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Si hay una diva en el mundo animal, es el flamenco. Cada movimiento que realiza puede ser un mundo. Evoca conceptos como belleza y partida, transmite melancolía. Es huraño y espantadizo. Ver como una bandada surca los cielos de la desembocadura del Guadalhorce es uno ... de los espectáculos más extraordinarios que se pueden ver en Málaga. El acontecer, por inusual, se multiplica cuando este misterioso animal se funde con el taró. La voluntad de madrugar y el buen hacer del fotógrafo eternizan la instantánea.
Apenas son las ocho de la mañana. Mientras que los malagueños conducen por la autovía y la ciudad se va desperezando, los flamencos permanecen ajenos al ritmo que marca la ciudad. La desembocadura del Guadalhorce es como un microcosmos. Un ecosistema que funciona a su manera y constituye una de las grandes joyas medioambientales que existen en Europa. En sus lagunas, que se estiran como remiendos, esta ave encuentra su refugio y atrae a ornitólogos de medio mundo.
Un sonido, por leve que parezca, es suficiente para que los flamencos inicien el vuelo. El sol está tapado por el taró, que recuerda a una cortina gris que no lo tapa todo y deja algo para la intuición. Hay también algo de místico en la imagen. Antepuesto, la bandada de flamencos iniciando un viaje hacía no se sabe dónde. Puede ser Fuente de Piedra o puede ser Doñana. También cabe la posibilidad de un viaje de ida y vuelta. Detrás, el taró tapando el sol que intenta ganar en altura. El amanecer es cíclico. También lo es la presencia de flamencos en Málaga, aunque la cadencia es mucho menor.
El taró impide que el sol se refleje en el plumaje de los flamencos. La instantánea que capta el profesional, por lo tanto, no se convierte en una paleta de colores. Pero la imaginación dibuja nubes veteadas de rosa y anaranjado. Ya no son las ocho y la belleza de estas aves está a punto de desaparecer del campo visual que ofrece el enfoque de la cámara. En realidad, iba a ser un jueves más. Ahora quedará como uno de esos días en los que Málaga regala un recuerdo que se incrusta en el cerebro.
Los flamencos desaparecen casi en un abrir y cerrar de ojos. El taró ya se ha disipado. En lo efímero está lo atrayente, lo que seduce.
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