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La falta de oxígeno es uno de los principales problemas del país. EP
El grito de auxilio de la India se oye en Málaga

El grito de auxilio de la India se oye en Málaga

El descontrol de la pandemia arrastra al gigante asiático al infierno y la Embajada solicita a los españoles que regresen. No todos están dispuestos

Domingo, 9 de mayo 2021, 01:41

Hace unos días, los españoles que viven en India recibieron un mensaje de la Embajada: «Vuelvan lo antes posible». La emergencia sanitaria desatada en el país asiático deja un reguero insoportable de miles de muertes diarias y escenas desoladoras: cremaciones masivas en plena calle, hospitales colapsados y una crisis económica y social que agrava la pobreza estructural de muchas familias. Nadie lo esperaba. Pese a su superpoblación, con más de 1.300 millones de habitantes, India había resistido los primeros zarpazos del coronavirus con una de las tasas de letalidad más bajas del mundo y mayor número de recuperaciones que de nuevos contagios. Sólo había sufrido una ola de la pandemia cuando la mayoría de países ya sumaban tres y hasta cuatro estallidos de casos. Pero todo comenzó a descontrolarse hace unas semanas.

José Antonio Hoyos, cooperante de la Fundación Vicente Ferrer, lo define como «un calambrazo». Hasta hace veinte días llevaban una vida normal: «Creíamos que se había superado. Casi no había restricciones, se podía hacer turismo y las mascarillas no eran obligatorias». Ni siquiera consultaba ya los datos en el periódico: «Había ocho mil positivos diarios en un país con más de mil millones de personas». Ahora esa cifra se ha disparado hasta cerca de medio millón de contagios cada día y la situación «es crítica». Este voluntario burgalés, que trabaja como profesor en una escuela de idiomas, no planea regresar pese a las recomendaciones de la Embajada. Tampoco Sandra Palma, que dejó su vida en Málaga para crear una asociación sin ánimo de lucro destinada a abrir escuelas en áreas donde los niños apenas tienen acceso a la educación: «Hay gente que muere mientras espera oxígeno en los hospitales. Es una realidad que está pasando».

Entre José Antonio, que vive en Anantapur, al sur de India, y Sandra, instalada en Rishikesh, a los pies del Himalaya, median dos mil kilómetros, muchos más de los que separan su Burgos y Málaga natales. La distancia ayuda a comprender las dimensiones del país, más propias de un continente. Pero el diagnóstico, aunque India encierre enormes diferencias entre unas zonas y otras, resulta similar. «El país está asfixiado», desarrolla José Antonio: «Casi el noventa por ciento de la economía india es informal, no tributa ni tiene pensión ni servicios de salud ni capacidad de ahorro. Son vendedores ambulantes, agricultores, obreros, trabajadores y propietarios de pequeñas tiendas que siempre viven al límite. Comen con lo que trabajan ese día». El confinamiento constituye un arma de doble filo: alivia la crisis sanitaria pero deja a millones de personas al borde de la ruina absoluta: «Hay que hacerlo con delicadeza para que la gente no muera de hambre. Podría ser peor la orilla que el naufragio».

El país sufre cremaciones masivas desde hace semanas. Reuters

«Aquí mucha gente vive en la calle», coincide Sandra: «Las personas que se dedican a vender chai (una bebida típica, hecha a base de té y especias) o fruta, por ejemplo, le tienen más miedo al hambre que al virus. La enfermedad es lo de menos para ellos. Aquí tenemos malaria, tuberculosis... Yo pasé el dengue en 2019. Es triste, pero es así». Para comprender la situación en India hay que desprenderse de la perspectiva occidental. «Para un occidental», reflexiona José Antonio, «un cuerpo ardiendo en la calle llama la atención, pero aquí es algo habitual». Las cremaciones de estas últimas semanas, sin embargo, sorprenden incluso a los propios indios: «No son actos de recogimiento ni funerales, sino una gestión rápida e improvisada de miles de cadáveres con los que no saben qué hacer». Porque los hospitales no dan abasto. El de la Fundación Vicente Ferrer, en Bathalapalli, tuvo que derivar todas sus especialidades, desde la pediatría hasta la traumatología, para destinar sus casi 250 camas a pacientes con Covid.

