Borrar
Gavilán posa con su libro durante una presentación. SUR
«Que me expliquen cómo puedo atender a alguien en cinco minutos»

«Que me expliquen cómo puedo atender a alguien en cinco minutos»

El médico malagueño Enrique Gavilán narra en un libro cómo sufrió el síndrome del trabajador quemado y alerta sobre los factores de riesgo como el estrés o la desigualdad

Domingo, 3 de noviembre 2019, 00:28

Tratamos los resfriados al primer síntoma, pero apenas prestamos atención a los factores de riesgo sociales y laborales que pueden desencadenar enfermedades en ocasiones inhabilitantes. El médico de familia malagueño Enrique Gavilán sufrió el síndrome del trabajador quemado, reconocido por la Organización Mundial de la Salud, y ahora vuelca su experiencia en el libro 'Cuando ya no puedes más', donde también analiza las luces y sombras del sistema sanitario público.

–En el libro confiesa que ser médico de familia llegó a arruinarlo «como persona, esposo, amante, padre, hijo, amigo y compañero». ¿Cómo acabó atrapado en esa espiral?

–Las jornadas de trabajo agotadoras y los papeleos hacen que te sientas deshumanizado, poco realizado como persona. Nos vemos obligados a atender muchas consultas, y cuando no puedes hacer tu trabajo como te gustaría sientes una frustración que a mí personalmente me llevó a la situación que describo en el libro. Cuando alguien pasa por un episodio de mucho sufrimiento, aunque el origen esté relacionado con el trabajo, termina afectando a toda su vida. En mi caso, por suerte, no llegó a arruinar nada lo suficiente como para que no fuese posible recomponerlo.

–¿Las consultas de cinco minutos, e incluso menos, son compatibles con una atención médica digna?

–Hay consultas que se pueden resolver en cinco minutos, por ejemplo cuando alguien viene con un resfriado. Pero que alguien me explique cómo puedo en ese tiempo acompañar a una persona que acaba de perder a su hijo, atender a una mujer que confiesa que es víctima de violencia de género o informar a alguien de que tiene un cáncer incurable. Cuando esto sucede, debes dedicarle el tiempo que haga falta... Pero a costa de los demás, que se agolpan en la sala de espera.

–Critica que la medicina de familia a menudo es considerada la Cenicienta del Sistema Nacional de Salud. ¿Cuáles son las consecuencias de ese desprecio?

–La medicina de familia nació el mismo año que la Constitución española, pero aún hay gente que no sabe que es una especialidad. Sin embargo, nuestros pacientes sí que valoran nuestro trabajo: hay estadísticas que dicen que los médicos de familia somos los especialistas médicos mejor valorados por los usuarios.

–También critica el «hospitalcentrismo»; cuando estalló la crisis, los centros de salud sufrieron los mayores recortes en materia sanitaria.

–Una atención primaria de salud fuerte es capaz de dar respuesta a la mayoría de los problemas de salud de los ciudadanos, desde diagnosticar y tratar una simple otitis hasta atender a un paciente terminal con cuidados paliativos, pasando por mil y un problemas distintos. Lo hacemos con cercanía y con humanidad, o lo intentamos. No hay especialidad que abarque tanto y que tenga tanto potencial para promover la salud.

–Como médico de familia, ¿suelen sentirse despreciados por los médicos de los hospitales?

–En el trato diario no. Cuando hablas con ellos para intentar dar la mejor atención a un paciente concreto, responden y solemos ir de la mano y trabajar de manera coordinada. Pero cuando ves que nos cargan con tareas administrativas, como recetas, volantes o partes de ambulancia, que les corresponde a ellos gestionar y lo delegan en ti, llegas a sentirlo, claro. Yo soy médico, no administrativo.

–En el libro cuestiona los análisis rutinarios y reclama más atención a los factores de riesgo sociales. ¿Hay peligros para nuestra salud que estamos pasando por alto?

–Por supuesto. La sanidad no puede abarcarlo todo. La contaminación atmosférica y el cambio climático atentan contra la salud. La mala alimentación también. La soledad, la pobreza y la desigualdad... Ninguna de esas cosas son competencia de las consejerías de salud, en sentido estricto.

