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¿Quién fue José María Martín Carpena?

¿Quién fue José María Martín Carpena?

Era un concejal discreto, un hombre «bueno y trabajador» a quien ETA asesinó en la puerta de su casa el 15 de julio de 2000

Miércoles, 2 de octubre 2024, 10:15

Pasaban las nueve y media de la noche del 15 de julio de 2000 cuando José María Martín Carpena, concejal del PP en el Ayuntamiento de Málaga, salió de su piso para acudir a un acto. En la calle, frente al portal, esperaba un miembro de la banda terrorista ETA que le disparó seis veces, hasta matarlo en presencia de su mujer y su hija de diecisiete años. La ciudad reaccionó a la sinrazón con una manifestación histórica en la que participaron más de trescientas mil personas. Ahora que uno de los etarras que participaron en su asesinato ha obtenido el tercer grado, casi veinticinco años después de aquel crimen, conviene recordar quién fue Martín Carpena para mantener viva su memoria.

Edil desde 1997, era responsable de los distritos de Puerto de la Torre y Carretera de Cádiz. Nunca había recibido amenazas, aunque solía inspeccionar los bajos de su coche con un espejo que llevaba en el maletero, siguiendo las recomendaciones de la época. Por su carácter, discreto y despojado de grandes ambiciones políticas, nadie imaginó que pudiera ser un objetivo de ETA, cuyo comando en Andalucía llevaba meses recopilando información sobre él y otros cargos públicos de la provincia.

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La noche que lo mataron, Martín Carpena se dirigía con su mujer al pregón de la Biznaga. Antes habían previsto dejar a su hija en la plaza de toros, donde el grupo mexicano Maná daba un concierto. Aunque el concejal también usaba su propio vehículo, aquel día había avisado al conductor de su coche oficial, que ya estaba preparado en la puerta de la casa familiar, en el barrio de Nueva Málaga. José María nunca llegó a subir al coche. No muy lejos, a la altura de Carranque, Francisco de la Torre recibió una llamada. Iba camino de La Cónsula para pronunciar el pregón al que pensaban acudir Martín Carpena y su mujer. Apenas llevaba unas semanas como alcalde tras la marcha de Celia Villalobos, nombrada ministra de Sanidad. Al otro lado del teléfono informaba el concejal de Seguridad, Manolo Ramos: «Ha habido varios disparos». Una segunda llamada, momentos después, confirmó el asesinato de Martín Carpena. Al alcalde se le heló la sangre: «Pensé, casi inmediatamente, que había sido ETA. Pedí que diéramos la vuelta para ir a su casa. Lo que vi allí... El impacto de la noticia viva fue un golpe muy duro».

También Villalobos acudió enseguida a Nueva Málaga. Antes de salir había recibido la llamada del entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, para saber quién era José María Martín Carpena: «Y le dije la verdad, que era un hombre bueno que no tenía enemigos, un ser leal y trabajador. Estaba claro que había sido ETA». Funcionario en excedencia, había tomado posesión de su acta como concejal tres años antes por la salida de Juanma Moreno, diputado en el Parlamento andaluz. En las elecciones de 1999, Carpena ocupó el decimoquinto puesto en la lista del PP, que obtuvo diecinueve representantes, y pudo mantener el acta. Pese al segundo plano que había mantenido durante su trayectoria como edil, Villalobos recuerda que era un político querido que destacaba por su cercanía con la gente: «¡Si hasta era el concejal que más pedían las parejas para que las casaran! Llevaba un distrito de 250.000 personas. No era una tarea menor, ni mucho menos. Siempre me sentí muy orgullosa de él. Era encantador y educado. Pero a los terroristas eso les importaba una higa».

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De la Torre coincide en la percepción de que Martín Carpena era un edil especialmente valorado por sus vecinos: «Le preocupaban sus problemas y se esforzaba para que se resolvieran. Y ni Carretera de Cádiz, por su población, ni Puerto de la Torre, por sus dificultades urbanísticas, eran distritos sencillos. Pero también destacaría sus cualidades humanas. José María era un hombre de la gente, siempre con la sonrisa dispuesta». Villalobos insiste en que era un concejal «eficiente», con sentido común: «Y para eso estamos en política. Era un gran trabajador, un gran compañero y una gran persona, y no lo digo porque lo asesinaran ni porque esté muerto. Es que era así. Estaba en su naturaleza». Como edil, Martín Carpena puso en marcha centros sociales, renovó el paseo marítimo de la playa de la Misericordia, impulsó peñas y asociaciones vecinales y desmanteló los bidones de Campsa para la construcción del parque de Huelin, además de decenas de pequeñas actuaciones que mejoraron la vida en los barrios de sus distritos.

