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Son las guardianas de los secretos más oscuros de los hoteles. Las 'Kellys', abreviatura de «las que limpian», como se hace llamar un colectivo históricamente ... silenciado pese a desempeñar un papel fundamental en el tejido turístico, llevan años en pie de guerra para reivindicar sus derechos. Eran el eslabón más desprotegido de la industria, hasta que comenzaron a alzar la voz y demostraron que son capaces de llevar al límite la negociación del convenio sectorial. Inma Rodríguez (Málaga, 1968) es una de las más combativas.
–¿Cómo ha cambiado la situación de las 'Kelly' con la pandemia?
–Es mucho peor que antes. Tenemos que hacer el doble de trabajo en el mismo tiempo porque ahora, además, hay que desinfectar todas las habitaciones. Y algunos se saltan el protocolo. ¿Quieres una anécdota graciosa?
–Claro.
–El otro día notifiqué un posible caso de coronavirus de un cliente. Y me preguntaron si estaba segura. ¿Cómo quieren que lo sepa? ¡Lo que nos faltaba era hacer PCR a los clientes!
–¿Entonces por qué pensaste que era un posible Covid?
–Porque tenía tos y en la habitación había un termómetro, pañuelos, medicamentos...
–A diario debéis hacer cerca de 30 habitaciones y más de 50 camas... ¿Los directores de hoteles creen que tenéis superpoderes?
–Tendría que haber posado con el martillo de Thor, no con una escoba (risas). Empiezo a sospechar de mis músculos. Yo misma me asombro. Mucha gente en el gimnasio no saca los músculos que yo saco en el trabajo.
–Pero es un trabajo duro. A menudo desayunáis Ibuprofeno.
–Y Paracetamol, Enantyum...
–Ya tenéis media carrera de Farmacia, entonces.
–Tú me dices cualquier medicamento y yo te puedo decir para qué vale, o me dices qué te duele y yo te digo qué te van a recetar.
–¿Y si me duele la rodilla?
–Naproxeno (risas).
–¿Qué le dirías a Pedro Sánchez si lo tuvieras delante?
–Que cumpla lo que prometió. Lo de fichar a la hora de entrar y salir está muy bien, pero no lo están cumpliendo.
–¿Cuántas horas extra habrás echado sin que te paguen?
–Si me las pagaran ahora sería como si me tocara la lotería. Yo trabajo seis horas y tengo 25 habitaciones que dan para ocho o nueve horas, así que todos los días echo alguna hora de más que no cobro.
–¿Qué es lo peor que te has encontrado en una habitación?
–¡Uy! Eso da para escribir un libro... Hay muchas guarrerías. Si las cuento me censuras.
–Prueba.
–Hubo una persona muy importante que dejó un preservativo pegado en los azulejos...
–¿Quién?
–Eso no te lo puedo decir.
–La profesión, nada más.
–Político. Y hay gente que vomita y lo deja ahí, o que deja las cositas, ya me entiendes, entre las sábanas. Nos hemos encontrado hasta vibradores, dentaduras y piernas ortopédicas. ¡Y un cliente se dejó la muñeca hinchable!
–¿Quiénes son más sucios: los turistas nacionales o los guiris?
–Los polacos suelen ser bastante sucios. Los alemanes son los más limpios. Los ingleses son ordenados, pero luego ensucian mucho a la hora de comer porque están todo el día con el té y las galletitas... Pero los peores, sobre todo, son los jóvenes con hijos pequeños y quienes vienen para despedidas de soltero o soltera.
–¿Qué les dirías a quienes opinan que unos tienen que ensuciar para que otros tengan trabajo limpiándolo?
–¿Que qué les diría? Que si en su casa son iguales. No somos criadas ni esclavas. Somos trabajadoras de hoteles, pero no tenemos que ir detrás de los clientes ni abrirles la puerta. No podemos tocar la ropa, por ejemplo. Eso lo tienen que ordenar ellos.
–Qué poco solidarios somos.
–¡Poco o nada! Hemos tenido despedidas de soltero que hasta costaba entrar en la habitación por cómo estaba, hemos hecho lo que hemos podido y luego se han quejado en los cuestionarios. Hay personas que incluso hacen sus necesidades en la bañera.
–Sois un sector muy combativo. No os achicáis ante nadie.
–¿Pero sabes cuántas somos? Somos muchas miles de limpiadoras de hoteles sólo en la Costa y luego a las manifestaciones vienen unas pocas. Nos quejamos mucho en Facebook, pero luego... Algunas se lo dicen a la jefa entre bromas, pero con los directores nadie se atreve a abrir la boca. Antes teníamos más fuerza.
–Por el miedo al despido, supongo. Ahora es muy fácil.
–Claro. Ya es muy complicado que hagan fija a alguna. Y lo tienen muy fácil para despedirnos.
–Por acabar en clave positiva: ¿Alguna vez te han dejado un mensaje bonito?
–Sí, una vez me dejaron una nota que ponía: «Muchas gracias por cuidar de mí y de mi familia durante este tiempo. Has ayudado a hacernos más felices las vacaciones». Me gustó mucho porque valoraron de verdad lo que significa nuestro trabajo: queremos que los clientes estén cómodos. Si necesitan una almohada o un cenicero se lo llevamos, y a veces antes de que nos lo pidan.
–¿Qué se te pasa por el cuerpo cuando ves que algún cliente ha hecho la cama?
–(Risas). Es una alegría, imagina. Lo que más nos cuesta es hacer la cama. Nos duele mucho la espalda. Y una cama hecha no es sólo una alegría, sino que demuestra que esa persona se preocupa por ti, por lo que estás haciendo, e intenta suavizar nuestro trabajo. Les doy mucho mérito.
–Pues a ver si empezamos todos a hacer las camas.
–Bueno, nosotras con que no lo dejen todo patas arriba nos conformamos. Porque a veces entras a una habitación que está hecha un desastre, no sabes por dónde empezar y te pones de los nervios.
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