–Reconoce que los antidepresivos lo ayudaron cuando atravesó una crisis profesional y personal, pero a la vez duda sobre su efectividad.

–En términos generales, los estudios demuestran que tienen escasa utilidad. En mi caso, tenía mucho sufrimiento y había probado ya de todo para encontrarme mejor, y al fallar me puse en manos de mi médico y de los fármacos. Al cabo de pocas semanas empecé a notar algo de mejoría, pero también efectos secundarios. En cuanto pude, dejé de tomarlos.

–En otro de los episodios del libro revela que entre médicos llaman «enemigos» a los pacientes. ¿El sistema, con la falta de recursos y las consultas abarrotadas, fuerza ese ambiente bélico?

–Bueno, espero que nadie se lo tome al pie de la letra. Es una expresión llena de ironía, en realidad no pensamos que los pacientes sean nuestros enemigos. Pero es cierto que en ocasiones un centro de salud atestado puede ser lo más parecido a una trinchera y que en ese ambiente lo mejor a lo que puedes aspirar es a sobrevivir.

–¿Está la crisis económica detrás de muchas enfermedades laborales?

–Esta última crisis ha acentuado las desigualdades y ha supuesto una merma de derechos laborales. Hay mucha gente que no quiere que les des de baja laboral y que prefieren que hagas lo posible para que puedan volver al trabajo, aun estando enfermos, porque temen perder ser despedidos.

–Critica las condiciones abusivas bajo las que trabajan los médicos de familia, la precariedad, que no se releven las jubilaciones y la sobrecarga laboral, pero nada de eso ha impedido que vuelva a enamorarse de su profesión. ¿Qué ha ocurrido?

–No todos los centros de salud son iguales, incluso el mismo centro puede ser otro distinto con que haya dos o tres personas que cambien. En mi caso, al dejar el centro en el que estuve, comencé a trabajar en otro donde hay mejor ambiente de trabajo, menor volumen de pacientes y se trabaja en equipo. Así todo es más fácil. Y a mí, que me encanta mi profesión, me ha cambiado la vida.

–Recientemente la Organización Mundial de la Salud ha reconocido como enfermedad el síndrome del trabajador quemado.

–Es un trastorno que lleva mucho tiempo en boca de todos, aunque ahora lo hayan reconocido como enfermedad. No sólo lo provoca estrés laboral, sino una serie de circunstancias que hacen que te sientas poco valorado. Y eso te vuelve cínico.

–¿Cuáles son los síntomas de este síndrome vinculado al trabajo?

–En mi caso sentía un sufrimiento muy alto relacionado con mi trabajo. No sabía si era depresión, ansiedad o el síndrome del trabajador quemado, y en realidad me daba igual el nombre. Cuando iba al trabajo sentía presión y ansiedad e iba desmotivado y angustiado. No prestaba suficiente atención al trabajo, estaba especialmente irritable y tenía la sensación de llegar mucho más cansado de lo normal a casa. Es un sentimiento de desasosiego continuo. También padecí problemas de sueño.

–Si los trabajadores públicos, que se supone que están más protegidos, sufren este tipo de problemas, ¿cuál es la situación entre los empleados que a menudo alcanzan las diez u once horas diarias de trabajo?

–No sé si hay datos que demuestren que hay mayor predisposición en el sector público o privado, pero está comprobado que tiene mucha relación con empleos basados en el trato y los cuidados a otros, como la sanidad o la educación.

–Pero supongo que, en estos años de crisis, ha visto aumentar los casos de enfermedades laborales.

–Como le decía antes, he tenido muchos pacientes que no querían que les diera de baja por temor a ser despedidos, incluso después de accidentes laborales. Lo único que desean es que les pongas lo que sea para seguir trabajando. Otra consecuencia de la crisis es el repunte de problemas de salud mental, como depresión, ansiedad o insomnio. El uso de antidepresivos se ha disparado estos años.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur «Que me expliquen cómo puedo atender a alguien en cinco minutos»