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Madres solas: doble papeleta para la pobreza

Madres solas: doble papeleta para la pobreza

El 42% de los hogares monoparentales, en su inmensa mayoría encabezados por mujeres, están en riesgo de exclusión

Lunes, 15 de enero 2018

A Jéssica le encantaría trabajar en Zara. Pero cuando por fin la llamaron para una entrevista de trabajo –previa intermediación de Cruz Roja, que está ayudando a esta joven madre a introducirse en el mercado laboral– no pudo coger el teléfono. Estaba atendiendo a Jacqueline, su hija de año y medio. Tampoco devolvió la llamada: no tiene saldo en el móvil y vive en una casa ‘okupa’ que, obviamente, no tiene teléfono fijo. Es el ejemplo que pone Maite Monserrate, técnica de empleo en la citada ONG, para dibujar el círculo vicioso en el que se ven atrapadas jóvenes como Jéssica, que afrontan la maternidad sin una red de apoyo. «No paramos de trabajar las competencias prelaborales básicas con ellas: algo tan básico como estar disponible para una llamada de teléfono o ser puntual en una entrevista de trabajo. Pero la vida la tienen tan difícil que la escala de lo importante se les mueve con facilidad», lamenta.

Salir del desempleo es muy difícil para las mujeres con cargas familiares no compartidas por un doble obstáculo: los prejuicios de las empresas y los problemas para conciliar

Ser mujer, madre y sin pareja significa tener el doble de papeletas para ser pobre que una familia tradicional. Lo dice el Instituto Nacional de Estadística: el 42,2% de los hogares monoparentales –que, en su inmensa mayoría, están encabezados por mujeres– están en riesgo de pobreza, cuando la tasa media en España es aproximadamente la mitad, el 22,3%. La ONG Save The Children añade más detalles: el 65% de las madres solas tienen dificultades para llegar a fin de mes y el 38% no se puede permitir mantener su hogar a una temperatura adecuada. El paro de larga duración es el principal responsable de la fragilidad económica de estas familias: según un estudio de la Fundación Adecco, el 51% de las mujeres con cargas familiares no compartidas está desempleada o trabaja en laeconomía sumergida.

María José Vela 53 años. Fue madre a los 15: «37 años después, tengo mi título universitario»

Como voluntaria en Cruz Roja, María José Vela atiende con frecuencia a chicas muy jóvenes con hijos a cargo. Comprende bien sus circunstancias: hace casi 40 años, ella pasó por lo mismo. «Tenía 15 cuando me quedé embarazada. Me casé porque estaba enamorada y también porque era lo que había que hacer. Pero nos separamos cuando los niños eran todavía pequeños», recuerda. Sin más título que el graduado escolar ni haber trabajado antes tuvo que lanzarse al mercado laboral. Tuvo suerte: encontró trabajo en un supermercado en el que ha permanecido muchos años.

Cuando cumplió 45 años, ya con sus dos hijos emancipados, María José decidió que era su momento. «Siempre había querido estudiar Psicología. Y me lancé». Se sacó por libre el acceso a la Universidad y se matriculó en la UMA. Durante los últimos siete años, ha compaginado sus estudios con su trabajo de 40 horas semanales. «Ha sido duro, pero me he quitado la espinita», confiesa. Ahora por fin puede decir que es psicóloga y aspira a encontrar trabajo como tal. «Haciendo prácticas en Cruz Roja he descubierto la orientación laboral; es una salida que no conocía y me encanta», apunta. ¿Qué consejo le ofrece a jóvenes como Jessica o Ana, que se enfrentan a la maternidad en solitario? «Que en la vida hay tiempo para todo. Lo primero es lo primero: conseguir trabajo y una independencia económica. Pero que no renuncien a ningún sueño».

Dos grandes obstáculos separan a las madres solas del mercado laboral: por un lado, los prejuicios de las empresas y, por otro, sus problemas para conciliar la vida familiar y laboral. Para Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco, esos prejuicios son injustos. «Se tiende a pensar que, por el cuidado de sus hijos, su compromiso con la empresa será menor y causarán mayor rotación y absentismo. Sin embargo, la tendencia es justo la contraria, pues precisamente por sus hijos sabrán aprovechar la oportunidad laboral y su compromiso será doble». Si a la condición de madre sola se suman otros factores como la baja cualificación, haber sido víctima de maltrato, la condición de inmigrante o la pertenencia a entornos degradados, el riesgo de pobreza y exclusión social de estas mujeres –y de sus hijos– se multiplica.

Pobreza invisible

Desde Cáritas, la técnico de acción social Maite Márquez alerta de que cada vez «aumenta más el número de madres solas a las que atendemos». «Estas mujeres se enfrentan a una gran dificultad a la hora de encontrar trabajo: el tiempo. Actualmente se exige una disponibilidad total y estas personas no la tienen», explica. Además del paro, el otro problema que las empuja hacia la exclusión social es «la dificultad para conseguir una vivienda, dada la escasez de alquileres». De hecho, Cáritas atiende a un «considerable número de mujeres con hijos que lo que necesitan es ayuda con el alojamiento, sea porque no pueden atender los gastos o porque hay un problema de maltrato y han tenido que salir de su vivienda».

Los datos

42% de los hogares monoparentales (que en más de un 80% están encabezados por mujeres) viven bajo el umbral de la pobreza. Esta tasa prácticamente duplica la media española.

