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Luca es un niño «muy cariñoso». Le gustan los abrazos, sobre todo si ve a sus amigos en el parque, aunque su madre le ha insistido en que, por el momento, tendrá que esperar. Laura echa «mucho de menos» a sus abuelos y en estos días se tiene que conformar con adivinarlos desde el balcón vecino mientras le tiran besos. Carlo adora su patinete pero se resiste a la mascarilla. Así que le ha pintado un sol en una esquina para dar algo de color a eso que le colocan en el ascensor y no lo deja disfrutar del aire libre.
Laura, Luca y Carlo recuperan desde hace dos semanas parte de esa rutina sanadora que aporta la calle a cualquier niño, y aunque no entiendan por qué hay gestos aún prohibidos, esas salidas les han hecho bien. Ahora cada viaje en ascensor para salir es una fiesta, aunque la celebración vaya con libro de instrucciones.
Laura tiene dos años y medio y una discapacidad visual a la que suma una hipotonía en el lado izquierdo del cuerpo; y Luca y Carlo (7 y 5) son hermanos y tienen diagnosticados diferentes grados de TEA (trastornos del espectro autista). Sus madres, Natalia Antúnez y Antonia Calvente, respectivamente, ya hablaban para SUR al principio de la cuarentena para exponer sus miedos en torno al efecto que tendría el confinamiento en el aprendizaje de sus hijos, sobre todo por la pérdida de las sesiones presenciales de atención temprana. Y hoy, después de ocho semanas, ya son capaces de dibujar algún diagnóstico. Abre el turno Natalia: «Laura está bien, pero en la primera salida a la calle después de dos meses ha vuelto a testear los espacios y las distancias con el pie porque ha perdido esa memoria de las dimensiones que tienen caminos rutinarios. El problema es que también tiende a tocar con las manos para sentirse segura, con el problema que eso representa».
Antonia aporta la evolución en sus hijos: «Luca está más irascible porque tiene más dificultad a la hora de ordenar la nueva realidad; y Carlo, que es más retraído, tiende a la desidia si no le prestas atención constante». Ambas se reafirman en su preocupación por los efectos que tendrá este parón en el aprendizaje de sus hijos y esperan la vuelta a la normalidad para recuperar el contacto físico con sus terapeutas. Pero también asumen la situación porque sigue ganando el miedo al contagio: «Es lo que toca».
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