Horas antes de que lo asesinaran había ido a una agencia de viajes para reservar las vacaciones familiares de aquel verano. En la calle se encontró con Mariví Romero, la compañera de corporación que vivía más cerca y la primera en llegar hasta su casa cuando conoció la noticia: «Jamás lo olvidaré. Al principio su mujer pensó que era una gamberrada, que el sonido de las balas eran petardos. Hasta que lo vio en el suelo». La noche anterior había asistido a su último acto público, precisamente un homenaje a Romero en la peña Parque Mediterráneo: «Me recogió para ir juntos y me comentó que habían intentado forzar al menos tres veces la llave del ascensor que daba al garaje de su bloque, donde aparcaba el coche. En ese momento ni lo sospechábamos, pero supongo que fueron los propios etarras». Romero retrata a un hombre «protector y tímido» que se ruborizaba con los piropos que a menudo le lanzaban las vecinas: «En muchas peñas y asociaciones le decían 'guapo' o 'qué concejal más bueno nos ha tocado' y él siempre se ponía colorado y respondía que no era para tanto».

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A medianoche, aquel 15 de julio, llegó José María Aznar, por entonces presidente del Gobierno. El salón de la casa de Martín Carpena se convirtió en un velatorio improvisado. La familia necesitó atención psicológica durante meses, una terapia que ayudara a responder a la pregunta que se clava como un aguijón en el entorno de cada víctima: ¿Por qué a él? Paralela a ese dolor íntimo, inabarcable, se abría una herida en la ciudad. Al funeral, en la Catedral, acudieron miles de personas. Pero fue en la manifestación convocada el 17 de julio, lunes, apenas dos días después del asesinato, cuando Málaga mostró su solidaridad con José María y su familia pero también su condena al terrorismo. Cientos de miles de personas abarrotaron el centro en una manifestación serena, impulsada por la rabia y la tristeza pero exenta de incidentes e insultos. De la Torre leyó el manifiesto final: «Podéis matar a uno de los nuestros, podéis matar a muchos de los nuestros, pero mientras un solo malagueño o malagueña aliente, no nos robaréis la libertad».

Rafael Rodríguez, entonces concejal de Izquierda Unida, tiene esos días «grabados como si los hubiera vivido hace un instante en vez de hace veinte años». Las diferencias políticas se diluyeron: «El Ayuntamiento atravesaba un momento complicado, de muchas disputas, pero aquello sirvió para que desarrolláramos una capacidad de identificación absoluta. Desapareció cualquier matiz ideológico. Sólo había dolor, repulsa y solidaridad, además de una defensa unánime de los valores democráticos». Aunque Martín Carpena estaba en el Gobierno local, con mayoría absoluta del PP, y Rodríguez permanecía en la oposición, ambos entablaron una relación estrecha: «Era un hombre llano con quien era fácil hablar, dialogar. Sabía separar los planteamientos políticos de las relaciones humanas. No era nada sectario».

De la Torre también considera que aquella unión debería inspirar la forma de hacer política, servir como faro cuando la crispación parezca insalvable: «Para mí es importante que el recuerdo de lo que pasó nos sirva de estímulo para hacer las cosas bien, para una buena gobernanza y para valorar la fuerza del estado democrático, que acabó derrotando a ETA. Porque se pueden tener diferencias, claro, pero no caben vías asesinas». Luciano Alonso, en aquel momento delegado del Gobierno andaluz, destaca que la manifestación resultó «ejemplar», un aviso a la organización etarra: «Este país quería paz, lo deseaba. A todos nos produjo mucho dolor el asesinato de Martín Carpena, primero por cómo era, un hombre sencillo, y luego por cómo se produjo, con especial crueldad».

