado hasta el extremo.

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–¿La situación es tan desesperada como nos llega a España?

–A España creo que no llega ahorita, no sé si por influencia de alguien o porque la prensa tiene que tener temas de actualidad. Ahora se habla la guerra de Afganistán; y en Venezuela la situación está jodida, jodida, jodida. Por darte un dato: cada mes, atendemos a 7.000 personas en la Cáritas de nuestra parroquia, sobre todo con medicinas. Hoy las aspirinas allá te cuestan el salario de dos meses. Y gracias a Cáritas Málaga o a la parroquia de María Goretti nos van enviando medicinas. ¿Qué sucede con el pueblo? Pues como es un sistema dictatorial-represor-opresor-marxista-comunista, lo que intentan imponer es la ideología.

–Y de eso no se come

–No. De la ideología se sufre.

–¿Se siente perseguido por ese afán de denuncia permanente?

–Allí la denuncia debe ser muy sutil. Por ejemplo, cuando murió (Hugo) Chávez me pidieron una misa por él en un lugar... digo «ok, si gustan, en la parroquia». Y no querían. Les dije que el lugar de misa es la parroquia. A la Iglesia sí nos tienen perseguidos, nos tienen en la mira. Por ejemplo, ahorita hubo una situación dramática de deslaves (deslizamientos de tierra), los obispos mandaron ayuda humanitaria y la guardia quería impedir que pasara para aprovecharse ellos. Maduro habló de «demonios metidos en una sotana. ¿Cuándo han visto ustedes a esos curas, no como mis guardias, manchados de barro y sin comer todo el día para servir al pueblo?», decía. Al día siguiente, la Conferencia Episcopal montó un montón de fotos de curas embarrados con la gente...

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–¿Tiene miedo?

–No. Tengo tres amenazas de muerte pero no son del gobierno, son de santeros; porque les digo que eso es brujería. Yo los respeto, tengo amigos santeros, pero, coño, no pueden bautizar a su hijo si mañana le van a montar el santo. Miedo no, pero el ombligo encogido sí de vez en cuando: cuando escuchas una bala que pasa cerca, o cuando te dicen que por ahí andan... Tengo asumido que mi vida es para entregarla. No me importa si es con 72, 78 o los años que Dios me quiera dar. Como dice el Evangelio, el que quiera salvar su vida, la perderá; el que se 'enconche' en su egoísmo, que es lo que pasa con mucha gente, se hace depresivo. Están con el mí, con la imagen, con el ¿cómo se llama eso? ¡con el Tik Tok!, con los selfies, como si eso fuera lo importante.

–Desde allí verán nuestros problemas muy pequeños...

–No quisiera molestar a nadie, pero los veo a veces ridículos, porque cuando uno compara una vida en constante riesgo a una sociedad de medio bienestar... Recuerdo que aquí cualquier problema lo hacíamos grande. Cuando yo estaba en el Teléfono de la Esperanza venían casos que uno analiza ahora y dice '¡cónchale!'. Que sí eran problemas, porque es tu situación y tu ambiente, pero si ponemos en la otra balanza a la gente que está viendo cómo sobrevivir, que come de la basura comida podrida con avispas, niños desnutridos...

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«Doy gracias a Dios porque siempre me ha tocado estar con los jodidos»

«Sí es cierto que cuando ves tanto sufrimiento te preguntas: 'Coño, ¿hasta cuándo'?»

«Voy a confesar a parroquias de cierto nivel en Caracas y las beatas me dicen que odian al Papa porque es comunista»

«Me gusta lo que dijo Abascal sobre que Vox es un partido contra todo tipo de violencia»

–¿Alguna vez le han llamado la atención desde las altas esferas de la Iglesia por decir lo que piensa?

–Acá recuerdo que un día le llegó al obispo, a don Ramón Buxarrais, una foto mía vestido con camisa de cuadros haciendo una misa sentado en una barquilla de fruta con los gitanos. Me llamó preguntándome que eso qué era. Le dije: «Don Ramón, si usted consigue un cura que haga una misa con los gitanos vestido de pontifical o de lo que quiera, yo le pido perdón». Me miró a los ojos y me dijo: «Cacho, sigue». Luego, él se refirió a mí en un libro como «el cura que me dio problemas pero que me hizo entender al pueblo que sufre».

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–¿Para ser misionero hay que ser díscolo?

–Más que díscolo, un loco.

–¿Usted lo es?

–Me lo dicen, y es un honor. A Jesús también le decían que era un loco, que iba con prostitutas, que era un comilón, un borracho... El que se sale de los cánones que impone la sociedad es un loco, y yo soy un loco de la pasión del Señor que sufre con el pueblo jodido y que goza cuando recibe una solución, una medicina o un abrazo. Cada día, tengo a tres o a cuatro personas en mi parroquia que lo único que necesitan es un abrazo.

–Hablando de pueblos jodidos, ¿los refugiados son los nuevos perseguidos?

