Secciones
Servicios
Destacamos
Hace un año, Enrique Gavilán, médico de familia malagueño que ejerce en Mirabel, un pequeño pueblo de Cáceres, estaba promocionando 'Cuando ya no puedes más', el libro donde relataba su historia de amor y frustración con la atención primaria. Ahora aquellas páginas, en las que ... advertía sobre el riesgo de colapso de los centros de salud por la sobrecarga de trabajo, han adquirido condición de radiografía anticipada de un sistema que ha saltado por los aires en esta segunda ola.
–Usted ya advirtió antes de la pandemia del riesgo de colapso en la atención primaria.
–Los centros de salud están desbordados, pero no es una situación nueva, aunque el virus lo haya precipitado todo. Antes de la pandemia ya había ambulatorios con listas de espera de hasta dos semanas. Por algunas consultas, en un solo día, llegaban a pasar entre cuarenta y cincuenta pacientes. Ahora vivimos una situación de emergencia.
–Durante los primeros meses de la crisis, los centros de salud estaban prácticamente cerrados. Ahora soportan el mayor peso de la presión sanitaria.
–No es que cerrasen, sino que priorizaron la atención a casos sospechosos de coronavirus que no requerían ingreso hospitalario, consultas no demorables y urgencias. Parece que ha pasado mucho tiempo desde aquello, pero ocurrió hace sólo seis meses. Había falta de protección, compañeros que estaban infectándose y también mucho miedo, por qué no decirlo. Pero en ningún momento los centros de salud llegaron a estar cerrados, salvo algunas excepciones. Y los médicos de familia no estuvimos de brazos cruzados, sino atendiendo urgencias y posibles casos de coronavirus con síntomas leves. Y digo posibles porque no teníamos test para confirmarlos. Visto ahora parece que no hicimos gran cosa, pero fueron cientos de miles de asistencias.
–En su libro ya avisaba de que el sistema tambaleaba. Ahora la pandemia ha terminado de reventarlo.
–La demanda de asistencia sanitaria no ha parado de crecer en los últimos diez o quince años, pero nosotros hemos tenido los mismos medios. Eso generó un cuello de botella ya antes de la pandemia. La falta de médicos también se veía venir. Las administraciones tenían las previsiones de jubilaciones encima de la mesa y no tomaron las medidas oportunas.
–¿A qué se debe ese desprecio histórico a la atención primaria?
–Es curioso. La medicina familiar tiene los mismos años que la Constitución. Creo que, en general, la población reconoce la labor de la atención primaria: valoran a su médico. Somos los profesionales sanitarios mejor valorados en las encuestas. Pero ese reconocimiento no se ha visto reflejado a nivel institucional. No han asignado los recursos necesarios para absorber el aumento de la demanda. Los aplausos de la administración siempre han ido dirigidos a los avances hospitalarios, nunca a la atención primaria.
–¿Qué siente cuando ve las imágenes de las colas que se forman a las puertas de los centros de salud?
–Me producen mucha tristeza. Son el reflejo de que todo esto ha saltado por los aires. Uno de los pilares de la atención primaria es la accesibilidad. Si no son accesibles, los centros de salud pierden gran parte de su valor. Es una imagen llamativa pero también injusta.
–¿Cómo han influido en esta situación los recortes económicos que la atención primaria ha sufrido en los últimos tiempos?
–Es curioso que todas las comunidades autónomas, con independencia de que gobierne la derecha o la izquierda, hayan recortado en atención primaria. El presupuesto general cayó por la crisis de 2008. Luego, conforme fuimos saliendo de aquella situación, el descenso presupuestario fue recompensado parcialmente en la atención hospitalaria pero no en la atención primaria.
–¿Se ha agravado el hospitalcentrismo durante la pandemia?