65% de las madres solas tienen dificultades para llegar a fin de mes.

51% de las mujeres con cargas familiares no compartidas están desempleadas o en la economía sumergida.

En este sentido, Márquez da la voz de alarma sobre la insuficiencia de recursos públicos para ayudar a estas familias en algo tan perentorio como conseguir un hogar. «La Junta tiene un plan de ayudas al alquiler social que arrastra retrasos de más de un año; es algo denunciado por el Defensor del Pueblo. Y el Ayuntamiento de Málaga tiene un programa de alquileres sociales pero el problema es que los propietarios no se fían y no ofertan pisos».

Para Márquez, hay un elemento crítico que separa a las familias monoparentales del abismo, y no es algo material: «la red de apoyo». «Sin ella, las mujeres con cargas familiares lo tienen muy complicado para tener una vida digna. Por eso las inmigrantes son un colectivo especialmente en riesgo».

«Lo primero que haría si encontrara trabajo es dejar la casa ‘okupa’ para poder vivir tranquila con mi hija»

Jéssica Heredia Madre sola. 25 años

«Estas jóvenes tienen la vida tan complicada que hay que trabajar cosas tan básicas como llegar puntual a una entrevista»

Maite Monserrate Técnica de empleo en Cruz Roja

«Nunca he trabajado. Ahora estoy en unas prácticas en Burger King y espero que me contraten»

Ana MartínezMadre sola. 20 años

«El principal problema de muchas madres solas es la vivienda: hay escasez de alquileres y muy pocas ayudas públicas»

Maite Márquez Técnica de acción social en Cáritas

Si se buscan ejemplos de esta pobreza invisible y femenina, Jéssica, la chica que abre este reportaje, encaja en el molde a la perfección. Cuesta imaginarla pasando penurias con su sonrisa pintada de rojo. Pero a sus 25 años ha afrontado problemas que dan para varias vidas: la maternidad en solitario, la falta de recursos, no tener hogar... incluso el cáncer. Apenas un año después de tener a su hija, le detectaron cáncer de útero. Hace un año que fue operada, y pese a que arrastra algunas secuelas, Jéssica está otra vez en plena búsqueda de empleo. La oportunidad en Zara la perdió, pero ha conseguido otras dos entrevistas en tiendas de moda. La plaza gratis en la guardería ayuda, aunque el día a día sigue siendo difícil. Sobrevive con 200 euros al mes (de una ayuda social) y un cheque de Fundación La Caixa que le cubre productos de higiene para su pequeña. ¿Se puede vivir así? «Me las apaño. Soy muy ahorrativa y, además, no como mucho», asegura sonriendo.

¿Cómo se aborda la inserción laboral de estas jóvenes, que en no pocos casos nunca han trabajado antes? Lo primero, explica Monserrate, es «hacerles ver que tienen posibilidades reales de encontrar empleo o de formarse para mejorar sus oportunidades», y a la vez, «ajustar de manera realista sus expectativas». Simultáneamente se busca «disminuir las barreras que les dificultan el acceso al empleo»: desde buscar plaza en una guardería hasta pagarles un bonobús. En segundo lugar se empieza con la orientación profesional, identificando sus competencias e intereses para determinar a qué empleo quieren postularse y todos los pasos a seguir para conseguirlo. «En la mayoría de los casos hay una falta de cualificación que se intenta suplir con cursos de formación que incluyen prácticas en empresas», apunta la técnica de empleo, que destaca que hay «muchas empresas que colaboran en la labor de incluir en el mercado laboral a quienes son más vulnerables», aunque anima a sumarse a este propósito a otras compañías porque «hacen falta más».

María José Vela, Jéssica Heredia y Ana Martínez, en Cruz Roja. Sur

Para el director de Fundación Adecco, la solución pasa, por un lado, por flexibilizar el mercado laboral, reforzando las medidas de conciliación especialmente en aquellos sectores que emplean más a mujeres, como los servicios o la hostelería: racionalizar entradas y salidas, facilitar la recuperación de horas... Sólo así la condición de madre sola dejará de ser objeto de debate en las entrevistas de trabajo y saldremos del bucle de discriminación en el que seguimos inmersos», apunta. Por otro lado, son imprescindibles «políticas activas de empleo» que acerquen a estas personas a las exigencias del mercado laboral.

Un puente hacia el empleo

En el último escalón de este puente hacia el mercado laboral están tanto Jéssica como Ana, otra joven malagueña de 20 años que está terminando un curso de formación en Burger King. «Me va muy bien en las prácticas, pero son por la tarde y es duro no ver a mi hijo en todo el día porque por la mañana está en la guardería. Espero que cuando encuentre trabajo tenga un horario que se amolde a mi vida», afirma. El asidero en la vida de esta madre soltera es su propia progenitora. «No sé qué sería de mí sin ella. Vivo con ella, compartimos los 400 euros que cobra ella de sueldo y los 300 que me dan a mí de ayuda, y me cuida al niño por las tardes para que pueda hacer el curso», explica. Aun así, la vida de Ana tampoco es fácil: también viven en una casa ‘okupada’ y no tienen agua corriente, así que cada día tiene que acarrear garrafas desde la fuente más cercana para poder asearse, bañar a su hijo y cocinar. «A mi hijo le dan susto los grifos, no sabe lo que son», asegura.

Un trabajo, una casa. Así de sencillo y de complicado es el sueño que comparten Ana y Jéssica con otras muchas madres anónimas.

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