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Con la primera maternidad, Laura Baena tuvo que elegir entre su trabajo en una agencia o estar presente en la crianza de su hija (hoy ... es madre de tres niñas). Su libro es el relato de una renuncia a su carrera profesional, pero también de una lucha por la conciliación real y por dar voz a muchas mujeres educadas en un ideal de maternidad, «que no es justo ni igualitario».
–Nunca un mensaje tan políticamente incorrecto como el que lanzó en 2014 desmontando el ideal de madre abnegada encontró tanta receptividad. ¿Pecó de osadía?
–En absoluto. Solo busqué la manera de desahogarme, porque para mí la primera maternidad fue una crisis existencial, personal y profesional. Fue darme de bruces con una realidad que nadie me había contado: una maternidad idílica. Teníamos que estudiar, trabajar y competir al mismo tiempo que teníamos que seguir siendo esa madre perfecta. Desde el club de Malasmadres hemos ayudado a que las mujeres se desahoguen, se sientan menos solas, a romper tabúes y poder decir la verdad, pero realmente seguimos en ese modelo de madre 'superwoman', perfecta dentro y fuera de casa, que no se queja y que no puede decir muchas de las cosas que quisiera.
–Pero, aquel desahogo con el que se ha identificado todo un ejército de madres reales, no ideales, ha derivado en un proyecto que tiene más de activismo feminista que de desmitificación del ideal de maternidad. ¿Cuáles son los objetivos ahora?
–Van en paralelo. Malasmadres nace de un sentimiento individual porque nadie nos dijo que nos ponían la 'm' de madre y que ésta aplastaba la 'm' de mujer, pero ese objetivo de desmitificar la maternidad y luchar por una conciliación real entronca con un movimiento social más amplio y que trasciende fronteras. Mujeres que no queremos renunciar ni a nuestra carrera profesional ni a ver crecer a nuestros hijos. Yo tuve que hacerlo y a partir de ahí me di cuenta que el problema social que nos une a todas las mujeres de nuestra generación es la conciliación, en concreto, la falta de conciliación. Ahí empezó la lucha, el activismo político, a plantear propuestas no de ley a los diferentes gobiernos, a hacer talleres, campañas y estudios sociológicos en los que mostramos con cifras la realidad sociológica que vivimos. Hoy Malasmadres es un movimiento feminista, activista por la conciliación, igualdad y corresponsabilidad, pero que no deja a un lado el humor y las ganas de desmitificar la maternidad y el objetivo de conseguir un nuevo modelo social de madre.
–Ocho años después de aquel atrevimiento sigue al pie del cañón con el lanzamiento de su libro 'Yo no renuncio'. ¿Queda mucha guerra por delante?
–Sí que queda. Este libro ha sido para mí una catarsis, un viaje por mis diez últimos años, que empieza con mi primera maternidad y de todo lo que viví a partir de ella, desde mi renuncia personal a mi carrera profesional hasta la fundación del club de Malasmadres y el comienzo del activismo social y político. Diez años que han sido los más intensos de mi vida, un camino difícil y duro, marcado por la frustración que genera acercarte al problema. Cuando lo conoces y lo traduces en datos y muestras la realidad social no solo a las empresas, sino a los políticos, instituciones y a la sociedad te das cuenta de que hay muchos intereses y de que esas estructuras no quieren moverse.
–Es decir, no les interesa cambiar el actual modelo...
–Así es. Habría que cambiar muchas cosas para que fuera posible. Habría que apostar porque la mujer esté en todos los puestos de dirección y no hay disposición alguna. Desde el momento en que no se legisla desde una perspectiva de género y no se toman medidas que sean trasversales, la maternidad no se reconoce social y económicamente. Las 16 semanas de permiso de maternidad y paternidad no son suficientes para cambiar la situación. En una sociedad en la que las empresas miden la rentabilidad por las horas que estás sentada y no otros valores demuestra que no interesa cambiar. Por eso, tiene que venir de la mano de un plan nacional que ayude a dar pasos, unido a cambios en la educación y un mayor compromiso social.
–Entonces, medidas como el permiso de paternidad ¿son de cara a la galería?
–Los hombres tienen que quitarse los prejuicios de ser esa persona que ayuda en casa para tomar realmente las riendas de su responsabilidad como padres o cuidadores. Tiene que cambiar de puertas para dentro, pero también de puertas para afuera. La conciliación que parece ser un tema que les preocupa a todos los políticos, luego no se llega a un consenso cuando se presentan medidas reales, como por ejemplo, la ampliación del permiso de maternidad a seis meses. Si hubiera de verdad una voluntad política, porque además este problema impacta directamente sobre el eje de una sociedad sostenible (la tasa de fecundidad no deja de caer), se haría.
–Y usted que ha tenido la oportunidad de estar cara a cara con algunos políticos y transmitirles estas inquietudes, sinceramente, ¿los ve receptivos?
–Yo personalmente he tenido la suerte de que se me escucha. Hace un mes salí de una entrevista con la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, en la que le pedí una subcomisión de conciliación en el Congreso para trabajar todas estas medidas con el objetivo de llegar a un plan nacional de conciliación, y la respuesta fue positiva. Creo que hay una sensibilidad real que no se puede negar. He sentido la escucha activa, pero luego la realidad es otra.
–Quizá lo más duro sea ganar esa batalla interna que muchas mujeres libran entre lo que la sociedad, la familia, el jefe o la propia pareja esperan de ellas y su impotencia para llegar a todo con solvencia...
–Esa es una de las grandes batallas. Esas creencias limitantes, muchas veces nuestras o de nuestro entorno social, familiar y cultural es la mayor barrera que hay que salvar. Ahí es donde más ayudamos con mucho humor, con talleres y debates para gestionar la culpa y liberarnos, para acabar con la carga emocional que sufre la mujer por la falta de corresponsabilidad. No me gusta culpabilizar a las mujeres, pero de nosotras depende que demos un paso al frente y seamos un poco más libres. Esa barrera que tiene la mujer de delegar, porque nos han dicho que tenemos que hacerlo todo y que nadie lo hace como nosotras, hay que cambiarla. Además, esas creencias vienen fenomenal porque como a nosotras nos cuesta delegar, los demás no cogen las riendas de lo que tienen que hacer.
–¿Ha hecho muchos enemigos, hombres, en estos años?
–Pues no. En esto los necesitamos a ellos, como padres, contratadores, empresarios... Malasmadres es inclusivo. Acabamos de lanzar la campaña del padre corresponsable para que sea una herramienta de educación y en donde ellos se den cuenta de nuestro punto de vista. Son parte de nuestro movimiento y eso nos ayudará a avanzar más rápido.
–Sacrificó su trabajo cuando nació su primera hija. ¿Lo volvería a hacer con lo aprendido?
–No hay otra salida. No fue una renuncia porque no soportara el peso de ser madre trabajadora. En mi caso, no era sostenible un horario hasta las ocho o nueve de la noche si quería estar presente en la crianza. Lo que cambia con todo lo aprendido es que si lo hiciera ahora no sentiría tanto esa frustración. Era simplemente imposible y el problema era el sistema, no yo.
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