Los ecos de ese grito de auxilio también se escuchan en Málaga. El nadador Christian Jongeneel, que hace seis años dejó su trabajo como ingeniero forestal para colaborar con la fundación, difunde desde hace días una campaña para recaudar fondos con los que adquirir e instalar un generador de oxígeno en Bathalapalli: «En el hospital hay un contenedor de oxígeno que antes se rellenaba cada dos o tres semanas y ahora necesita suministro a diario. La vida de mucha gente queda a expensas de que llegue el camión». Aunque no visita India desde antes de la pandemia, Jongeneel permanece conectado con colegas como José Antonio y conoce las necesidades del país: «Mantener medidas de higiene básicas allí es complicado porque en muchos sitios ni siquiera tienen jabón. Hay miles de personas deambulando por las calles en busca de respiradores y comida. Con los recursos que tiene el país será imposible salir de esta crisis, es como intentar apagar a soplos un incendio. La solución es la vacunación».

La vacunación en un país superpoblado supone un reto titánico. EFE

Alcanzar la inmunidad de grupo en un país con más de mil millones de habitantes supone un reto colosal, aunque se produce la paradoja que de India es el mayor productor de vacunas del mundo. Por eso su Gobierno reclama que se liberen las patentes de vacunas, medicamentos y productos necesarios para controlar la pandemia, propuesta que ya ha atraído apoyos como el de Estados Unidos. España ha anunciado que enviará dosis a países en vías de desarrollo cuando al menos el cincuenta por ciento de su población esté vacunado. La estrategia india no distingue entre grupos de riesgo: puede vacunarse cualquier persona mayor de dieciocho años. José Antonio recuerda que apenas tuvo que esperar para recibir su dosis: «Pero ahora todo ha cambiado. Esta ola ha reducido el porcentaje de rechazo a la vacuna, que era bastante alto». Ahora no hay dosis para satisfacer una demanda que no para de aumentar y los centros sanitarios tienen que colgar el cartel de 'No quedan vacunas' para evitar que cientos de ciudadanos se agolpen a sus puertas.

Rudi Tiessler, malagueño que vive desde hace tres años en India, donde se dedica a tocar el saxofón en bodas y eventos, percibe «miedo, inseguridad y desconocimiento», una situación que equipara «a cuando en España no sabíamos lo que estaba pasando». Reside en el estado de Goa, uno de los principales destinos turísticos de Asia, aunque por su trabajo viaja por todo el país. O viajaba, porque ahora se ha cancelado cualquier actividad multitudinaria. Pero antes de esta sacudida, en India se celebraban festividades religiosas, mítines políticos, elecciones y hasta manifestaciones. «Había una sensación de falsa seguridad», resume José Antonio.

Aquel triunfalismo, pensar que el coronavirus había quedado atrás, ha arrastrado a India al infierno. Y su nueva cepa, que parece más contagiosa y, lo que resulta más preocupante, resistente a las vacunas, amenaza ahora a todo el planeta. La baja inversión en sanidad, la superpoblación de las grandes ciudades (mucho más azotadas por el virus que las áreas rurales) y la corrupción terminan de explicar un caos que preocupa mucho más allá de sus fronteras.

Sandra Palma: «Cada vez hay más pobreza»

Trabajaba como limpiadora en Málaga, pero lo dejó todo para instalarse en el norte de India y abrir escuelas en zonas rurales. Sin apenas recursos, fundó la asociación Semillas de Conciencia. «La situación está chunga», explica: «Pero la peor parte se la llevan Bombay y Nueva Delhi. No tienen espacio ni para quemar cadáveres. Y cada vez hay más pobreza».

José Antonio Hoyos: «Hasta hace semanas hacíamos vida normal»

Trabaja en Anantapur como profesor de una escuela de idiomas de la Fundación Vicente Ferrer. Este burgalés reconoce que no esperaba que se produjera una ola de estas características después de varios meses de tranquilidad pandémica: «Ha sido un calambrazo. Hasta hace tres semanas hacíamos vida normal». El país, insiste, está «asfixiado y colapsado».

Rudi Tiessler: «La gente no sabe lo que está pasando»

Vive en el estado de Goa, uno de los principales destinos turísticos de Asia, pero toca el saxofón por todo el país. Este músico malagueño equipara la situación actual «a cuando en España no sabíamos lo que estaba pasando» y percibe «miedo, inseguridad y desconocimiento», aunque recuerda que la verdadera emergencia se sufre en las grandes ciudades.

Christian Jongeneel: «Hay una preocupante inflación de oxígeno»

No ha vuelto a India desde que estalló la pandemia, pero Christian Jongeneel conoce bien las necesidades de un país del que se enamoró hace más de una década. El nadador malagueño dejó su trabajo para colaborar con la Fundación Vicente Ferrer, que ahora busca fondos para adquirir un generador de oxígeno, del que «hay una preocupante falta en los hospitales».

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