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EFE
Miércoles, 18 de diciembre 2019, 16:53
El bombero malagueño Miguel Roldán, natural de Cuevas Bajas, que permaneció 22 días en la costa cercana a Libia ayudando a migrantes que huían en precarias embarcaciones ha recibido este miércoles el reconocimiento como socio de honor de la asociación 'Málaga Acoge' ... por su misión. Durante su intervención, ha manifestado que mientras no exista un apoyo de los gobiernos las organizaciones no gubernamentales son «imprescindibles» aunque no puedan «salvar a todos» y supongan «un parche».
Roldán, que se define como bombero de vocación, tuvo la oportunidad de unirse a la organización no gubernamental alemana «Jugend Rettet» para poner su «granito de arena» y rescatar a personas que huían desde Trípoli, la capital libia, hacia el Mar Mediterráneo.
En un barco pesquero con capacidad para 50 personas llegaron a tener 300 y a estar en una «situación límite», tenían «comida, agua y poco más», recuerda este malagueño.
«Cuando hay 200 personas flotando en el agua te conviertes en juez», ya que no existen «medios humanos ni materiales» para socorrer a tantas personas, por lo que había que decidir «quién vivía y quien moría», ha relatado Miguel Roldán, quien que asegura se vio desbordado ante la caída al mar de cientos de migrantes a la vez.
Su labor en el mar tuvo un desenlace inesperado: la Justicia italiana le acusa a él y a los otros nueve tripulantes de la embarcación de rescate por cooperar en el tráfico de personas, a pesar de que Roldán -al que le piden 20 años de cárcel- ha defendido que no traspasaron esa «línea imaginaria» entre aguas libias e internacionales.
No ir más lejos de lo permitido lo considera como «la decisión más dura de su vida», ya que tuvo como consecuencia dejar morir a personas por respetar las líneas del mar, las fronteras y no entrar en aguas del país africano sin autorización legal.
En 22 días de navegación, en la que no tocaron tierra hasta terminar su «misión», rescataron y socorrieron a 5.000 migrantes en diferentes condiciones. Según Roldán, lo más sencillo era encontrarse con una embarcación que tuviera escasa flotabilidad, pero «relativamente segura».
En el lado opuesto, y en el peor de los casos, Miguel y su equipo tenían que recoger los cadáveres de quienes habían caído al mar sin posibilidad de recibir ayuda y que salían a flote con el paso de los días, apartándolos en una pequeña barca para evitar el contacto con las personas rescatadas vivas.
Este bombero que se jugó la vida para salvar otras muchas no se vé en la cárcel, pero confiesa que no dudaría en ir si con ello se le da más visibilidad a la tragedia que se vive en el Mediterráneo.
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