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–A su mujer le diagnosticaron un cáncer. ¿Cómo gestionó ese trasvase entre lo teórico, después de toda la vida estudiando la enfermedad, y lo ... tangible, cuando entra en casa?
–Me acojoné. Es diferente, claro. Entra en juego una emotividad privada. Te toca algo íntimo. Por suerte ha ido bien, pero necesitó una cirugía compleja. Diría que la palabra es miedo.
–¿Le sirvió de algo?
–Hubiera preferido prescindir de esa experiencia. No creo que aprendiese nada. Siempre he pensado que quien se sienta al otro lado de la mesa necesita tu ayuda y tienes que echarle un cable. Eso no ha cambiado.
–Pero el diagnóstico dejó de ser algo ajeno que comunica a otros para ser algo propio.
–Sí, es jodido. Recuerdo perfectamente el momento en el que me dieron el diagnóstico. Le habían hecho una punción. Y mira que me dedico a esto, pero no estaba especialmente preocupado. Pensé que no sería nada. Hasta que el patólogo me llamó a casa para decirme que era un carcinoma. Respondí: «¿Qué?». No me lo creía. Fue un antes y un después. Me impactó tanto que ni siquiera fui capaz de decírselo ese día. Tardé dos días.
–Lo tuvo dos días guardado.
–Sí, y cuando se lo dije se quedó parada. La verdad es que todo aquello me tambaleó.
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