–Ahí tengo yo muchas teorías. Desgraciadamente, los perseguidos son los que no piensan como yo. Si tú eres de derecha y yo de izquierdas, estamos jodidos. Hoy todos estamos perseguidos por las ideologías. ¿Y qué dice el Papa? Que somos hermanos, que la casa común es el mundo y que hay que cuidar a los que la habitamos.

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–¿Le gusta el Papa Francisco?

–Sí, porque nos transmite el Evangelio para hoy, no el de los dogmas y las formulaciones teológicas que sólo entiende el que las escribió. Se me han dado casos de ir a confesar a parroquias de cierto nivel en Caracas y las mujeres 'beatas' –como decimos en Málaga– me dicen: «Es que el Papa es un comunista, padre. Yo odio al Papa». Y les pregunto, «señora, ¿por qué?». «Pues porque está siempre hablando de los pobres», me contestan. ¿Y Jesús con quién andaba?, ¿qué denunciaba? Pues el Papa nos transmite el Evangelio vivo, quizás por eso nos duele.

–¿El Papa es comunista?

–El Papa es evangélico. El gobierno venezolano muchas veces dice que el Papa es comunista, como un revolucionario, como Jesús. Pero Jesús era el revolucionario de la sociedad corrupta que había en ese mundo, el que vino a cambiar el 'ojo por ojo' por el 'entrega la vida por tu hermano'.

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–¿Cuál es la revolución pendiente en la Iglesia?

–Creo que se está dando bastante, al menos en Venezuela, y es estar con el pueblo. Es ser una Iglesia en salida. Toquen la carne de Cristo sufriente, no la analicen desde una oficina teológica. Y en España, ahí están las Cáritas. La Iglesia está dando esos pasos motivada por el Papa, pero también por la situación. En mi caso, doy gracias porque nunca me tocó estar en una parroquia buena y cómoda, de las de plata; me tocó estar siempre con los marginados.

La mujer en la Iglesia

–Ya que hablamos de revoluciones pendientes, ¿qué me dice del papel de la mujer en la Iglesia?

–Ufff (se lleva las manos a la cabeza, pensativo). Quizás estamos afectados por las ideologías de género. Dios nos hizo hombre y mujer; y obvio que algunos por su constitución biológica andan ahí, con el cromosoma X o Y, pero hoy parece que el ser mujer es lo importante. No quiero pronunciarme con partidos políticos, pero me gustó mucho lo que dijo un día (Santiago) Abascal de que Vox es un partido que está contra todo tipo de violencia: si un hombre agrede a una mujer es grave, y sin una mujer agrede a un hombre es grave, porque somos seres humanos. Entonces, para mí el papel de la mujer en la Iglesia ha sido fundamental: ¿Los catequistas qué son, hombres o mujeres? La mayoría mujeres. ¿Los que sirven en la Iglesia? La mayoría mujeres. ¿Los que hacen el servicio en Cáritas? La mayoría mujeres.

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–Me refiero a la jerarquía. ¿Cree que habría que abrir ese debate?

–No me preocupa. Cuando era joven sí lo discutía.

–¿Y qué decía?

–La teología dice que no es problema. En el grupo de Jesús parece que había mujeres, pero es que hemos dado al servicio de la Iglesia también la categoría humana. Yo, por ser sacerdote y consagrar el cuerpo de Cristo, no soy más que tú. ¿Tú tienes hijos?

–Sí.

–Pues cuando das un beso a su hijo, o cuando estás con tu esposo, hasta teniendo relaciones sexuales, tienes la misma categoría que yo cuando consagro el cuerpo de Cristo, porque estás adorando a Cristo en tu hogar. Pero pensamos que ser cura es una jerarquía; y no: es un servicio. Y cualquier servicio ante Dios es importante. A mí, aunque sea misionero, cuando me llame San Pedro no le voy a poder decir: fui misionero, trabajé en España, en México, en Venezuela... Me preguntará: «¿Tú qué hiciste con tu vida?». Y a ti igual: te van a exigir cuentas de lo que tú hiciste, y no si fuiste sacerdotisa o exorcista, si fuiste ama de casa o periodista.

–¿Cuando viene aquí a pedir ayuda para Venezuela se siente escuchado?

–Sí, mucho.

–¿Es Málaga solidaria?

–Demasiado.

–Eso es bueno, ¿no?

–Bueno, eso es Málaga. La muy noble, leal y hospitalaria ciudad de Málaga.

–Le iba a preguntar si piensa en la jubilación, pero creo que me va a decir que no

–(Risas). Mi jubilación la estoy viviendo ya. Jubilarse viene de jubileo, y ahorita me siento jubiloso y querido porque sé que cuando vuelvo a Venezuela no lo hago con las manos vacías.

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–¿Volverá a Málaga?

–Eso me dice mi médico, que no estoy para volver a Venezuela, pero Cacho está para dar su vida. Sé que aquí, humanamente, me lo pasaría bomba; pero como pasionista sería traicionar mi vocación. Me jubilaré cuando Dios me llame, y si mis superiores me lo piden, allí estaré hasta el final.

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