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El Hospital Gálvez ya tiene nuevos dueños. El centro sanitario fundado por el doctor José Gálvez Ginachero, que forma parte del paisaje urbano del centro de Málaga desde finales del siglo XIX, ha sido adquirido por el grupo Hospitales Madrid (HM), propietaria también de las ... clínicas Santa Elena y Del Pilar. La compañía madrileña llevaba meses con la vista puesta en Gálvez, que antes de formalizar la venta ha tenido que resolver su particular embrollo accionarial. La familia, al frente del hospital durante cuatro generaciones, ha crecido demasiado como para que la facturación anual sea rentable para todos, según explican fuentes cercanas a los Gálvez: «Y ya ningún miembro de la quinta generación se dedica a la medicina». Las complicaciones económicas derivadas de la pandemia y la muerte en agosto de 2020 del ginecólogo Miguel Gálvez Peterson, nieto de Gálvez Ginachero y siempre vinculado al hospital junto a sus hermanas Paloma (también fallecida) y Alicia, precipitaron los trámites para la venta.
Pero los intereses de Hospitales Madrid, con clínicas en Madrid, León, Galicia y Cataluña, trascienden la compra de Gálvez. Su desembarco en Andalucía no ha comenzado en Málaga por casualidad: la provincia cuenta con una de las ofertas más amplias de la sanidad privada en España. Propiedad de la familia Abarca Cidón, el grupo ingresó más de 414 millones de euros en 2018, último dato disponible, y tiene cerca de cinco mil empleados. Fundado en 1989, se ha convertido en una de las compañías más poderosas del sector, en parte gracias a una estudiada estrategia de adquisiciones. Sus dueños mantienen la vista fijada en la Costa del Sol desde hace meses, como demuestra la compra también de las clínicas Santa Elena y El Pilar. Aunque apenas han trascendido datos de la operación, que aún no han hecho pública e incluye una asociación con Hospital Chip, fuentes consultadas por SUR sostienen que el precio total ronda los cien millones de euros.
El doctor Gálvez Ginachero, fundador del hospital, fue uno de los ginecólogos más destacados de España. Ejerció como médico privado de María Victoria Eugenia y Alfonso XIII y trabajó en el Hospital Civil, además de abrir su propio sanatorio en 1892. Completó sus estudios en París y Berlín, donde aprendió técnicas de asepsia y esterilización que importó a Málaga cuando en la ciudad aún morían decenas de mujeres y bebés por la falta de higiene en el parto y las infecciones contraídas después. Gálvez también fue presidente del Colegio de Médicos y alcalde de Málaga entre 1923 y 1926. Su legado permanece vigente en un centro de más de quinientos metros cuadrados ubicado en el privilegiado entorno de la Catedral y donde ahora trabajan unos 120 trabajadores fijos. Por sus instalaciones han nacido más de 60.000 bebés.
El accionariado de Gálvez estaba dividido entre varias manos, con una sociedad limitada llamada Kiril, propiedad de Alicia Gálvez Petersen, como principal accionista. También lo era de su hermana Paloma, que murió de forma trágica en 2010 durante el naufragio de un barco incendiado en Turquía. La tercera generación se completaba con Miguel, fallecido por las complicaciones derivadas de una encefalopatía. La cuarta generación es más numerosa, con una decena de miembros, de modo que la gestión por parte de la quinta generación resultaba ya una tarea casi imposible por la disparidad de opiniones.
Algo parecido ocurrió en la Clínica Santa Elena, ubicada en Torremolinos. La muerte en 2018 de su director, el doctor Javier Seara Escudero, abrió un período de incertidumbre que concluyó con su venta. El centro, fundado hace medio siglo, ofrece más de una treintena de especialidades. La operación se completa con la Clínica del Pilar, fundada por Isidro Garnica y Pilar Cerezo en 1955. Ambos centros están pilotados por la marca World Health Management (WHM), que comparte sede en Madrid con la sociedad madrileña HM Hospitales International Patient.
El caso de Chip, detallan las fuentes consultadas, tiene algunas diferencias porque su gerente, Jesús Burgos, sigue al frente de la gestión. Desde Chip prefieren «no confirmar ni desmentir» esta operación, aunque Toni Serra, de WHM, ya figura como general manager de Santa Elena, Clínica del Pilar y Complejo Hospitalario Integral Privado (Chip).
Málaga dispone de unas cinco mil camas hospitalarias, de las que el 55 por ciento aproximadamente pertenecen a la sanidad pública y el resto, a centros privados, según el Catálogo Nacional de Hospitales. La llegada de HM, aunque no incrementa la oferta porque los centros adquiridos ya tenían uso hospitalario, empuja al grupo madrileño en la pugna que desde hace años mantiene con otras grandes compañías privadas por el liderazgo del sector.
La compra de Gálvez por parte de HM, además, garantiza la continuidad de su uso hospitalario, que estaba en el aire por otras propuestas que pretendían convertir el suelo para acondicionarlo como hotel, una posibilidad más sugerente desde el punto de vista económico pero que exigía una odisea administrativa que la familia ha preferido evitar.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, como recuerda Ángel Rodríguez, doctor en Medicina y Cirugía, la tasa de mortalidad en España era de 28: en un año fallecían 28 de cada mil personas. La esperanza de vida al nacer estaba en 35 años para las mujeres y la tasa de mortalidad infantil se situaba en 186, es decir, morían 186 menores de un año por cada mil nacidos vivos. Y la letalidad por partos se encontraba en la terrible cifra del 12 por ciento, representando un acontecimiento deseado y temido a la vez, dándose la paradoja de que la mortalidad era mayor si el niño nacía en aquellas modernas maternidades que si el acontecimiento ocurría en el domicilio materno. Con este panorama sanitario se encontró el doctor Gálvez Ginachero cuando empezó a ejercer en Málaga.
Destaca Rodríguez que Gálvez se empeñó en hacer que su trabajo tuviera todas las cualidades de la excelencia: «Supo muy bien cuánto de humanitario tiene la profesión de médico y que, arropando a la patología, existen factores sociales de gran relevancia que el médico, en lo posible, debe tener en cuenta, pues modulan la enfermedad en su historia natural. Él sabía bien que trabajaba con remedios imperfectos, pero con la conciencia cierta de que donde no llega la ciencia, puede llegar siempre el amor, porque si su dedicación era remediar la enfermedad, el dolor, también se responsabilizaba del desasosiego y las carencias. En la práctica médica esta forma de actuar ha sido refrendada como eficaz, necesaria: la medicina no es muy efectiva si primero no ha sido afectiva».
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