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En la cocina de La Noria, que llevaba meses cerrada, vuelve a haber movimiento. «He hecho lentejas», anuncia Angelita, al mando en los fogones junto con Pepe: «A los niños se las puedo pasar si prefieren puré». También ha preparado una fuente de ensaladilla rusa. La muestra con sentido del humor: «Espero que no les moleste el nombre. La podemos llamar ensaladilla ucraniana». Y suelta una carcajada más liberadora que culpable, capaz de distender el ambiente en este centro de innovación social perteneciente a la Diputación, convertido estos días en un improvisado albergue por el que han pasado una veintena de refugiados desde que Rusia invadiera Ucrania hace casi tres semanas.
En la mesa hay sándwiches y fruta para picar entre horas. Nataliia y Oksana, hermanas, cogen una pera y una manzana con timidez, como si contrajesen una deuda que no termina de convencerlas. Llegaron a Málaga procedentes de Leópolis, cerca de la frontera con Polonia, acompañadas de sus cuatro hijos, tres de ellos menores de edad. Contactaron con el Consulado, saturado de llamadas y solicitudes, y acabaron derivadas en La Noria, que había ofrecido sus instalaciones, situadas junto al Materno y coronadas por un oasis de zonas verdes que rodean el edificio principal, con salones y una zona de dormitorios ahora acondicionados para las víctimas de esta crisis humanitaria.
–¿Cuándo decidisteis que no podíais seguir en Ucrania?
–El 24 de febrero, en cuanto comenzó la invasión. Sabíamos que las bombas llegarían a Lviv (Leópolis) antes o después. No sabíamos qué hacer, pero no podíamos estar allí con los niños.
–¿Por qué elegisteis Málaga?
–Por casualidad. Nos montamos en un autobús que a la ida traía refugiados y a la vuelta llevaba comida y medicamentos. Llamamos al Consulado y nos ofrecieron quedarnos en La Noria. Nos han tratado muy bien.
–¿Cómo se le explica la guerra a los niños?
–Intentamos distraerles, decirles que el viaje era una aventura. Aquí les dieron algunos juguetes de los que no se han separado.
–¿Llegasteis a estar en peligro?
–Toda Ucrania está en peligro.
El día que Nataliia y Oksana escapaban del horror, Ruslana, Victoria, Yaroslav y Vitaliy se despertaron en Málaga. Habían venido a participar, como trabajadores sociales, en un proyecto de Erasmus sobre la inclusión de personas con diversidad funcional organizado por la Asociación Almenaras. Tenían previsto regresar a Kiev el 3 de marzo. Aún siguen aquí. Una sonrisa nerviosa delata su preocupación, el abismo que la incertidumbre ha abierto en sus vidas. «¿Que cuándo nos iremos? Estamos deseando volver, pero ahora mismo no es seguro». Ahora colaboran en el Centro de Voluntariado de Cruz Roja. «Pero tendremos que buscar alguna ocupación», confiesan conscientes de que el conflicto puede prolongarse durante semanas e incluso meses, pese al inicio de las negociaciones para un posible armisticio.
Ruslana domina el español y ejerce como traductora oficiosa entre los refugiados y los trabajadores de La Noria, que han cambiado los congresos, las iniciativas de emprendimiento rural y su actividad habitual para convertirse en anfitriones de las víctimas de esta crisis humanitaria. Resurrección Hernández, directora de este centro provincial, ha hecho de «madre» durante esta primera sacudida de la invasión rusa. «Están conmocionados», resume: «Han visto de cerca la muerte. Muchos todavía tienen familia allí y temen lo peor». Ahora tratan de digerir el trauma y normalizar la situación para no asustar a los más pequeños. Intentan quitar hierro al asunto, jugar con ellos, pero no pueden evitar estar pegadas al móvil, siguiendo las noticias. Son todos muy educados y respetuosos, piden por favor cualquier cosa. Hasta la comida».
El novio de Ruslana continúa en Kiev, alojado en un hotel cerrado a modo de búnker: «El otro día bombardearon una estación de tren cercana y temblaron hasta las ventanas». Sus padres viven en un pueblo «totalmente destrozado». Una conocida fue asesinada mientras llevaba ayuda a quienes se han quedado aislados: «Han destrozado los accesos y los puentes hasta bloquear ciudades enteras». La hermana de Victoria vive en Polonia, donde ha acogido a seis compatriotas en un piso pequeño: «Mis amigos están amenazados». Yaroslav, que sufre parálisis cerebral, asiste en silencio al testimonio de sus colegas, hasta que lanza una reflexión breve pero demoledora: «Mis padres y mis abuelos están en Ucrania. Me duele no poder abrazarles, todo lo que está pasando». Vitaliy, que hace de tercera muleta de Yaroslav, relata el bombardeo de su ciudad, donde había un centro militar: «En el cielo vuelan los misiles. Luego los rusos tratan de imponer su gobierno y su bandera en los pueblos que van ocupando».
–¿Creéis que acabará pronto?
–Lo que tardemos en ganar...
–(Silencio y cara de sorpresa).
–Sí, sí. Los ucranianos no tenemos ninguna duda de que ganaremos la guerra. Somos un pueblo fuerte y capaz de resistirlo todo.
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Pilar Martínez | Malaga y Encarni Hinojosa
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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