María García, de 44 años, convoca para esta entrevista en una cafetería del Parque Tecnológico. El temporal, que parecía que ya se había ido, muestra resistencia. El cielo luce gris, empieza a llover y el día peina incómodo. Ya no lo es cuando María empieza ... a recordar las condiciones en las que ella y su equipo han trabajado los últimos ocho días. Diez grados bajo cero, quince grados bajo cero y en el epicentro de una de las mayores catástrofes humanas de la historia reciente.
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Esta malagueña, que forma parte de la ONG 'Bomberos Sin Fronteras', acaba de volver de Turquía. De vez en cuando se toma tiempo para responder. Bucea en el recuerdo reciente para repasar lo vivido en la ciudad de Maraş, una de las más afectadas por el terremoto. Lo hace con notable capacidad para acercar el escenario de la catástrofe, pero también con el aviso de que hay algunas imágenes que se quedan en la cabeza para siempre. «Que me digan que soy un héroe me incomoda muchísimo», insiste por si acaso.
–Acaba de llegar de Turquía. ¿Qué ha visto ahí?
–Mucha pena. Lo que hemos visto ha sido una catástrofe de una gran magnitud. A nivel de concentración de población, este terremoto ha sido muy dañino. Ver a tantísimos edificios con tantísima gente dentro ha sido desolador.
–¿Qué hay en usted para que decida coger una mochila y trasladarse al epicentro de una de las mayores catástrofes de la historia reciente?
–La profesión de bombero es muy vocacional. Lo que se te pasa por la cabeza es lo siguiente: si tengo la preparación, tengo la profesión y tengo el conocimiento… ¿Cómo no voy a ayudar a una población que lo está pasando tan mal? ¿En qué moral me movería si no lo hago? Vivimos en una sociedad, ¿no? Pues lo lógico es aportar cuando pasan estas cosas.
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–¿La palabra devastación se redefine?
–La palabra devastación la vi en la cara de la gente, en los turcos. Claro que ves una devastación material, pero la devastación de verdad se ve en los rostros de las personas. Ahí se ve la verdadera tragedia.
–¿Miedo?
–Claro. Si no sintiera miedo sería una irresponsable.
–¿Cómo se gestiona?
–Pones en una balanza tu competencia profesional. Sabes realizar tu trabajo con ciertas garantías, que para eso te entrenas. A partir de ahí, tienes que hacer una compensación porque hay percances que pueden pasar. Que te compense el riesgo que corres con el beneficio que puedas obtener. Al final, eso es algo muy personal de cada uno. Por ejemplo, nosotros siempre entramos de dos en dos. Por si hubiera una réplica, que no pille a todo el equipo. Volviendo al miedo... el miedo no es malo, es bueno. Pero lo superas porque sabes que compensa.
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–¿El ser mujer ha sido un factor diferencial para algo?
–En mi equipo soy una más. Por la constitución física, sí lo puede ser en momentos puntuales. Entras por algunos sitios que otros no. Y, dependiendo de la cultura del país al que vayas, puede ser que una mujer se sienta más cómoda si es atendida por otra mujer.
–¿Cómo han sido las condiciones en las que han tenido que trabajar usted y sus compañeros?
–Muy duras. Los primeros tres días, prácticamente, no dormimos. Sabes que la curva de supervivencia desciende muy rápido y no descansas. Además, comes cuando puedes. En este sentido, la población local se ha portado de diez con nosotros. Luego, las temperaturas tan bajas de noche, con diez y quince grados bajo cero. Eso era terrible. Hacíamos fogatas con los mismos deshechos que dejaban los edificios.
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–¿El cuerpo no le pedía parar en algún momento?
–La mente es infinitamente más fuerte que el cuerpo. Nuestra última intervención, que por eso perdimos el avión de vuelta, duró 38 horas seguidas. Cuando llegué a casa, me senté cinco minutos en el sofá y desperté a las 15 horas.
–¿Cuántas personas han podido sacar con vida?
–Cuatro. Además, logramos localizar a una quinta que luego fue rescatada por un equipo italiano.
–¿Y cadáveres?
