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El aeropuerto de Málaga-Costa del Sol está en sus días de mayor actividad del año. Este verano ya ha sobrepasado en varias ocasiones la barrera psicológica de las 600 operaciones diarias. Para mover a tantos miles de viajeros nada puede fallar, empezando por que ... no haya interferencias en el campo de vuelos, ni en el cielo ni en tierra, en las dos pistas ni en su zona de aproximación.
La principal amenaza en este caso es la fauna, sobre todo las aves que pueden colarse en este espacio e interferir con los aviones. Y para ello, la mejor herramienta es... la propia naturaleza. El aeródromo malagueño cuenta con un veterano Servicio de Control de Fauna, dependiente de Aena. Este se ocupa de la cría, entrenamiento y empleo de casi medio centenar de ejemplares. Sobre todo, halcones de diversas subespecies (peregrinos, sacres, gerifaltes e híbridos), que tienen una capacidad demostrada para poner en huida a todo lo que se adentre en su territorio.
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Gabriel Pérez Fernández es desde hace poco más de un año el coordinador de este servicio, aunque con una amplia experiencia en otras instalaciones. Nada más empezar el servicio, los técnicos tienen que revisar las dos pistas, con una primera ronda de reconocimiento. «Al amanecer ya comienzan los vuelos de marcaje, en los que los halcones se liberan en el entorno de las pistas, con el objetivo de ahuyentar a las aves que estén por la zona». Es una medida preventiva y disuasoria, porque tras estas batidas, otros pájaros no se atreven a acercarse al entorno. «El aeropuerto es su territorio, y a cualquiera que intente entrar la expulsa, sólo con su presencia».
Hay que destacar que los halcones no llegan a cazar, sólo generan la intimidación necesaria para evitar que entren en el campo de vuelos. Para ello, es necesario un largo entrenamiento, más si cabe por el reto que supone sobrevolar el entorno del aeropuerto. El ejemplar joven tarda de dos a tres meses en entender lo que tiene que hacer, siempre con un refuerzo positivo: cada vez que hace algo bien se le premia con una buena ración de alimento. «Eso lo entienden rápido», sonríe. A ello, se añaden las dificultades propias del entorno: «Tenemos que gestionar bien el vuelo del halcón, y también valorar las zonas para que no intercepte con los tráficos aéreos».
La principal amenaza, a la cual con más frecuencia hay que expulsar del territorio, son las gaviotas. Y es que estas tienden a refugiarse de los temporales marítimos en la zona aeroportuaria. Por eso, se toman medidas específicas para ahuyentarlas.
A ello, se añade un momento de especial actividad, durante los periodos de migración de las aves entre África y Europa, en los que pasan cigüeñas, águilas calzadas, abejeros y milanos, entre otros. El halcón, desde una altura de vuelo que alcanza los 600 metros, también es eficaz para que estas no lleguen a acercarse.
El equipo dispone de 46 rapaces, y todas tienen nombre, que hacen referencia al territorio, al mundo de los vikingos o a expresiones populares. En la sede, situada en la zona técnica del aeropuerto, viven Jara, Guadalhorce, Fuerte, Ragnar, Tagarote, Valkiria, y «las chonis»: Puri, Vane y Jessi, tres hermanas que llegaron a la vez. Se adquieren cuando son todavía pollos, de criadores en cautividad oficiales, para enseñarles desde pequeños a trabajar en este entorno complejo.
La vida útil de servicio de estas rapaces alcanza los 12 años, aunque llegan a vivir hasta 20 o más en cautividad (9 cuando están en libertad). De manera que, cuando son mayores, pasan a una segunda actividad: siguen volando pero de una forma más relajada y no se les exige tanto. Sus cuidadores las mantienen de por vida. La veterana del equipo es un águila de Harris y se llama Pepa, que se ha especializado en atender las visitas de los centros escolares, que acuden con frecuencia a conocer su actividad. También hay azores, que se utilizan sobre todo para prevenir conejos, liebres y aves que estén posadas sobre el suelo.
Son animales, sí, pero en su labor también hay un componente de última tecnología aérea. Por ejemplo, Fuerte es un halcón híbrido, mezcla de las especies gerifalte y peregrino, un cruce que lo vuelve más fiable para algunas operaciones frente a los ejemplares puros. Pues bien, en su último vuelo este ejemplar se lanzó en picado a una velocidad máxima de 130 km/h. Mientras, Mediterránea ascendió a 500 metros de altura para controlar mejor 'su' territorio.
Todo esto es posible saberlo gracias a que las aves llevan unos diminutos equipos GPS con placas solares, que se les colocan en la parte trasera, entre las alas, con ayuda de un arnés. Mediante una aplicación móvil, el halconero puede saber en todo momento su posición, el tiempo de vuelo, la altura y la velocidad.
«A partir de los 200 metros ya cuesta verlos, se vuelven invisibles». A lo que se une que los halcones son tan rápidos que llegan a alcanzar velocidades en picado vertical de más de 300 km/h. No en vano, es el ave más rápida del mundo, especialmente las hembras, que son bastante más grandes que los machos (para la reproducción y para la protección del nido). Lo explica otro miembro del equipo de profesionales, que se llama Adriano Puente y que se presenta a sí mismo como «halconero».
Gracias a estas herramientas, los cetreros ahora pueden calibrar con más precisión sus recompensas a las aves, que son claves para que cumplan con su función. Estos aparatos son de tecnología andaluza, desarrollada por la empresa Microsensory, de Córdoba.
Las rapaces viven bajo unos cuidados máximos para su bienestar. Su alimentación está tasada y se les pesa a diario, para saber en qué talla responden mejor. Además, cada día se baldean las instalaciones, se reponen sus bañeras con agua fría y se les refresca cada poco tiempo. «Son lo más importante y valioso», zanja el jefe del equipo. El control del peso también sirve para conocer a tiempo si alguno ha enfermado, porque de lo contrario en cuestión de pocos días puede morir. El servicio cuenta con el asesoramiento de veterinarios especializados.
Además de las rapaces, también se emplean perros, sobre todo para prevenir la presencia de liebres y conejos en el perímetro. Y a ello se añaden los llamados «medios mecánicos», artificiales, tales como sonidos, láser y pirotecnia. «Eso se emplea sobre todo cuando el peligro ya está aquí, las aves están cerca y no da tiempo a preparar al halcón para que vuele y coja altura, lo que requiere unos diez minutos». Por tanto, hay ocasiones en las que la medida más rápida para una amenaza como una bandada de gaviotas puede ser un cohete o una bengala, cuando aparece en un momento en que no hay ningún ejemplar en el aire.
Pero estos casos son los menos. Invisibles a los viajeros, a cientos de metros de altitud, cada día los halcones vigilan el espacio aéreo malagueño para que los aviones puedan aterrizar y despegar sin miedo a chocar contra ningún ave.
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