Orphelin, con su historia sobre la mesa. MIGUE FERNÁNDEZ

Orphelin, inmigrante llegado a Málaga: «En mis planes entraba todo, incluso la muerte»

Este joven guineano de 19 años, vuelve sobre los pasos de un viaje que comenzó hace un año y medio en su tierra natal y que aún no ha terminado

Martes, 26 de junio 2018, 00:36

En el nombre que elige para este reportaje no cabe ni una gota más de la tristeza y la miseria que le han acompañado desde que era un niño: «Pon que me llamo Orphelin (huérfano, en francés)». Lo dice tapándose el rostro, aferrado a un par de folios de papel de seda en los que ha escrito, en los últimos dos días, su historia repleta de renglones torcidos: «Mi padre murió cuando yo era un bebé y a los siete años me arrancaron de los brazos de mi madre para llevarme con un conocido de la familia a vivir a la capital. A ella la mataron después, durante las revueltas de mi país». Su tierra, Guinea Conakri, fue desde el principio de sus días un lugar hostil donde no conoció otra cosa que el desarraigo y el trabajo duro, porque ese «tío» –así lo llama, refiriéndose al vínculo familiar que lo unía a él– le hizo saber desde el principio que «yo no era igual que el resto de sus hijos, que sí estaban con sus madres». Su tío le facilitó el acceso a la escuela, pero el pequeño tenía que costearse todo el material escolar y sus necesidades, «así que me iba a las cinco de la mañana al mercado a vender bolsas de plástico para poder salir adelante. Iba al cole y volvía al mercado por la tarde», recuerda Orphelin, que dice tener 19 años pero cuya mirada acumula muchos –muchos– más.

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Aquella vida miserable no dio para más a finales de 2016, cuando el joven reunió el valor y el dinero suficientes para decirle a su tío que se iba y para emprender un camino que podía no tener retorno. «En mis planes entraba todo, hasta la muerte. Sabía que sacrificaba mi vida y que podía perderla», admite Orphelin, cuyo relato prosigue lento y minucioso, salpicado de todos los países y reveses que se han ido acumulando en su huída hasta que el domingo 17 de junio llegó a Málaga a bordo de un barco de Salvamento Marítimo porque su patera fue carne de un naufragio seguro.

Los catorce kilómetros y medio que separan la costa africana y española a través del Estrecho fueron el (pen)último tramo de un viaje que comenzó un año y medio antes y que aún no ha terminado para Orphelin: «Cuando decidí irme de mi país tomé la ruta de Mali, hasta Bamako, la capital», comienza. Allí trabajó en una panadería «tres o cuatro meses» y ahorró lo justo para cruzar a Argelia, en cuya frontera vivió en primera persona el horror del terrorismo de Boko Haram y el reto casi inalcanzable de cubrir medio desierto a pie y el otro medio en el vehículo de un conocido. Orphelin prefiere no hablar de mafias porque aún tiene el miedo metido en el cuerpo, pero sí desliza en el relato encierros durante semanas a cargo de extorsionadores –uno de ellos en Argelia– y engaños de algunos grupos que no cumplieron con lo pagado: aquello ocurrió en Libia, cuando les prometieron que aquella patera los dejaría en Italia pero no hizo más que bordear la costa del país africano para terminar casi en el mismo punto. «Eso me dejó muy débil, así que decidí volver a Argelia para recuperarme porque también caí enfermo», recuerda Orphelin, que se equivocó al pensar que quizás la llegada a Marruecos y el salto a España serían más fáciles. «La vida allí fue muy mala», dice sin querer entrar en detalles. La oportunidad llegó hace nueve días, cuando «un grupo de clandestinos nos juntamos para salir en una patera». El joven llegó a contar más de treinta personas en aquella embarcación con cero garantías. Las ocho o nueve horas de travesía por el Estrecho pesan en su ánimo casi tanto como el año y medio anterior: «Entraba agua por todas partes, teníamos frío, algunos lloraban; las olas (...)», susurra Orphelin, que esboza una leve sonrisa cuando levanta los brazos y los agita para explicar que la salvación llegó en forma de helicóptero, que envió su posición a Salvamento Marítimo para el rescate.

Ya en tierra firme, y tras las 72 horas bajo custodia policial, el joven fue derivado el pasado jueves a uno de los recursos de acogida con los que cuenta Cruz Roja en la capital, donde comparte techo con otro grupo de compatriotas. Para él ya ha comenzado a correr el plazo de 15 días con los que cuenta para decidir cuál será la próxima parada de su viaje. Barcelona, San Sebastián, Gerona, Bilbao o Almería son las ciudades que escogen la mayoría de migrantes en su situación, pero él aún no ha tomado una decisión porque no tiene a ningún conocido ni en España ni en Europa. «Estoy solo», dice. «Quizás Madrid. Me gustaría jugar al fútbol...», añade después de mucho pensar en esta nueva vida que se abre ante él y que por primera vez llama así, «vida». Y con ella los sueños como «conocer a Ronaldo». «He vivido en la miseria desde que nací, pero he sacrificado mi vida y la he ganado».

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