–También. Lo que pasa que en esos momentos esa no es la prioridad. Los cadáveres se pueden ir recuperando después.
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–¿El cuerpo de un muerto se trata con menos delicadeza para acelerar los trabajos?
–Los profesionales sabemos que no. Bajo mi punto de vista, merece el mismo respeto que el de una persona con vida.
–¿Cómo se mentaliza uno?
–Es muy duro. Todo es tan catastrófico y lo que ves te afecta. Si no me afectara, sería una psicópata. Recuerdo el primer crío que sacamos, que tenía doce años. Pues su familia no salió. Sus hermanitos pequeños se murieron, su padre, su madre… Luego, a los dos días, me enteré por las autoridades locales que ese niño tenía otro hermano más que sí había sobrevivido. Eso fue muy reconfortante.
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–¿Qué imagen le persigue?
–La cara de ese niño, su carita de miedo. Yo también tengo hijos, vale. Empaticé mucho.
–¿Cuál fue su mayor momento de felicidad?
–Con esas cuatro personas que logramos sacar. Los ves cuando los sacas ahí en shock porque todos salen en shock. Pero sabes que les has dado otra oportunidad. Eso es muy gratificante.
–¿Ha visto correr muchas lágrimas?
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–Sí. Lo que pasa es que en Turquía la gran mayoría son musulmanes. Y ellos no intentan llorar delante de sus familiares porque se supone que no es apropiado, que la despedida no debe ser entre lágrimas. He visto mucha contención cuando se sacaban sus fallecidos.
–¿Usted ha llorado?
–Pues claro. ¿Cómo no voy a llorar? Lloras por los que sacas con vida y también por esos a los que no llegas.
–¿A qué suena una catástrofe de este estilo?
–A silencio.
–¿Pero no hay mucho ruido? ¿Los taladros, los escombros, la maquinaria pesada?
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–El ruido es todo el tiempo. El jaleo de la maquinaria es constante. Pero para mí la catástrofe empieza cuando alguien pide silencio para escuchar una víctima debajo del edificio y toda esa marabunta guarda silencio a la vez.
–¿Cómo son esos silencios?
–Sobrecogedores. Sabes que esos silencios se deben a qué hay una persona enterrada ahí.
–¿Cómo reacciona un cuerpo que está enterrado en vida?
–No estoy muy segura de cuál es el mecanismo, pero lo que sí puedo asegurar es que las víctimas que vamos sacando, los primeros días, están muy desorientadas. No responden a nada. Yo creo que el cuerpo entra en una especie de letargo.
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–¿Y a qué huele una catástrofe como la de Turquía?
–A muerte y a gasolina.
–¿El hedor de la muerte?
–Con el paso de los días va a más. Cuando son casas unifamiliares, puedes huir un poco. Pero cuando son estructuras grandes huele por todas partes. Tienes que convivir con ese olor porque la persona a la que vas a rescatar, que tienes entendido que está con vida, pues está al lado de varios fallecidos.
–¿Su familia?
–Mi marido, que también es bombero y forma parte de mi equipo. Él fue quien me metió en el mundo de las catástrofes y le tengo que agradecer mucho. Ha sido mi mentor, compañero, lo ha sido todo. También tengo tres chicos.
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–¿Qué le dicen sus padres?
–Que en la próxima me desheredan. Lo que hago es que me pongo disponible y a ellos se lo digo a última hora para que sufran el menor tiempo posible.
–¿Piensa en sus hijos?
–Todo el tiempo. Pero tienes que ser profesional y apartar algunas pensamientos para seguir trabajando. Luego, cuando tengas un hueco, lo primero que haces es llamarlos.
–¿Le incomoda que le den las gracias?
–Pues a veces, sí. O que me digan que soy un héroe. Que me digan que soy un héroe me incomoda muchísimo. Si me pongo a pensarlo de manera más profunda, detrás de esto hay también un pensamiento egoísta por mi parte. Es que a mí me gusta el servicio. Creo que algunos calificativos que recibimos se exceden.
–¿Acabamos esta entrevista con un gracias de nuestra parte?
–Eso no hay problema.
–Gracias.
–Gracias a vosotros.
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