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El rótulo manuscrito que informaba sobre la identidad de los habitantes de la finca, fijado con cinta adhesiva al cerramiento provisional de bloques de hormigón, ya no está allí. Pudieran haber sido los elementos, pero la tenue bombilla que lucía en la ventana de la segunda planta hace tiempo que se apagó por última vez; junto a la ropa tendida en la azotea, eran los únicos signos de actividad humana visibles en lo que parece una partida de Monopoly a medio jugar. Y es que el solar aún no está disponible para edificar: queda ese reducto al fondo de la finca, rodeado de muros medianeros revestidos de poliuretano proyectado, mientras la porción que estaba alineada al vial hace una década que fue demolida.
Sin esa lucecita, cuando las sombras se tragan a la Carrera de Capuchinos al caer la tarde, el lugar se convierte en una lóbrega caverna.
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