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ANA JIMÉNEZ
Lunes, 3 de octubre 2022, 00:24
Ni 'Kaimikura' ni Goliat. Su nombre es Francisco Javier Dólera y su pasión es el arte urbano, concretamente el muralismo: «Los medios han sacado varios ... nombres para referirse a mí, no sé por qué. Yo firmo con mi apellido siempre. Los otros apodos los han debido ver en trabajos muy antiguos míos o incluso es mi perfil de 'MySpace'», sentencia el artista mientras dibuja los últimos trazos de un gran trébol de la suerte en una de las persianas de calle Jonás en el barrio de la Victoria.
Él es muralista, que no grafitero porque, aunque ambos usan el espray como herramienta, ese término «suele conllevar una connotación más negativa, de pintar en la calle sin permiso o en zonas ilegales», como él mismo indica, lleva enamorado del arte desde que era muy pequeño, desde el colegio: «Cuando me vine de Murcia con siete años ya me gustaba pintar. De adolescente empecé a estudiar diseño de interiores y aún me gusta. Al final estudié Diseño Gráfico en San Telmo. Pero siempre me ha gustado pintar y vi que podía ganarme la vida con esto, pero de pequeño no me imaginaba que mi profesión sería muralista», relata con el pasado reflejado en cada una de sus palabras. En el colegio el arte se veía y se ve como una habilidad menor, un 'hobbie', algo que distrae más que enseñar: «Siempre ha sido así. Yo hacía muchos dibujos en mis cuadernos y las pintas tampoco acompañaban. Me llamaban la atención de vez en cuando por el pelo largo o por los garabatos, pero no era mal estudiante, aunque si que me distraía un poco», confiesa con la niñez escondida en un hilo de voz.
Los trazos rápidos y firmes contrastan con sus primeros grafitis, que rememora entre risas y un poco de vergüenza: «Todos empezamos como grafiteros. El primero que hice fue en Murcia, en un 'skatepark' con mis primos cuando tenía 13 años. Creo que puse 'Milk', leche, o algo así», y añade sin dejar de reír: «Pintaba con esmalte de uñas, rotuladores o lo que fuese. No tenía definido ni un nombre. Además, no era tan fácil como ahora conseguir un espray». Lo que no ha cambiado en absoluto en 31 años desde ese primer grafiti es la 'Ley de la calle' entre los artistas urbanos: nadie pinta encima de otro grafiti: «Da igual el ámbito o la temática. Incluso si ves un muro lleno de firmas que parece no tener orden, ninguna pintada pisa a otra, hay un respeto. Todos sabemos dónde estamos, lo que hacemos y el coste de un bote de espray».
Unos pequeños metros de sombra en la estrecha calle resguardan al artista del calor abrasador de la tarde de verano en Málaga, aunque al moverse hacia otro local cuya persiana pintó hace poco la temperatura sube tanto que la propia obra parece estar sudando. Los colores brillantes de la conocida Farola al estilo picassiano se realzan sobre la capa blanca que retoca mientras habla: «Este es uno de mis trabajos más recientes», destaca mientras agita el espray con fuerza. Este, como otros tantos locales cuyas fachadas llevan su firma en la zona de Cristo de la Epidemia, pertenecen al proyecto 'Color en el barrio' del Ayuntamiento de Málaga, del que Francisco Javier Dólera forma parte en la actualidad: «Estoy involucrado en varias asociaciones y proyectos. Este concretamente me parece muy interesante, porque pretende embellecer el barrio y dar visibilidad a los comercios de la zona». El ruido de las persianas de los locales cercanos cerrándose provocan que la mirada del muralista se dirija al final de la calle como una bala y puntualice: «Justo esa persiana que hay allí la pinté hace varias tardes. Por esta calle tengo varios trabajos hechos como parte del proyecto».
Los materiales esperan pacientemente en una esquina a ser utilizados por el artista, que no deja de pelearse con una escalera alta difícil de mover, pero necesaria para su trabajo. Múltiples colores se solapan en sus manos, ropa e incluso zapatos. Unas motas de color verde destacan especialmente en los tenis negros del muralista, que cuenta una de sus últimas meteduras de pata, literalmente: «Hace unos días metí el pie entero en un bote de pintura verde. Manché todo el suelo y tuve que limpiarlo. Gracias a Dios la pintura siempre tiene arreglo». Una carcajada inunda la calle mientras los últimos retoques blancos se secan. Aunque Málaga es ahora su lienzo, también lo han sido otras ciudades en las que ha dejado su firma como Granada, Tenerife o incluso París, de las que ha quedado prendado y de las que se inspira en sus obras.
En lo referente a su futuro, este parece estar en la Costa del Sol y en su apreciado barrio de Nueva Málaga, siguiendo sus tres bases que han construido los pilares que le han mantenido en los siete años que lleva dedicándose profesionalmente al muralismo como autónomo: «Constancia, trabajo y seriedad». En este rincón del mundo, acompañado de su familia, la alegría se ha convertido en el color que pinta cada uno de sus días: «Con mantenerme donde estoy ahora, dedicándome a esto al 100% y ganándome la vida, dejando mi creatividad libre y sin seguir del todo las normas del todo soy feliz». Aunque las miras de Dólera van más allá de los muros malagueños: «Uno siempre sueña con murales más grandes, trabajos más grandes en esta ciudad y en otras», comenta sin perder de vista sus materiales.
Agosto se refleja en las ventanas de los edificios colindantes con los últimos rayos de sol de la tarde. Más persianas cercanas cierran sonoramente, dejando visible la otra cara de los comercios. Los colores crean pasillos llenos de vida, transportando a quienes se refugian del sol a distintos lugares de la ciudad y del mundo. Los colores grises en la chapa, minoritarios pero existentes en algunos escaparates, miran pacientes a ser las siguientes en convertirse en un pequeño trozo de arte firmado por Dólera. Un niño de unos 10 años que llega de la playa con su madre mira ojiplático la persiana del local en Calle Jonás y los botes de pintura antes de entrar a su portal. Sus labios parecen preguntar si el arte es algo de lo que se puede vivir. La respuesta es pronunciada por Francisco Javier Dólera como si se tratase de la verdad más grande del universo: «Sí. Pregúntale a Michael Jackson o a Queen».
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