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Parecía inmortal, pero no lo era. La noche del miércoles, de manera inesperada, falleció a los ochenta y nueve años Zoilo Montero Álvarez, el propietario de Ultramarinos Zoilo, en la céntrica calle Granada, 65. Toda la jornada ha sido un continuo desfilar de amigos y familiares, a pesar de ser 15 de agosto, para darle el pésame a su mujer Mari Carmen, a sus hijos Zoilo, Luisa y Ginés y a su sobrino nieto Yeray.
Tras la jubilación de Pedro Arribere (de la ferretería El Llavín), Zoilo era el decano de los comerciantes malagueños. Llevaba tras el mostrador de su ultramarinos de la calle Granada tres cuartos de siglo viendo pasar la vida. Como él decía, hasta fue testigo en unas inundaciones de cómo el agua se llevaba calle abajo los melones del puesto que se instalaba delante del cine Astoria.
Nació en mayo de 1935. De hecho, enseñaba su carné de identidad ante la incredulidad de algunos clientes. Era de los que ya no tenía fecha de caducidad. Vino al mundo en Herrera (Sevilla) y su padre y su abuelo eran taladores -talaores, como él decía-, pues se dedicaban al arte de podar olivos y a prevenir incendios con sus talas. Como no quiso seguir el oficio de sus ancestros, se vino a Málaga tras sus tíos maternos. Con Antonio Álvarez aprendió el oficio en Pedregalejo. Sudaba haciendo el reparto a domicilio en bicicleta, como solía contar.
En una ocasión bajaba la pendiente cuesta del Colegio de la Asunción cuando se le rompieron los frenos y casi se mata. Otro de sus tíos, Isidoro, se hizo con el negocio de comestibles que había frente a la iglesia de Santiago y allí se fue a Zoilo a trabajar con él. Corría el año 1950.
Seis años más tarde, cuando Zoilo volvió de la mili, descubrió los tratos que tenía su tío Isidoro con un vendedor de aceite para tomar el traspaso de la tienda y le convenció para quedarse él mismo con el negocio, aunque solo tuviera veintiún años. En 1956 nace Ultramarinos Zoilo. No tenía horario. Abría la tienda cuando se levantaba y trabajaba todo lo que el cuerpo aguantara. Era joven y eran otros tiempos.
Conoció a su mujer Mari Carmen porque trabajaba en una huevería que había dos puertas más arriba (hoy tienda de souvenirs). Zoilo Montero ha sido un comerciante nato como el ya mítico comerciante: Rafael Pérez Cea. Dominaba las artes comerciales como nadie. Era todo bondad y amabilidad. Jamás perdía la sonrisa. El cliente siempre salía satisfecho.
Su tienda de ultramarinos es de los pocos comercios tradicionales que sobreviven en el centro de Málaga. Los productos que vende son los de siempre y algunos de sus proveedores se mantienen desde los primeros tiempos. Un ejemplo: el jamón de York es el mismo que tomaba en casa de pequeño. Hasta hace poco todavía bajaba a abrir la tienda cada mañana.
Como solía colocarse al final del mostrador, debido a la corriente, se resfriaba algunas veces. Pero nada parecía minar su salud de hierro. Después de la pandemia se cayó al tropezar en un escalón en el portal de su casa y se rompió varias costillas, pero al poco, recuperó la movilidad e incluso se quedó más delgado. Era de ver el amor con el que paseaba con su mujer cada mañana. Contaba cosas antiguas de Málaga, y nunca hablaba mal de nadie. Virtudes a imitar. Málaga y la calle Granada se quedan huérfanas de su presencia.
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