De epicentro de las labores de los marengos a su transformación en asentamiento urbano y moderno con grandes edificios, su playa y su entorno han sido una referencia para todas las clases sociales en el último siglo y medio
Hablar de La Malagueta es hablar de una de las zonas donde con más claridad se percibieron los profundos cambios urbanísticos de la ciudad en el siglo XX. Convertida hoy en espejo de la construcción en vertical que a partir de los años 60 ... cambiaron para siempre la estética de esta parte del litoral, hubo un tiempo no tan lejano en que este espacio de la capital era conocido por el trabajo de los marengos y pescadores, por sus negocios azucareros y bodegueros y, en fin, por una playa urbana que durante años fue un punto de encuentro indispensable de todas las clases sociales.
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Probablemente muchos de los que vivieron en primera persona aquel cambio, pero sobre todo la estética de lo que fue antes, recordarán el plan de «ir a echar el día a La Malagueta» o «ir de excursión a La Malagueta», porque a pesar de que su playa estaba relativamente cerca del centro y de los barrios de la periferia, aquel lugar quedaba fuera de los itinerarios cotidianos de los malagueños.
Aun así, eran muchos los vecinos que alcanzaban su costa por los diferentes caminos que llevaban o bien a la playa de La Malagueta o bien a otra playita más reducida en el paseo de La Farola, delante del antiguo edificio del Salvamento de Náufragos. Desde la calle Barcenillas o Mundo Nuevo, desde el Parque, en paralelo a la verja del Puerto o bien en el ferrocarril que se cogía en la Acera de la Marina (meter enlace), todas aquellas vías terminaban en aquel escenario que conservaba el encanto de épocas pasadas y que hoy devuelve esa imagen con otro brillo que nada tiene que ver con el de finales del siglo XIX y principios del XX.
Para conocer bien los orígenes de La Malagueta hay que recordar, en primer lugar, que nunca fue considerado un barrio como tal, aunque hoy nos refiramos a esta zona con la denominación de 'barrio': carecía de una organización propia, ni de las estructuras y servicios que sin embargo sí se encontraban en otras zonas urbanas plenamente consolidadas. Así lo recoge en un libro sobre los barrios de Málaga y editado por SUR a finales de los años 90 el periodista Julián Sesmero, quien se adentra también en la búsqueda del origen del nombre de La Malagueta: «Resulta difícil establecerlo. Durante todo el siglo XVIII no existe ninguna pista sobre su nombre ni tampoco acerca de su toponimia. Por el contrario, si acudimos a la tradición popular, la explicación nos vendrá dada por las familias marengas que, a partir de los decenios finales del siglo XIX tomaron como propio tal territorio». En efecto, los primeros trazos de aquel asentamiento popular los dibujaron los trabajadores de la mar -en su rebalaje podía disfrutarse de la tradicional 'saca del copo'-, cuyas humildes viviendas salpicaban la franja que abarcaba desde el paseo de La Farola hasta la primera azucarera de Larios en el Campo de Reding (hoy el Hotel Miramar).
Pero si los marengos fueron los primeros pobladores de esta plácida franja de costa, dejando para el recuerdo la estampa de una vida cotidiana que se desarrollaba a pie de playa y en familia, poco a poco La Malagueta se fue convirtiendo en el crisol de todas las clases sociales. A eso contribuyeron la proliferación de merenderos míticos como el de Antonio Martín, que abrió sus puertas en 1886; pero también el traslado a La Malagueta, un año después, de los balnearios de Apolo y la Estrella, puntos de encuentro obligado de las familias más pudientes, sobre todo en los meses de verano.
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En realidad, Apolo y la Estrella tienen su origen en el entorno de Cortina del Muelle, en una playa que bañaba el frontal del Palacio de la Aduana y llamada 'Baños de Ciegos' por el escaso peligro que representaba el baño, pero cuando comenzó a gestarse el proyecto del Parque de Málaga como gran avenida que daría continuidad a la Alameda Principal y a la ampliación del Puerto se vieron obligados a trasladarse a La Malagueta. Además, las autoridades locales ya habían prohibido el baño en la franja litoral que abarcaba desde la desembocadura del Guadalmedina hasta el llamado Espigón de Sanidad (más o menos en lo que hoy es la entrada principal del Puerto) por una cuestión de salud pública, de ahí que muchos vecinos se 'mudaran' a La Malagueta para disfrutar de un día de playa.
