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El comercio tradicional de Málaga añade una nueva página negra en su ya extenso capítulo de cierres. La ferretería El Llavín, negocio con cerca de ... 140 años de historia y el único de su especialidad que aún quedaba en todo el Centro, ha bajado la persiana de forma definitiva. Ubicado en la calle Santa María número 15, el establecimiento comercial llevaba abierto desde el año 1884 y hasta sus últimos días ha sido dirigido por el mismo grupo familiar.
Aunque no han trascendido los motivos del cierre (sus propietarios han preferido no hacer declaraciones a este periódico), al parecer el edificio donde se ubica el establecimiento ha sido vendido para darle un posterior uso turístico. El negocio cerró a finales de año y desde entonces la enorme persiana del local se mantiene bajada sin ningún tipo de aviso ni despedida. «Fue de un día para otro, nos pilló de sorpresa a todos», confiesan los vecinos.
El afamado establecimiento comercial fue inaugurado por Pedro Arribere Lacoste, ferretero francés de la comarca de Bearne que emigró a Málaga siguiendo la estela de otros grandes profesionales de esta zona ubicada a los pies de los Pirineos. Tras una primera experiencia trabajando en Casa Barrera, en la Alameda Principal, se asoció con Lucien Bourguet (antiguo dependiente en la ferretería La Llave) para fundar El Llavín.
En la actualidad, el negocio era dirigido por Pedro y Luis Arribere, primos y cuarta generación familiar al frente del establecimiento (fueron los primeros nacidos en Málaga). Quienes la frecuentaban recuerdan que Pedro, que llevaba en la ferretería desde el año 1953, seguía acudiendo a diario a su puesto de trabajo pese a tener ya 86 años.
La ferretería El Llavín se había convertido en todo un símbolo de la resistencia del comercio tradicional en la ciudad, sobre todo tras comprobar que no queda un solo establecimiento de este tipo en el casco histórico. En el libro 'Comercios históricos malagueños', publicado en 2018 por el profesor Fernando Alonso, se recuerda que en los años 80 había 18 ferreterías en el Centro y que ya no queda ninguna.
El establecimiento vivió varios momentos de gran esplendor. Entre 1896 y 1928, y tras el fallecimiento del fundador, se hizo cargo del negocio Enrique Arribere, sobrino del primero, quien le dio un importante impulso introduciendo la rama al por mayor. En aquella época el establecimiento llegó a contar con más de 30 empleados porque vendían por todo el sur de España.
Al tratarse de un negocio incipiente, los profesionales debían traer el género de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, ya que en España apenas había fábricas. En aquellos años el almacén ocupaba las tres plantas del edificio, que cuenta con 571 metros cuadrados de solar. En esta última época ya no vendían al por mayor y se habían especializado en fontanería y electricidad.
Entrar en el Llavín era como realizar un viaje al pasado. Hasta el cierre, en el interior del local aún había cajoneras y estanterías del siglo XIX, una caja registradora National del año 1914 o el suelo original de piedra de Tarifa. También se conservaban como una reliquia los catálogos de los viajantes, antiguos representantes que llegaban en mulo, caballo o ferrocarril desde toda la provincia. Como antaño no había fotografías ni internet, mostraban catálogos pintados a mano en donde se reproducía lo más fielmente posible el objeto o herramienta en cuestión.
En referencia a este tipismo, el propio Pedro Arribere confesaba a este periódico en un reportaje publicado en el año 2008 que esa esencia era también una forma de llamar la atención del público. «Creo que hay gente a la que le gusta que la tienda siga igual que siempre y yo no cambiaría por nada las cajas de madera que construyó mi padre con sus propias manos», aseguraba.
De hecho, esa autenticidad le valió para convertirse en uno de los escenarios de la película de Antonio Banderas 'El camino de los ingleses', rodada en el año 2005. «Aquí es donde trabajaba Miguelito Dávila, aunque Banderas tuvo que cambiar el guion para rodar, porque, en la historia original, el protagonista trabajaba en una droguería; pero no encontró ningún sitio como éste», afirmaba entonces Pedro Arribere. De ese día, también guardaba el cartel que le pusieron al peso antiguo de la tienda. En la película se llamaba Ferretería Dávila.
Como antes se ha comentado, el cierre ha pillado por sorpresa a clientes y vecinos de todo el entorno. Tanto que muchos de ellos confían -o más bien desean- que El Llavín vuelva a abrir algún día en otro lugar indeterminado del Centro. Pero de momento son solo deseos. Así lo esperan también los responsables de las tiendas cercanas, cansados de intentar responder a algo que no conocen. «A diario vienen 15 o 20 personas preguntando por la ferretería», confiesan. Una gran pérdida para el comercio malagueño.
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