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Las situaciones más duras, las más extremas, sacan lo peor y también lo mejor del ser humano. Y brillan esos héroes anónimos a los que en el día a día ignoramos. No son héroes con capa, aunque a veces visten uniforme: bata blanca y patucos, traje azul y placa, o la camisa del súper. Luego hay otros héroes que son aún más anónimos. Que pelean cada día sin descanso desde su trinchera para hacer mejor el mundo que les rodea. Esos, que diría el escritor alemán Bertolt Brecht, también son imprescindibles.
Lola y Pedro son dos de esos héroes, aunque no se reconocen en esa piel. Cuando el sábado por la noche llegaron a la sede de Hogar Abierto, en la calle Barroso, tanto los policías como los miembros de esta asociación, que colabora con la Junta en la acogida de menores, los recibieron como a tales. El matrimonio no entendía por qué, y quizá ahí reside su grandeza. Ninguno de los dos le dio importancia a que, en plena crisis sanitaria por el Covid-19, y con toda la psicosis colectiva que ha generado la pandemia, ellos decidieran acoger en su domicilio a tres niños desamparados que podían ser portadores del virus, ya que la mujer que estaba a su cargo acababa de ingresar en el hospital en estado crítico y con fiebres por encima de 40ªC.
Todo comenzó a las tres y media de la tarde del sábado, cuando una menor de 13 años, de origen chino, marcó el número del móvil de una amiga y le contó a su madre que la persona que les cuidaba había caído al suelo tras perder el conocimiento y no respondía. Ella estaba sola con sus dos hermanos, de 2 y 3 años. Sus padres no podían hacerse cargo de ellos en estos momento y llevaban desde febrero a cargo de esa mujer.
Los agentes que acudieron a auxiliarlos accedieron a la vivienda pertrechados con mascarillas, guantes y todo el kit de prevención frente al coronavirus. La cuidadora, efectivamente, yacía inconsciente en el suelo. Los médicos del 061 activaron el protocolo por Covid-19 y la trasladaron directamente a la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Hospital Carlos Haya. A los niños, pese a que habían estado en contacto directo y permanente con ella, no se les hizo el test porque así lo dice el mismo protocolo, ya que estaban asintomáticos.
A partir de ahí, la historia no se escribe en los renglones rectos de la administración. Los agentes contactaron con la Policía Autonómica y ésta con el Servicio de Protección de Menores. El protocolo –otra vez, aunque es uno distinto– dice que el acogimiento urgente, ese que presta una treintena de familias que integran la bolsa de Hogar Abierto (en total, para las distintas modalidades de asistencia, son más de 100), es solo para menores de siete años y por un periodo máximo de seis meses. Y el caso complicaba la empresa.
Aunque en un primer momento, precisamente por aquello de los protocolos, se valoró la opción de enviar a la mayor a un centro de protección y a los pequeños con una familia de acogida, finalmente se descartó esa idea. Primero, por no separar a los tres hermanos. Y segundo, porque ante la sospecha de contagio del virus suponía crear dos posibles focos y enviar uno a un centro tutelado donde hay más niños.
Cuando el acogimiento es para dos hermanos, la tarea se vuelve mucho más complicada, porque las familias que acogen tienen sus propios hijos y puede que no dispongan de espacio o recursos. La bolsa se reduce. Si difícil es acoger a dos, más aún lo es cuando son tres, y la mayor además tiene 13 años. Pero si encima hay sospecha de que pueden estar contagiados por coronavirus, la bolsa ya no se estrecha, sino que se estrangula.
En Hogar Abierto marcaron el número de teléfono de Lola y le explicaron la situación y los riesgos. El matrimonio vive en una casa aislada en la provincia de Málaga, tiene hijos mayores y una larga experiencia en acogimiento. Una familia sencilla. «Dame cinco minutos, que lo hablo con mi marido», respondió. Sólo necesitó dos.
Entrada ya la noche del sábado, Lola y Pedro llegaron a la sede de la asociación. Allí les esperaban los tres niños. No fue el recibimiento habitual. No hubo abrazos, ni besos. Solo una distancia prudencial, la de seguridad. Los policías locales y la asociación les dieron los guantes y mascarillas que pudieron para que los usaran en el día a día. Al menos así pudieron darse la mano y marcharse juntos hasta el coche, al que será, provisionalmente, su nuevo hogar.
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