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Es sin duda uno de los barrios con más encanto y tradición de la ciudad, y por las características de su origen y desarrollo podría decirse que El Perchel o Los Percheles es, además, un ejemplo único y casi irrepetible. También por el carácter de sus vecinos, percheleros orgullosos que hasta nuestros días han mantenido ese arraigado sentimiento de pertenencia al lugar en el que nacieron. Ahora bien, ¿cuál es el verdadero origen de este barrio cuyos ecos llegaron al mismísimo Miguel de Cervantes, que hace referencia a él en 'El Quijote' (en su capítulo tercero)?, ¿de dónde viene su nombre?, y sobre todo, ¿cuáles son esas características que convirtieron al Perchel y a sus gentes en una referencia única a lo largo de los siglos?
Por empezar con los detalles más curiosos, el nombre del barrio surgió de manera espontánea, casi por aclamación popular, porque aquella zona fue conocida dentro y fuera de sus fronteras por toda la actividad relacionada el secado de pescado: las piezas se colgaban en palos o en perchas, una imagen común y característica en los negocios de aquel asentamiento y que terminó por bautizarlo como 'El Perchel' o 'Los Percheles'. La industria de salazones marcó también el carácter del barrio como espacio extramuros -o fuera de la ciudad-, ya que los malos olores que emanaban de esa actividad lo colocó al margen de la otra urbe para que el resto de los vecinos no sufrieran sus desagradables efectos. Los libros de Historia le otorgan también el privilegio de ser el primer asentamiento relativamente urbano e industrial de la periferia, y aunque fue con la dominación hispanoárabe cuando El Perchel alcanzó apreciables cotas en su desarrollo, su origen es anterior, convirtiéndose en el heredero de la industria de salazones que proliferó en la Málaga fenicia, en este caso en las lomas de la Alcazaba. De hecho, no son pocos los historiadores que defienden que los primeros pasos de esta zona hacia su condición de barrio llegaron con la presencia romana en Málaga, e incluso los hallazgos arqueológicos en el barrio, documentados a lo largo del siglo XVII, avalan esta teoría que vincula a El Perchel con la Roma Imperial.
Así lo recoge en su libro sobre la historia de 'Los barrios de Málaga', editado por SUR, el periodista Julián Sesmero, quien avanza que fue con la presencia hispoanoárabe cuando el El Perchel quedó para siempre vinculado a su industria de secado de pescado. Ahora bien, siempre a las afueras de la ciudad, porque los árabes «no querían esas pestilencias tan cerca», de modo que este asentamiento quedó relegado durante ocho siglos al otro lado del río Guadalmedina, en las afueras de las murallas que protegían a la 'otra' Málaga. El único canal de comunicación directa con el barrio estaba en la llamada Puerta de la Espartería.
En este escenario, no es extraño que los vecinos de Los Percheles desarrollaran un fuerte sentimiento de arraigo y de pertenencia frente a los malagueños que estaban al otro lado de las murallas. Además, eran los que vivían más cerca del mar (y también de él), de ahí las costumbres y tradiciones que los hacían únicos y diferentes frente al resto de los malagueños. A ellos se atribuía un carácter díscolo y libertario, centrado en vivir al día y en el disfrute salvo cuando «apretaba la necesidad», en palabras de Sesmero, quien avanza también en su estudio el nacimiento de una figura netamente perchelera: era «el chulo de barrio, el 'amo' de la calle o el 'guapo', sin cuyo consentimiento difícilmente se podía realizar ninguna actividad». Un fresco urbano y popular vinculado a la picaresca que desde antiguo arraigó fuertemente en sus vecinos, orgullosos de distinguirse de aquellos otros que con el tiempo fueron poblando la ciudad a medida que nacían otros barrios, como Capuchinos, la Victoria, la Trinidad o Huelin (ver reportaje aquí). Baste un detalle para ilustrar ese sentimiento de pertenencia: cuando los ministros de Carlos III ordenaron el derribo de las murallas árabes de la zona sur, justo en el trazado por donde discurriría la Alameda Principal , malagueños y percheleros se veían, unos a otros, como auténticos extraños; y los últimos tardaron en vencer los recelos contra la ciudad que les marginó durante años a la vez que se reforzaba su conciencia de barrio diferente. Tuvo que llegar el siglo XIX para que comenzara la estrategia del acercamiento: las reivindicaciones obreras ya habían comenzado a calar profundamente entre las clases populares y la nueva burguesía de la ciudad decidió acercarse al Perchel bajo el pretexto del disfrute de sus fiestas y costumbres populares, aunque también para 'controlar' en cierta manera esos movimientos obreros que surgieron en los corralones del barrio.
Más allá del carácter de sus gentes, existe otro detalle singular que aporta al Perchel una característica única, ya que fue el único barrio de la ciudad que no nació a partir de la construcción de una iglesia o un convento. Ése fue el caso, por ejemplo, de Capuchinos, la Trinidad o La Victoria, que incluso llegaron a tomar sus nombres de las edificaciones religiosas que constituyeron el germen de su desarrollo. Al Perchel llegaron también los conventos y las iglesias, pero sobre un barrio ya construido: así ocurrió con el convento de San Andrés (primero ermita), que sirvió de prisión al general Torrijos y sus hombres antes de ser fusilados en las playas de El Bulto en 1831, o con la iglesia y convento de El Carmen. Como curiosidad, y según constatan las crónicas de la época, el antiguo convento de Aurora María nació como perchelero, pero la apertura de calle Mármoles y la construcción del puente de la Aurora lo dejaron unido al barrio de la Trinidad.
Con respecto a la organización y la administración cotidiana del Perchel, los planos de la ciudad de finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII concedían al barrio cuatro de los 26 grandes 'cuarteles' (o distritos) en los que se distribuía la Málaga de la época. Los suyos eran los correspondientes a los números 21, 22, 23 y 24: cada uno de ellos contaba con un comisario y con un alcalde de barrio, que servían de enlace entre los vecinos y la gobernación y el Ayuntamiento. El comisario podía vivir (o no) del barrio, pero el alcalde tenía que cumplir con la condición de vecino.
Y si hablamos de vecinos, la referencia a sus 'ilustres' es más que obligatoria, porque el Perchel fue cuna de un buen número de personalidades que imprimieron su carácter más allá de las fronteras locales. Por citar sólo algunos, quizás uno de los más importantes fue Lorenzo Armengual de la Mota , que da nombre a la archiconocida arteria cercana pero cuya historia está lejos de ser tan popular: nacido en el barrio en el seno de una humilde familia de pescadores, llegó a ser obispo e incluso una referencia imprescindible en la corte de Felipe V. Las calles de El Perchel también vieron nacer a una de las bailarinas más importantes del siglo XIX, Pepita Durán , al gran pintor de cámara José Moreno Carbonero, al escultor gitano Juan Vargas o a la Repompa, bailaora muy querida y aclamada en los escenarios de la ciudad. Con todos ellos, y con las singularidades de un barrio sin el que hoy no se entiende el latido cotidiano de la ciudad -de toda la ciudad-, se ha escrito una historia que, al fin, confirma la certeza de que las murallas están para derribarse.
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