Sala de espera del vacunódromo del Palacio de Ferias. foto: Salvador Salas | vÍDEO: PEDRO J. QUERO

Así funciona el mayor vacunódromo de Málaga

El SAS enseña músculo en el Palacio de Ferias, donde cada día inmuniza a tres mil personas entre 'selfies', brazos desnudos y jornadas de doce horas: «Esto es histórico»

Domingo, 30 de mayo 2021, 00:50

No hace tanto que volvían a casa con el miedo en el cuerpo y marcas en la cara por los equipos de protección, preguntándose si habrán contagiado a sus familiares, repasando en silencio los momentos en los que se saltaron el protocolo de forma involuntaria: ... aquella vez que se llevaron las manos a los ojos, el bolígrafo que no debieron recoger del suelo, la mascarilla que mantuvieron puesta más horas de la cuenta. Por eso ahora, poco más de un año después del primer estallido de casos de coronavirus, en el ambiente del Palacio de Ferias y Congresos de Málaga, uno de los principales vacunódromos de Andalucía, flota una ilusión casi tangible. «A ver lo que decís», avisa entre bromas María José García a los estudiantes del último curso de Enfermería que cargan vacunas: «No habléis de la tiranía de los docentes, que todavía no estáis graduados». Y todos estallan en una risa liberadora, balsámica tras un periplo que por fin muestra la puerta de salida.

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García es enfermera del servicio de urgencias de atención primaria en el centro de salud de Puerta Blanca: «Estamos acostumbrados a luchar contra el virus, a atender pacientes enfermos por los que a veces ya no puedes hacer nada. Esto es diferente». Porque aquí, en este recinto reconvertido en macroambulatorio, el Covid-19 no se trata: se previene. No hay respiradores ni pulsioxímetros, sólo cajas y más cajas de vacunas, algodón, jeringuillas, guantes y gel hidroalcohólico. Cada día se administran entre tres y cuatro mil dosis de las cuatro marcas aprobadas hasta ahora por la Agencia Europea del Medicamento: Pfizer, AstraZeneca, Moderna y Janssen. Esta semana, por primera vez, el Palacio ha abierto sus puertas cuatro días en lugar de dos, como hasta ahora. El incremento en el envío de inyectables permite elevar a ochenta mil el número de dosis inoculadas en la provincia en los últimos siete días.

Uno de cada tres malagueños ha recibido ya al menos una dosis de la vacuna. Muchos han pasado por aquí, donde trabajan más de una veintena de enfermeras, además de los alumnos de último curso, el personal del Palacio y voluntarios de Cruz Roja. «Hay muchas personas colaborando», reconoce Aurelio Campos, miembro del Colegio de Enfermería y uno de los responsables de la vacunación en el recinto, donde se ha habilitado la zona de carga y descarga para instalar cientos de sillas y una decena de puestos para administrar las dosis.

Ciudadanos accediendo al Palacio de Ferias y toma de la temperatura al entrar. Salvador Salas

Antes hay que tomarse la temperatura, acercando la frente o la muñeca a los termómetros fijos situados en la entrada. El siguiente paso es certificar la cita en alguna de las mesas con ordenadores atendidas por profesionales como Gloria González, enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Regional, que ha colgado la bata por unos días para dedicarse a una labor «mucho más agradecida» aunque igual de intensa: «Les pedimos el DNI para comprobar que han sido citados y les preguntamos si han pasado el coronavirus y si son alérgicos a algún medicamento». En caso de que sean alérgicos, el tiempo de espera tras la vacuna debe ser de treinta minutos. Si no, basta con un cuarto de hora para constatar que no se han producido efectos secundarios. «Como mucho», detalla Campos, «hemos visto algún mareo y algún que otro cuadro de hipotensión, pero el porcentaje es mínimo».

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Más común que los efectos adversos son los intentos de burlar el sistema de citas, como reconoce González: «Hay personas que vienen con la cita del vecino o de algún familiar, por eso pedimos el documento de identidad». Aunque el trabajo resulta más liviano que en primera línea de fuego, el ritmo no cesa: «El viernes sólo tuve tiempo para ir al baño. Hoy al menos he desayunado». En el Palacio se vacuna desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde. Los trabajadores se dividen en dos turnos: de ocho a dos y de dos a ocho, aunque algunos, como Gloria, escogen el día entero. Por eso en las bambalinas de este vacunódromo improvisado, que funciona con precisión de cirujano, hay sofás y mesas con termos de café, paquetes de sobaos y manzanas.

«Relajamos el brazo», avisa Paula Fernández, estudiante de Enfermería que no oculta su alegría: «He empezado a vacunar esta mañana, estoy súper contenta. Llevo un montón de dosis puestas ya, he perdido la cuenta». A su lado, cariacontecido, espera sentado Antonio Pedraza, que trabaja en los talleres del periódico La Opinión: «Tengo ganas, pero ahora me han entrado los nervios cuando lo he visto todo preparado». Apenas nota el pinchazo y se dirige a la zona de espera, junto a los puestos de vacunación. Segundos después entra Rami, pensionista de 71 años: «Me toca la segunda dosis de Pfizer. Estoy estupendamente, ningún efecto secundario». Para María, otra estudiante, «es un día histórico». Sus compañeros rellenan las bandejas, cada una con 140 dosis: «Empecé la mañana diciendo: 'Tengo que contar cada vacuna que pongo', pero ya me he perdido. No soy capaz de seguirlo. Viene mucha gente». De otro puesto sale José María, de 54 años, que trabaja como electricista para el Ayuntamiento: «Me han puesto la primera dosis. He animado a toda mi familia. Estar sin vacunar es exponerte al riesgo de que te toque la mala lotería del Covid».

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Colas para ser vacunado, momento de la inoculación y sala de espera tras el pinchazo para posibles reacciones. Salvador Salas

«¿Dónde vamos a salir?», pregunta Paula, que no borra la sonrisa: «Es que tengo a mi abuela como loca, todos los días viendo el periódico y poniendo la tele. Le digo: 'Abuela, chiquilla, que somos muchos vacunando'». Ha empezado sus prácticas hace apenas unas horas, aunque le hubiera gustado inmunizar a sus familiares: «A mi padre lo citaron el viernes pasado, imagina qué rabia. Y a mi madre, el jueves en el centro de salud. Me hubiera encantado, a ver si con la segunda dosis... Hoy viene el padre de una amiga y le he dicho que busque mi puesto, que lo vacuno yo. Que esto no pasa todos los días». Le quedan, como a sus colegas, tres semanas para acabar la carrera: «También hago prácticas en Urgencias de Carlos Haya, pero me ofrecí voluntaria cuando la profesora nos convocó por correo para venir al Palacio de Ferias. Esto me encanta».

Lidia, comercial de 53 años, venía atemorizada por su hermano: «Me dijo que le había dolido muchísimo». Pero no ha sido para tanto: «Yo ni me he enterado». José Antonio Liñán, de 54 años, ni siquiera se sienta para vacunarse: «Ha sido rápido y cómodo, tenía muchas ganas. No he preguntado qué vacuna me han puesto. Me da igual. Si la Agencia del Medicamento dice que todas son buenas, yo me fío. Ellos son los profesionales. Detrás de esto hay muchos bulos». A sus espaldas, en los boxes de vacunación, se suceden los 'selfies' y los brazos despejados, listos para recibir una vacuna que promete poner punto y final a la pesadilla.

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