Aquellos balnearios representaron un cambio importante para la zona -al menos hasta la apertura de Los Baños del Carmen -, pero también negocios como el de Antonio Martín, antes mencionado. El local abrió sus puertas como merendero y con el nombre de 'La Coral' o 'Merendero Coral', en honor a su esposa, María Coral, que se hizo cargo del negocio en sus primeros años. Antonio Martín, natural de Algarrobo, era un hombre humilde, trabajaba como licorero en las cercanas bodegas Príes, y los primeros vestigios de lo que con los años se convirtió en uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad se limitaban a un 'chambao' con un puñado de mesas. La muerte de María Coral llevó a Antonio a hacerse cargo del negocio y a ampliarlo, cambiando el nombre por el de 'A. Martín' primero y 'Antonio Martín' con el paso de los años.
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Poco a poco, el merendero se fue ampliando a medida que en su entorno iban quedando las vías muertas del tren que unía Málaga con Vélez, el inolvidable ferrocarril conocido como 'La cochinita' y que conectaba toda la franja este del litoral. Sesmero refiere incluso una anécdota con el merendero, y sobre todo con sus clientes, como protagonistas, ya que Antonio Martín aprovechó unas obras de desvío del tren hacia el puerto para prolongar su terraza a la zona de los raíles, ya inhabilitados: «Cuando muchos clientes no advertidos se hallaban sentados tranquilamente en sus veladores y veían avanzar el tren por la calle Vélez-Málaga salían despavoridos, sospechando que por equivocación de los camareros habían sido acomodados sobre vías activas».
Hasta los años 50, La Malagueta fue un barrio marengo, aunque el ecuador del siglo marcó un punto de inflexión en la fisonomía de la zona, que algunos ya consideraban un barrio. Muchos malagueños ya habían comenzado a instalarse en el entorno de la calle Maestranza, que rápidamente pasó a convertirse en el eje central de La Malagueta. La construcción de la escollera desde La Farola hasta el Morlaco supuso también el germen del posterior paseo marítimo junto al mar.
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Y con él, la construcción de todos los voluminosos edificios que hoy se alinean a lo largo de esta línea costera, y que representaron una auténtica revolución urbanística a partir de los años 60. La expulsión de las familias marengas que habían ocupado durante generaciones el rebalaje con sus chabolas y modestas construcciones no estuvo exenta de quejas ni de problemas: algunas de ellas tuvieron la oportunidad de acceder a una vivienda protegida, e incluso hay quien recuerda que cuando los marengos tuvieron que entregar las llaves de las que habían sido sus casas a los funcionarios municipales, algunos se las arrojaron a la cara entre lágrimas y maldiciones.
También los dueños de los palacetes, villas y fastuosas residencias que discurrían por el segundo tramo del paseo marítimo vieron afectadas sus propiedades, ya que las autoridades recortaron jardines y retranquearon cercos -algunas mansiones incluso perdieron su entrada del lado del mar- para ensanchar la calzada y dar así fluidez al tráfico viario que ya había comenzado a ser considerable. La operación de ensanche de la calzada fue similar en el Paseo de La Farola. Y con los mismos efectos para los propietarios de las residencias de la zona.
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Sea como fuere, el salto de La Malagueta a una zona urbana, moderna y abundantemente poblada, con edificios que rondan de media entre las 10 y las 16 plantas, fue cuestión de un puñado de años. Y con este fenómeno, la proliferación de todo tipo de oferta de restauración, ocio y otros negocios que han mantenido el pulso de este 'barrio en vertical' que sigue siendo una referencia en la ciudad. Con su encanto diferente.
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