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Objetivo: acabar con el centrismo
Carta del director ·
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Carta del director ·
La política está decidida a terminar con la moderación y trata de agudizar el frentismo, la división de la sociedad en bloques antagónicosLa polarización de la sociedad es un problema global, cuyo origen está aún por analizar pero que parece sustentarse en la irrupción de los populismos (de izquierdas y de derechas) y en el impacto de las redes sociales, las noticias falsas (fake news) y la superficialidad moral e intelectual. Todo ello está relacionado y sitúa a la sociedad mundial en un alambre sobre el abismo. Si nos referimos a España, la política y sus protagonistas están decididos a terminar con la moderación y a fomentar el frentismo y la división de la sociedad en bloques antagónicos. El objetivo no es otro que acabar con el centrismo y expulsar a un buen número de ciudadanos de este espacio político que durante 40 años ha decidido el resultado de las elecciones.
Podemos considerar el centrismo como aquella actitud política no sectaria ni partidista que intenta elegir lo mejor de cada opción política y en cada momento. Los centristas han sido los culpables de las grandes victorias electorales del PSOE y del PP. Y en su día de UCD. En España ha sido fácil hasta ahora ser centrista, bien desde la perspectiva del liberalismo social o desde la socialdemocracia liberal. Son las dos caras de una misma moneda llamada bipartidismo. La alternancia en el poder ha sido una herramienta eficaz en nuestra democracia que ha garantizado el buen gobierno de España, con sus luces y sus sombras. Ha habido a lo largo de estos años muy pocas diferencias entre PSOE y PP. Quizás se han c oncentrado en una mayor carga social de los ejecutivos socialistas (divorcio, aborto, matrimonio homosexual, etc,) y una mayor eficacia en la gestión económica de los gobiernos populares. Por eso ha sido tan importante la alternancia en una suerte de equilibrio temporal que ha hecho de España un país modélico en muchas cosas: libertades, derechos, creatividad, emprendimiento, generación de empresas globales, exito deportivo, etc.
Pero este sistema, que actúa como una mano invisible, está actualmente sometido a enormes presiones. Da la impresión que los partidos políticos, especialmente los populistas (diría que todos son hoy populistas con mayor o menor intensidad), pretenden arrebatar a la sociedad ese poder, esa libertad y esa independencia. Y por ello favorecen por todos los medios la generación de bloques, la implantanción de un frentismo que sólo entienda la política como la disputa de unos contra otros. Hay una apuesta decidida, especialmente desde la izquierda populista, los nacionalismos extremos y la derecha radical por despertar el guerracivilismo, un sentimiento enterrado y superado por los abuelos y desenterrado por sus nietos. En un maravilloso librito del psiquiatra Viktor Frankl, titulado 'El hombre en busca de sentido', este preso del campo nazi de exterminio de Auschwitz explica por qué los supervivientes no solían hablar de su experiencia. Más o menos venía a decir que los que no conocieron la experiencia jamás podrían entenderla y los que la vivieron ya lo sabían todo. Entendí que tanto dolor y tantas situaciones extremas no se podía explicar. Y mucho menos entender su alcance inhumano. No es cuestión de olvidarlo, sino de convivir con ello.
En el 40 aniversario de la Constitución, el Gobierno editó un video de Germán Visús (102 años) y José Mir (98), excombatientes en bandos contrarios en la Batalla del Ebro. El video acaba con José echando el brazo sobre el hombro de Germán después de decir: «La paz es buena». Era un buen ejemplo de concordia.
Esos mismos días, el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decía: «Germán y José lucharon en bandos opuestos hace 80 años. Ellos pudieron votar la Constitución y hoy pueden conversar, dialogar y celebrar los #40AñosdeConstitución. Hoy honramos a nuestra Carta Magna y reivindicamos el valor y el espíritu del diálogo para conquistar el porvenir».
El video fue criticado por los líderes de Podemos, nietos simbólicos de figuras como Carrillo, la Pasionaria o Alberti que creyeron en la concordia y la reconciliación y, junto a otros muchos, la hicieron posible.
Hoy, ese espíritu del que hablaba Pedro Sánchez, y también Germán y José, parece olvidado por él mismo y por el resto de partidos en un mercadillo político nauseabundo de intereses y luchas de poder, en el que hay muchos que mecen la cuna de la ruptura de nuestro sistema de convivencia. Cada vez son más los ciudadanos cansados de este tipo de políticos y de aquellos medios que contribuyen a la confrontación permanente.
Quizá hay que empezar a tomar conciencia de la necesidad de mantener nuestra independencia y libertad individual frente a la ideaología de los partidos que tratan de anular nuestro poder cívico como electores y convertirnos en rebaños. Quizá debemos tomar conciencia de la necesidad de elegir, de votar según nuestras convicciones sin que nadie nos marque el paso.
Cuando Pablo Iglesias le dice a la derecha en sede parlamentaria quenunca volverá a sentarse en el Consejo de Ministros de España, evidencia su desprecio por las elementales reglas democráticas (en el Consejo de Ministros se sentarán quienes decidan los ciudadanos) y demuestra su convencimiento de que en una España de bloques, sin un centro moderado, la victoria siempre será de la izquierda. Y podría tener razón.
De todo ello se deriva esta política de trincheras: o conmigo o contra mí, a la que muchos quieren arrastrar a los ciudadanos, a los agentes sociales y a los propios medios. «El partido es mi marca. Y yo siempre defenderé mi marca», me decía un alto cargo político esta pasada semana. Y con ello está todo dicho.
Es una demostración más de que la política es hoy, efectivamente, un mercado de marcas en el que algunos se confunden al creer que nosotros, los ciudadanos, podemos ser sus productos.
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