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En el extenso mundo de los museos en Málaga, como todo en la vida, hay colecciones con estrella, para las que toda la promoción es poca; y otras que apenas suenan, aunque su valor cultural sea superior. Es lo que le ocurre al antiguo aeródromo ... del Rompedizo. El primer aeropuerto que tuvo la Costa del Sol está situado junto a la terminal donde actualmente aterrizan y despegan los jets privados, y se ha convertido, por obra de sus socios y voluntarios y gracias al patrocinio de Aena, en la principal colección sobre la historia de la aviación civil en España.
Y lo ha hecho porque a su extensa colección histórica acaba de sumar una pieza única, que sólo se puede ver aquí: un motor real de un Airbus A380 (el avión de pasajeros más grande del mundo) donado por su fabricante, Rolls-Royce, gracias a la mediación de uno de los ingenieros de la compañía británica, el malagueño Álvaro Rojas.
Pero el Museo Aeronáutico, por el que antes de la pandemia pasaban hasta 20.000 personas cada año, en su mayoría escolares y familias con niños, alberga otras muchas piezas que ayudan a comprender cómo ha evolucionado (y se ha democratizado) el viaje en avión. Empezando por varios modelos de aeronaves reales como los que llegaban a la Costa desde toda Europa en los albores del destino turístico.
La vieja terminal que acoge la exposición es en sí un viaje en el tiempo, que transporta al viajero hasta 1948, apenas una década después de terminar la Guerra Civil. Una casona con un mostrador, su puerta de embarque, un bar y una torre en miniatura desde la que, cuando fallaban las primitivas telecomunicaciones, se hacían señales luminosas al avión. «Dicen que en el Limonar un particular se hizo una casa igual que la terminal», comenta Joaquín de Carranza, el guía y cuidador de este espacio.
Entre las joyas que están en el patio exterior, en la antigua puerta de embarque, la que trajo a los primeros nórdicos a Torremolinos, el Convair 440 Metropolitan de la aerolínea Kar-Air (inicialmente conocida como Karhümaki Airways). La devoción que los finlandeses tienen a esta pieza es tal que todavía cada año pilotos y azafatas se reúnen para hacer una fiesta alrededor del avión, que era tecnología punta en los años 50 para viajar entre ciudades. «En Málaga fue muy importante porque estrenó el aeropuerto internacional y la pista de asfalto», explica Carranza.
El viaje desde Helsinki tardaba hasta tres días, con paradas intermedias para recoger a pasajeros en Suecia. «Era la 'crème de la crème', cuatro billetes costaban lo mismo que un 600, imaginen el poder adquisitivo de los señores que venían aquí».
La visita se produce, precisamente, con Álvaro Rojas como guía de excepción. Desde dentro se puede apreciar la estructura del aparato, que no dista mucho de los actuales: un esqueleto de costillas y un fuselaje fino, «que sólo está para mantener la forma aerodinámica». También está totalmente conservada la cabina, los controles y cables, parte de los asientos originales y la bodega con maletas de época. Justo al lado se expone un 'jet' privado, un Beechcraft de la compañía Spantax que traía de vacaciones, por ejemplo, a altos ejecutivos de la casa holandesa Philips.
La conservación de las piezas es excepcional: «Todo esto lo mantienen los voluntarios de la Asociación de Amigos del Museo, de los que algunos son expilotos, pero también hay antiguos conductores de autobuses, profesores... Es gente que le apasiona la aeronáutica y en su tiempo libre aportan lo que pueden». El colectivo tiene un centenar de miembros, de los que 30 son especialmente activos. Entre sus tareas, servir de guías, buscar y restaurar piezas para ampliar la colección, organizar las salas e incluso construir atracciones tales como simuladores reales de vuelo.
En la pequeña torre de control, que más parece una especie de palomar, el controlador trabajaba mediante radio, pero cuando esta fallaba, había alternativas tales como una pistola-linterna, para hacer señales de código morse y avisar del sentido en el que había que aterrizar... Y si eso tampoco funcionaba, había que echar mano a la pistola con bengalas de colores: con la roja no se puede, con la verde, sí.
La siguiente parada es el mítico McDonnell Douglas DC-9 de Iberia. Aquel avión se llamaba Pedro Alonso Niño, y el museo conserva todo el morro, con la cabina completa y el interior, tal y como estaba cuando volaba. «Están todos los botones, las palancas de potencia, la reversa y el panel de los magnetotérmicos». La exposición exterior se cierra con un DC-3, que se considera «el Land Rover del aire, sigue volando en algunos países de África con 60 años, porque aterriza en tierra, en hierba o donde sea».
En toda España, como espacios similares al que Aena gestiona en Málaga sólo están el Museo del Aire, en Madrid, que es militar; y una terminal histórica conservada en Lanzarote, que se usa para protocolo. Hay algunas colecciones privadas, «pero abierto al público como nosotros, no hay otro, y encima gratis», bromea Joaquín de Carranza. De hecho, aquí se reciben piezas de aeropuertos y de coleccionistas de todo el país.
Así es como la vista llega hasta la última parada, la sala que alberga el motor real de un Airbus A380 de Rolls-Royce, y que hace del museo malagueño el único lugar del mundo donde se puede visitar libremente una máquina de esta envergadura. La hazaña del joven ingeniero aeronáutico lo ha convertido en un «héroe» entre los aficionados malagueños.
«Es una pieza de otra categoría, propia de un museo de Londres o de París», asegura De Carranza, y recuerda el «fichaje» de Álvaro Rojas para la asociación, cuando todavía era un estudiante, para que hiciera de guía. «Ahora que ha conseguido una categoría profesional, se ha acordado de nosotros. Un día me llamó y me dijo: 'Tengo un motor para ti'... El chaval que llegó aquel día de visita le ha devuelto al museo toda esa pasión que le dio».
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