Si no llevara pegada a las noticias desde hace más de tres semanas y estuviera al tanto de todo lo que ocurre, a Rafi Cortés le sonaría extraña la pregunta al otro lado del teléfono. «Espera, espera, que antes de contestar te voy a poner para que escuches lo que pasa...». Lo que pasa es un jolgorio alegre y festivo: suena Lola Flores y su 'pena, penita, pena'. Se escuchan palmas y se percibe, aunque no pueda verse, el movimiento. Que allí de la pena-penita de la canción, nada de nada. «Así nos pillas, bailando y cantando con los abuelillos. Esa es nuestra actitud». Con «nuestra actitud» se refiere Rafi, con más de 14 años en la primera línea de cuidados a residentes de la tercera edad, a la «entrega y el mimo extraordinario» con los que ella y otra docena de trabajadores llevan el confinamiento de los 28 ancianos a los que atienden en la residencia Vistahermosa, en la zona de Puerto de la Torre.
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A Rafi y a otros como ella no les suena hoy extraña la pregunta porque en los últimos días ha caído cierta sombra de duda sobre la labor que realizan los trabajadores de las residencias de ancianos. Las declaraciones recientes por parte del Ministerio de Defensa (ministra incluida) de que la UME (Unidad Militar de Emergencia) había encontrado «ancianos conviviendo con otros residentes fallecidos» a causa del Covid-19 en algunos de los centros que han entrado a desinfectar en Madrid ha soliviantado los ánimos en el sector. Son conscientes de que estamos en una situación extrema y de que la población a la que atienden es «la más vulnerable de todas» por el riesgo extraordinario que representa que se dé un solo caso de contagio entre las cuatro paredes de una residencia de la tercera edad, pero también consideran una «injusticia» que se meta a todos «en el mismo saco» cuando se generalizan determinadas situaciones.
La queja de Rafi Cortés, gobernanta en este centro de la capital, es compartida por un amplio grupo de trabajadores de otros centros. «La imagen que se está dando en los últimos días sobre nuestro trabajo es injusta. Esto no es sólo un trato profesional, entra de lleno en lo personal. Con algunos de nuestros abuelos llevamos ya años (...)«. Quien habla en este caso es Noelia Larrubia, enfermera de la residencia Sanysol de Torre del Mar y parte del equipo de 65 trabajadores que atiende «las 24 horas del día» a los más de cien residentes de este centro.
«Yo no te voy a decir que en todas (las residencias) se haga un trabajo excepcional, pero hay que tener en cuenta que la situación en estos lugares es delicada. Si entra un solo caso no se puede parar, y es un hecho que llevamos semanas trabajando con falta de medios«, añade por su parte Carmen Gálvez, directora de este centro privado y uno de los primeros de la provincia en suspender las visitas de los familiares para evitar el contagio de sus ancianos. De aquello hace ya más de dos semanas y en este tiempo la responsable amplía su queja a las órdenes contradictorias por parte de quienes gestionan la crisis sanitaria. «Quieren que nos comportemos como algo que no somos. No somos centros sanitarios, somos espacios sociosanitarios, y encima sin medios. Esto no es un hospital, aquí los residentes deambulan y hay contacto. Lo que no podemos hacer es hacernos cargo de nuevos ingresos de personas mayores que no tengan hecha la prueba del coronavirus, y que ésta sea negativa«, sostiene Gálvez al hablar de los riesgos a los que se enfrenta el sector.
Con las residencias completamente blindadas, sus empleados tratan también en estos días de aplicar ese 'blindaje' -en este caso emocional- a los abuelos a los que cuidan. «Intentamos que escuchen lo menos posible las noticias para que estén tranquilitos. Es verdad que muchos preguntan por qué no vienen sus familias, pero les explicamos que hay alguna 'cosilla' que no lo permite y, eso sí, mantenemos el contacto permanente a través del teléfono y la videollamada«. Lo explica Ángeles Solís, una de las 'instituciones' de la residencia Edad de Oro de la capital por llevar casi dos décadas atendiendo a los 22 «abuelos» del centro. Se refiere a ellos en esos términos: «Ellos son mis abuelos y yo su nieta. Es así. Los arreglo, los apaño, les doy sus desayunos y sus charlas, les ponemos música y vemos películas«, enumera esta profesional al hablar de esa relación que, además de profesional, entra de lleno en el afecto. De hecho, hay unanimidad entre los trabajadores de las residencias cuando entran a definir su labor con los ancianos: «La entrega es total. Esto es más que un trabajo», sostiene Cortés.
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En ese «más que un trabajo» anda también Ángela Frías, una de las cuidadoras de la residencia Doña Emilia, en Pedregalejo: «Aquí hoy ha tocado sesión de uñas y arreglar los 'pelillos'». Después, los residentes que tienen más movilidad salen al patio «a escuchar a los canarios cantar», explica Ángela, que también en estos días anda «enfadada porque al final pagamos todos por uno solo». Sus 'armas' en estos momentos extremos son la «protección, la limpieza máxima y aún más cariño del que damos para que ellos estén bien y no les falte de nada», añade mientras termina de organizar la comida de los más de 20 abuelos a los que cuida con su equipo. Hoy toca «pollo en salsa con ensalada y su postre». Por la tarde, como en el resto de residencias -y más en estos días-, cante y baile. Que con eso, y a pesar de Lola Flores, no hay pena-penita-pena.
** Si conoce algún caso de contagio de coronavirus en residencias, póngase en contacto con aescalera@diariosur.es o aperezbryan@diariosur.es
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