–Mi percepción es que todo sigue igual, aunque es cierto que ahora se habla más de la atención primaria, pero en malos términos. Es injusto. Los centros de salud deben resurgir de sus cenizas. La situación es delicada y muchos tememos por el futuro de la atención primaria a medio plazo. Y nadie teme sin embargo por los hospitales. Si no se invierte, será difícil.
–¿Qué consecuencias puede tener esta segunda ola entre el personal sanitario?
–Es una gran incógnita, pero probablemente paguemos un coste humano alto. Hay muchos compañeros con unos niveles excesivos de estrés laboral. Dedican parte de su tiempo libre a tareas de rastreo o a completar las labores que no pueden terminar en su jornada. Y es algo que parece no tener fin. Nadie le ve salida. La salud mental de los profesionales sanitarios se resquebraja. Otros se han infectado. Y también hay gente que no se involucra, que ha aprovechado la situación para acorazarse en su consulta y escaquearse. Eso también está ocurriendo, hay que decirlo. Se sienten cómodos sin ver a tantos pacientes como antes, y eso va en detrimento de nuestra profesión y de la imagen que tiene la atención primaria. Tarde o temprano esta pandemia acabará. Son momentos duros. Casi todos los trabajadores, sean del ámbito que sean, están haciendo un esfuerzo extraordinario. Y aunque nos sintamos debilitados ahora, hay una llamada a la resistencia y a la esperanza de que algún día todo esto acabará y podremos contarlo.
–¿La telemedicina es el futuro o un parche por la pandemia?
–Soy de la vieja escuela. Necesito sentir el contacto con el paciente. Nada puede sustituir la consulta presencial y al contacto humano. Ver al paciente, explorarlo, me parece necesario. Pero hay que adaptarse a los tiempos. Entiendo que hay gente a la que le cuesta desplazarse o esperar. El teletrabajo aplicado a las ciencias de la salud tiene un potencial indescriptible. Nos hemos dado cuenta de que hay muchas consultas que pueden solucionarse de forma telemática. Y podremos seguir haciéndolo así cuando todo esto termine, pero debería ser un complemento a la asistencia presencial.
–Ya se han registrado las primeras agresiones a sanitarios, sobre todo en centros de salud. ¿Hemos olvidado los aplausos?
–Es un contraste. Las agresiones son el reflejo intolerable del sufrimiento y la desesperación de mucha gente que ha perdido empleos y oportunidades de tener una vida digna. Parecía que la pandemia iba a ser una situación acotada en el tiempo, pero ya llevamos seis meses, y lo que queda. También es cierto que tenemos la memoria muy corta y ya no recordamos la alusión a la valentía de los sanitarios. Soy de los médicos que siempre ha creído que los aplausos eran un espejismo; la gente aplaudía como forma de ahuyentar el miedo, porque estaba nerviosa, más que para rendir homenaje. Era un modo de sentirnos acompañados unos a otros cuando estábamos en casa. Igual que en su momento no me creía esos aplausos, tampoco creo que ahora haya un rechazo generalizado. Pero las agresiones a profesionales sanitarios llevan años incrementándose de manera alarmante. Tal vez lo único que ha ocurrido es que hemos vuelto a los índices de agresión anteriores a la pandemia. Todos estamos muy nerviosos. También nosotros, que estamos más irritables que a principios de junio, cuando la presión se alivió durante unas semanas.
–Muchos enfermos crónicos han desarrollado miedo a acudir a sus centros de salud, pero sigue habiendo patologías y problemas médicos más allá del coronavirus. ¿Cómo pagaremos esa factura?
–Ya la estamos pagando. Muchos casos han llegado a situaciones muy complicadas de atajar. En mi centro de salud, por ejemplo, queremos retomar la asistencia a personas que viven en residencias, que han estado durante meses confinadas, sin apenas recibir visitas. Tenemos que retomar las revisiones y la atención a enfermedades crónicas. Es difícil trabajar en estas condiciones, pero tenemos una cuenta pendiente. Costará revertir esa situación.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.