Secciones
Servicios
Destacamos
Observar flamencos en la desembocadura del Guadalhorce es como meditar. No son grandes bandadas como en África o en el Caribe, pero no es algo que reste esplendor a la escena. Un pequeño grupo formado por 50 aves se encuentra en la laguna principal de este espacio natural, el único en Europa que se encuentra en mitad de la ciudad. Los flamencos irradian una tranquilidad contagiosa. Algunos de estos animales introducen la cabeza en el plumaje y se echan a dormir. Otros meten sus largos cuellos en el agua para filtrar algo de alimento. Cualquiera de los movimientos que ejecutan se percibe como ameno y encantador. Sin esfuerzo logran balancear sobre una pierna. El color rosa resplandece con los primeros rayos del sol.
Poder ser testigo de este espectáculo que brinda la naturaleza también tiene algo de lotería. Hay que jugar muchas veces para que, acaso, toque unas pocas veces. Las probabilidades de éxito son más altas, sí, pero avistar flamencos en la desembocadura del Guadalhorce exige de perseverancia y paciencia. Este solo es un lugar de paso para estos animales. Al contrario de lo que pasa en Fuente de Piedra o en Doñana, los flamencos no anidan en Málaga. Ver a este grupo de flamencos, cuando Fuente de Piedra está drenada por la sequía, eleva el valor. Antonio Tamayo, uno de los guardas medioambientales de la Junta de Andalucía que patrulla los senderos, define la desembocadura del Guadalhorce de la siguiente manera: «Es un diamante en bruto por su ubicación en mitad de la ciudad».
Son las siete de la mañana en un día de terral en Málaga. El termómetro apunta alto y los flamencos también. Un pequeño movimiento, un ruido por muy leve que parezca, es suficiente para que estos animales se pongan en alerta y se eleven al cielo.
Los flamencos tienen varias características. Entre ellas, la de ser aves hurañas y espantadizas. Cuando inician el vuelo lo hacen de manera repentina. Desaparecen en forma de línea recta bajo el brillo del sol y solo la fuerza del teleobjetivo es capaz de captar este movimiento gracial. Sus cuerpos se comprimen en el aire y toman la forma de un cordel rectilíneo que se pliega en paralelo con el horizonte. «Para las personas ajenas al mundo de las aves, los flamencos son muy llamativos», precisa Tamayo.
El grupo en cuestión prosigue con su espectáculo. Tras surcar los cielos, desciende otra vez a uno de los humedales de la desembocadura del Guadalhorce. Las diferentes lagunas son como una gran alfombra de remiendos. Cada remiendo es un espacio de hábitat diferente que ofrece una gran ventaja para el ciudadano malagueño y para el que viene de fuera: la accesibilidad.
Doñana, por ejemplo, no se puede explorar por cuenta propia más allá del radio que se marca a partir de su centro de interpretación. En la desembocadura del Guadalhorce no se ponen barreras a la movilidad, más que las que marcan la destreza y el fondo físico de cada uno. Siempre, dentro de los límites que marcan los propios senderos.
Los flamencos son animales extraños. Las patas, cuando las tronchan, apuntan hacia atrás. El pico lo abren para abajo y cuando echan a volar sus cuerpos se comprimen. El balanceo a una pierna lo dominan como si nada. Si en el mundo animal existe algo parecido al yoga, los flamencos son unos alumnos aventajados.
También son buenos nadadores y tienen capacidad para recorrer grandes distancias. Lo que más les gusta, sin embargo, es permanecer en el agua. Tienen patas y cuellos tan largos porque se alimentan, principalmente, de algas planctónicas y pequeños crustáceos que filtran del agua y de la superficie fangosa.
El ave entre todas las especies de aves se siente como en casa en los humedales. En pocos otros lugares del vasto continente se concentra tanta fauna diversa y se dispone de la posibilidad de contemplar de cerca el espectáculo del flamenco sin necesidad de grandes desplazamientos. Una oportunidad que adquiere más valor en un año en el que la laguna de Fuente de Piedra, que suele atraer a miles de flamencos cada año, está sin agua, provocando que estos animales pasen de largo.
La desembocadura del Guadalhorce es también uno de los puntos de escala para otras aves exóticas como son el martín pescador, la espátula, la cigüeña negra, la gaviota de Audouin o la pagaza piquirroja. Es una visita que siempre merece la pena. Si la perseverancia o una buena dosis de suerte acompañan, un grupo de flamencos ameniza los sentidos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.