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Llegó como voluntario hace 22 años y tan solo uno después fue elegido presidente. Y hasta el día de hoy. Pero donde se siente cómodo es en su labor como profesional junto a los otros 140 voluntarios del Teléfono de la Esperanza de Málaga. Una ... organización fundada en 1976, que se financia a través de subvenciones (una tercera parte), convenios propios (actividades, galas, lotería) y sus 191 socios económicos (50 euros al año), que le gustaría que fueran más. «Abrir las puertas cada mes nos cuesta más de 8.000 euros», desliza.
–No corren buenos tiempos para la esperanza...
–La esperanza nunca debe abandonarse. Yo soy positivo, porque si nos dejamos llevar por este catastrofismo que nos rodea, puede ser abrumador. La esperanza es una fuerza que hay que mantener siempre viva. La historia nos ha demostrado que el hombre es capaz de superar cualquier adversidad. Por eso, hay que luchar y conseguir capacidad de afrontamiento, encontrar salidas ante las situaciones de crisis, ser capaces de crear un proyecto de vida y no encapsularnos en nosotros mismos. Un maestro de la Medicina dijo una vez que las personas pueden vivir un mes sin comida; tres, sin beber agua; siete minutos sin aire, pero solo unos segundos sin esperanza. Ese es el sostén de toda nuestra existencia y también lo que da sentido a esta asociación.
–Pero esta pandemia lo ha cambiado todo...
–La pandemia ha sacudido la salud mental de la población y ha servido para que las instituciones y la sociedad tomen conciencia de que no se puede descuidar. Si vemos las inversiones en salud mental comprobaremos que son cortísimas. Sigue siendo la cenicienta de la sanidad pública. Si antes ya había personas vulnerables que tenían que acudir a profesionales, la pandemia ha agravado la situación. Hay un gran déficit en atención primaria, que es un soporte básico. Las asociaciones tenemos una gran responsabilidad y los pacientes, ante ese déficit en la sanidad pública, con citas a tres meses vista en salud mental, acaban recurriendo a nosotros.
–¿Cómo se ayuda a alguien que siente que está muerto en vida?
No es fácil. Hay que darle razones para vivir, porque normalmente, lo vuelven a intentar. Uno de cada 100 supervivientes de un intento de suicidio morirá por esa causa en un año posterior a esa primera vez. Por eso, es fundamental el apoyo familiar y social, trabajar la inteligencia emocional que le ayude a resolver conflictos y crear hábitos de confianza en sí mismo. También es importante el amor, que esa persona se sienta querida; reforzar su autoestima, que tenga planes de futuro e ilusiones. Hay que sacarlos de esa ambivalencia entre vivir o morir.
–¿Y eso cómo se consigue en una llamada de teléfono?
–Para eso se nos forma. En una llamada de 20 o 40 minutos, tratamos de que esa persona encuentre asideros para vivir. El orientador es como un GPS que a través de preguntas y también de silencios va descubriendo a esa persona y también las fortalezas a las que puede agarrarse. Quien se decide a llamar 'in extremis' es porque en su interior alberga un hilo de esperanza. No damos consejos ni juzgamos y el anonimato y la confidencialidad están garantizadas.
–Cuando sois su último salvavidas, ¿cómo actuáis?
–Se activa un protocolo, llamando al 112, se localiza la llamada para llegar a esa persona. Los casi 50 años que cumplirá el Teléfono de la Esperanza en 2026 se justifican con una sola vida que hayamos salvado y ya han sido muchas.
–¿Os pesa no haber llegado a tiempo en alguna ocasión?
Estamos formados para esas ocasiones. Estamos preparados para ese momento en que se corta la llamada o llaman desde un número oculto y no pueden localizarla. Ante eso también tenemos recursos internos para ayudar al voluntario que ha atendido la llamada y le queda la incertidumbre de lo que habrá pasado y si actuó correctamente.
–¿Alguna víctima que le quite el sueño?
–A veces sientes dolor e incapacidad, pero hay que seguir adelante.
–¿Por qué hay cada vez más jóvenes que tiran la toalla en una sociedad en la que aparentemente lo tienen todo?
–Las conductas autolesivas en los jóvenes es un problema creciente, que en el chat también observamos, sobre todo, en adolescentes. Buscan con ello neutralizar el sufrimiento que tienen en ese momento con cortes. No saben cómo gestionar un estado emocional concreto y por eso es tan importante la regulación emocional y saber acompañar en el dolor y el sufrimiento. La autolesiones no son solo los cortes, también lo son los 'piercing' o tatuajes. A veces hay pensamientos lesivos y la persona entra en bucle evadiéndose en esos pensamientos para aliviar ese sufrimiento. También en los jóvenes se está dando la 'happy psicología'. En la redes sociales se vende constantemente que hay que vivir en un mundo de felicidad, placer y edonismo a base de 'me gustas'. Un mundo de fantasía, donde los jóvenes están acostumbrados a tener lo que quieren y cuando quieren a golpe de click y eso a la larga causa una gran frustración. Cuando eso llega y no le hemos enseñado a gestionar esa emoción, viene la necesidad de autolesionarse. Buscan una vía de neutralizar ese sufrimiento, pero no por los mecanismos normales que la vida requiere.
–Cuando quien llama es la persona que ha perdido a alguien que se ha suicidado, ¿dónde se encuentra el consuelo?
–Tiene que buscar un grupo de apoyo, donde se sienta acompañada por profesionales y personas que han tenido las mismas vivencias, tener un espacio en el que compartir sus sentimientos con plena libertad hasta lograr que ese duelo no se haga patológico. Tiene que tomar conciencia de que su vida no va a ser igual, pero que puede seguir viviendo. A veces esta persona se siente culpable, pero porque la propia sociedad la culpabiliza. Los problemas mentales están muy estigmatizados socialmente, por eso se tiende a ocultarlos. Compartirlos y buscar ayuda es el primer paso para encontrar una solución.
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