Jiménez, el alma máter y dueño del Onda, que estaba ubicado en la calle Gómez Pallete

Así era el Onda Pasadena, el bar que mencionó El Kanka en su pregón

Después de tres décadas de música en directo de todos los estilos, menos reggaeton, la subida del alquiler obligó a Daniel Jiménez a cerrar el mítico local hace seis años

Domingo, 18 de agosto 2024, 13:47

Haber nacido en los 70 y los 80 y no haber ido nunca a tomar la penúltima copa en el Onda Pasadena Jazz es como no haber acabado el puñetero álbum ese enciclopédico de futbolistas que llenan hoy día los niños durante meses. Siempre le faltará una estampa. El último clásico de la movida malagueña, con tres décadas de música en directo de todos los estilos, vino a la memora de muchos anoche durante el pregón poético y reivindicativo del Kanka, en la portada del recinto ferial del Cortijo de Torres. «Cuántas veces me habrán visto / Saliendo del Pasadena / con el garrafón en vena / y cara de Jesucristo», recitó el artista en uno de los pregones más poéticos y reivindicativos de los últimos años. Pero, ¿cómo era aquel mítico local que cerró sus puertas hace ya seis años?

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Su alma máter y dueño fue Daniel Jiménez. Elisa Camelia Zenoaga estuvo catorce años detrás de la barra mientras que Amapola García se encargaba en la recta final de ponerse en contacto con los grupos para cerrar conciertos que llenaban de vida la sala que cerró sus puertas en 2018. Por entonces Jiménez explicaba así los motivos de la despedida: «Lo mismo de siempre, ¿qué mueve el mundo? La pasta. Pues eso», dijo. El hecho, como contó entonces, es que se le había acabado el contrato de alquiler que tenía con los dueños del local, y éstos, quisieron subirle la cuota, «algo que no podría soportar porque esto siempre ha sido deficitario».

Lo bueno del Onda Pasadena Jazz es que solía ser el último garito abierto en el Centro hasta las seis de la mañana, un clásico de la movida malagueña, si es que alguna vez hubo algo así.

Del Onda siempre se acordará su clientela de esa música de los 80 y 90 a últimas horas, y de ese tenor, Juan González, que se entonaba a las cuatro de la mañana por ópera, lo que motivó que algunos le llamaran el terror. Cómo el humo, cuando se permitía fumar, hacía las veces de hielo quemado que ponían en los escenarios para darle vidilla a los cantantes, la gran mesa de snooker de la planta alta, que ya estaba tapada porque los «jóvenes son unos pusilánimes, y cuando es difícil lo abandonan». Cómo la ópera de 'Il Trovatore', de Verdi, que ejecutaban los mejores, estrenó de carambola aquí un miércoles, día del ensayo, cuando al Ayuntamiento le había costado 20 millones de pesetas llevarlo al Cervantes. Llegaron algunos para venir al cumpleaños de Natalia, invitados por Juan González, y acabaron haciendo los dos actos en el garito como el que no quiere la cosa, todo aderezado con las copas que les acercaban desde la barra. Rememora Dani cómo los músicos de los festivales de jazz del teatro acababan dando un segundo pase 'for free' hace algunos años. Una tradición no escrita.

En los últimos tiempos era territorio del pop, rock, punk, indie, y cualquier música que no sonase a reggaeton, que estaba prohibídisimo. Una blasfemia. El último concierto fuede 'Malicious culebra', en 2018, un grupo argentino que tenía un bolo esos días en el Wacken Open Air, de Alemania. Snakeyes, Pepe Vao, Tres de bastos, o la época dorada de Miguel de los Reyes, Cándido de Málaga hasta Lionel Hampton, que tocó espontáneamente tras el pase de rigor en el Cervantes, o The Living Deads han sido algunos de los 4.500 conciertos en estas tres décadas de apertura. Un background irrepetible.

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