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Pero ETA no tardaría en volver a infundir terror en Málaga. El 19 de julio, dos días después de que la ciudad se echase a la calle por el asesinato de Martín Carpena, la banda puso una bomba lapa en el coche de Pepe Asenjo, secretario provincial del PSOE. El político, acompañado de su mujer y su hija de quince años, escuchó un ruido extraño al arrancar y vio que el capó comenzó a echar humo. Bajó del vehículo y comprobó que debajo del motor había un paquete adosado con cinta aislante. El interior contenía un kilo y medio de explosivos. «He tenido la suerte que José María no tuvo», declaró entonces. La espoleta de la bomba falló al desplazarse el coche hacia atrás apenas un metro tras soltar el freno de mano: «Soy consciente de haberme librado de algo de lo que muchos otros no pudieron librarse. Ni siquiera creímos tener el derecho de sentirnos víctimas».

Meses después, cuando se desarticuló el comando Andalucía de la banda terrorista, la Policía comprobó que también había fecha y lugar para matar a Celia Villalobos. El plan consistía en detonar un coche bomba en la sede de Cadena Ser, donde la entonces alcaldesa iba cada viernes por la tarde. Sólo su nombramiento como ministra, que cambió sus rutinas, la salvó. Los etarras también habían reunido información para atentar contra el concejal del PP José Luis Gallardo, a quien hicieron seguimiento. La Fiscalía llegó a considerar igualmente acreditada la intención de la banda de matar a la entonces alcaldesa de Fuengirola, Esperanza Oña, y al diputado José Antonio Lemonche. Años antes, en 1997, ETA había fallado en el intento de asesinar a José María Gómez, alcalde de Rincón de la Victoria, y Francisco Robles, su concejal de Urbanismo.

El año del asesinato de Martín Carpena, la ofensiva del comando que la organización terrorista tenía en Andalucía también arrolló las vidas del médico y militar sevillano Antonio Muñoz Cariñanos y del fiscal jefe Luis Portero, cuñado de De la Torre. «Teníamos la sensación», explica el alcalde, «de que era un comando especialmente violento, con voluntad asesina». Una amenaza constante sobrevolaba aquellos meses, sometidos a la duda de cuál sería el siguiente golpe, quién iba a ser el próximo objetivo: «Vi la maldad de ETA muy cerca. Fue una máquina de matar. Son experiencias que te marcan, aunque haya que superarlas».

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Interior identificó inicialmente y por error a Gorka Palacios como el etarra que mató a Martín Carpena. Había participado en atentados cometidos en Málaga, Granada y Jaén, pero no formó parte del asesinato del concejal malagueño. Fueron Igor Solana y Harriet Iragi, otros de los miembros jóvenes de la banda, quienes desataron el horror en Andalucía aquel año. Solana, que por entonces tenía 26 años, disparó seis veces contra José María Martín Carpena. Cuatro de aquellas balas alcanzaron al edil, de las que una resultó mortal. Iragi, mientras su compañero mataba a sangre fría, lo esperaba en un coche para huir de la zona. En aquel momento tenía 23 años. También fueron los responsables de los asesinatos de Portero y Cariñanos y quienes pusieron la bomba lapa en el vehículo de Asenjo. Fueron detenidos el 16 de octubre de 2000 en Sevilla.

Poco después de ser encarcelado, Solana huyó de su celda en Álava serrando los barrotes y descolgándose con una sábana, hasta llegar al patio interior. Fue detenido cuando había alcanzado la alambrada del último muro, de la que pensaba protegerse con una manta. También estuvo implicado en otro intento fallido de fuga, esta vez en Huelva y mediante un helicóptero que la banda pretendía usar para liberarlo. Tanto Solana como Iragi han sido padres durante su estancia en prisión.

Después de desarticular este comando, ETA no volvió a disponer de una base estable en Andalucía. Pese a la dureza de sus atentados, años antes había comenzado el principio del fin de la organización etarra. En el verano de 1997, el secuestro de Miguel Ángel Blanco, concejal de Ermua, mantuvo a todo el país con la respiración contenida. Su asesinato, dos días después, provocó una respuesta sin precedentes de la sociedad civil contra el terrorismo. ETA mantendría su actividad sanguinaria durante años, pero aquellos días supusieron la simiente de su descomposición. En 2011 declaró el cese definitivo de la actividad armada, que conduciría a la disolución de la banda años después.

Aunque el eco de las siniestras acciones de ETA aún suena en cada recuerdo, en cada aniversario, en la vida arrebatada de cada víctima y sus familias, el olvido ronda por la historia más reciente de España como un riesgo agazapado.

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