Quién les iba a decir que vivir rodeados de naturaleza se iba a convertir en un problema para su salud. Adolfo Cayuso vive con su mujer, Daria, su hijo, Patrick y sus tres pastores alemanes en el diseminado Valseca, en Los Montes de Málaga. Este invierno están sufriendo la peor invasión de orugas procesionarias del pino desde que se mudaron allí, hace casi una década. Y es que, según denuncia, aunque los agentes forestales de la Junta han hecho tratamientos, los nuevos productos que ha impuesto la UE son mucho más suaves y no funcionan.
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«Este año ha explotado, está todo infestado de nidos, hay cientos», asegura. Como consecuencia, una vez que las orugas iniciaron su desfile para bajar de los árboles, hace un mes, comenzó su calvario, con fuertes urticarias que tiene que tratarse a base de antihistamínicos y corticoides. «Las orugas eyectan los pelitos urticantes cuando se sienten amenazadas, y aquí qué hace siempre un poco de viento, vuelan y tengo que salir dentro de una burbuja, como un apicultor, porque hay muchísimos pelos en el ambiente, es una situación muy desagradable», se lamenta. El afectado asegura que no puede ni pensar en salir a pasear porque incluso atraviesan la ropa.
«Vivimos una película de terror 'gore', no soy aprensivo pero es que las filas y las pelotas de gusanos están por todas partes», asegura. Para colmo, Adolfo Cayuso trabaja muchos días desde casa y apenas puede salir. Si para los humanos es peligroso, lo es mucho más para sus mascotas. «Nos hemos gastado una pasta en veterinarios; uno de ellos todavía está en tratamiento».
Los vecinos han intentado diversos métodos caseros para tratar de contener la plaga, pero no paran de llegar a sus hogares. Y la causa, a su juicio, es que los tratamientos insecticidas que la Junta ha aplicado este año «no funcionan como debería». «Lo peor es que nos dicen que no pueden hacer nada, que ahora tiene que ser todo ecológico por la legislación europea. «Aseguran que han fumigado por medios terrestres y aéreos, pero con un insecticida biológico que consiste en unas bacterias que, más que matarlas, parece que les han dado de comer, porque nunca habíamos tenido tantos problemas».
Desde la Delegación de Sostenibilidad y Medio Ambiente de la Junta en Málaga admiten que hay un problema con el catálogo de materias activas y productos, tanto «biológicos» como sintéticos, para el control de la procesionaria que la UE ha autorizado. «La diferencia con los que antes estaban autorizados y utilizados (principalmente diflubenzuron/Dimilin) es que eran algo más eficaces y sobre todo mucho más persistentes en el tiempo, lo que se traducía en mayor comodidad de aplicación y efectividad al actuar sobre toda la población de procesionaria, independientemente del escalonamiento de los nacimientos», informan fuentes técnicas de este departamento.
En cambio, actualmente se está utilizando bacillus/Foray por medio aéreo, y deltametrina/Decis para la parte terrestre. «El bacillus no tiene nada comparable con el diflubenzuron al ser métodos de acción totalmente diferentes. Es menos eficaz, mucho menos persistente y mucho más complicado de aplicar. Todo esto se traduce en que es menos efectivo». «En cuanto a la deltametrina que usábamos antes y ahora es exactamente la misma, pero con mucha menos persistencia, lo cual baja un poco la efectividad».
Además, las fuentes indican que el hecho de ser biológico sólo se basa en que el origen de la materia activa del producto fitosanitario es natural, «pero no tiene en cuenta el impacto real sobre la entomofauna que lo recibe, aparte de la procesionaria, ya que su especificidad llega a otros lepidópteros».
El vecino afectado también lamenta que las orugas han dañado gravemente los pinos que han colonizado, y que se ven cada vez peor. «Dicen que los insecticidas químicos no están permitidos porque afectan, pero el bosque está infestado por miles de orugas y se está secando». «Los forestales son conscientes de que este producto no funciona. Ellos pasean, lo ven y también sufren las urticarias, pero tienen las manos atadas».
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La única solución que les han dado es poner una trampa de feromonas en cada árbol para que no bajen las orugas, pero no es viable para su economía familiar, porque cada dispositivo de estos cuesta 35 euros. «Son muchos árboles y estos productos son hipercaros», se lamenta.
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