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Rocío, con su bebé en brazos, en la unidad de Cuidados Intensivos del Materno MIGUE FERNÁNDEZ
Emilio, 510 gramos de guerrero

Emilio, 510 gramos de guerrero

Nacido a las 23 semanas de gestación y tras un sinfín de complicaciones, el pequeño ha convertido su caso en «increíble» al salir adelante sin secuelas. Sus padres regresan al Materno un mes después del alta y recuerdan los más de 130 días de angustia pegados a la incubadora

Domingo, 4 de noviembre 2018, 00:44

«Emilio merece salir de aquí como lo que es. Un guerrero y un superhéroe».

Ese diagnóstico final, el que conectaba al pequeño superviviente con la vida de fuera después de haber compartido casi tanto tiempo en el vientre de una incubadora como en el de su madre, se dibujaba a principios de junio en rojo y en azul, en un pequeño traje con capita de Supermán que su enfermera Dolo tuvo que coserle a medida porque las tallas convencionales no entienden de héroes tan diminutos. Aquel día fue una fiesta en la sala de Cuidados Intensivos de la Unidad de Neonatología del Materno Infantil, porque después de más de 130 días conectado a mil cables, Emilio volaba al fin solo. En su chupete, la leyenda escrita de un «Me quieren mucho» para ilustrar a la perfección esa batalla librada en varios frentes contra un reloj biológico que lo trajo al mundo un 31 de enero y que no debería haberlo hecho hasta finales de mayo.

Porque la historia de Emilio, «Emilín el guerrero» para los que compartieron aquellos interminables días y noches, comenzó a escribirse por adelantado en esos capítulos de la ciencia médica que cataloga a los grandes prematuros: bebés que nacen antes de las 29 semanas –la gestación normal ronda las 38– y con un peso por debajo del kilo y medio. Emilio lo hizo a las 23 y con apenas 510 gramos.

«Cabía en la palma de mi mano», dice su padre, también Emilio, estirando los dedos para ilustrar la talla de los 28 centímetros de largo de su bebé. En ese gesto, la medida humana. Y en la explicación de la doctora María del Mar Serrano, una de las neonatólogas de la unidad clínica del Materno, la científica: «En España no se suele reanimar a los bebés que nacen por debajo de las 23 semanas porque las posibilidades de supervivencia son muy escasas. Hace diez años por supuesto ni se planteaba (...). Pero en el caso de Emilio decidimos luchar tras una decisión compartida entre los especialistas y los padres», reflexiona la doctora Serrano fijando esa línea invisible de las 23 semanas que separa la medicina del milagro. De hecho, si a las 24 «no suele haber dudas de la viabilidad en caso de que no surjan problemas», los siete días previos son definidos por los especialistas como un «periodo gris»: «Ahí no sabemos lo que va a pasar», admite la especialista, que valora el caso del pequeño Emilio como algo «increíble» ya que no sólo ha salido adelante, sino que además –y al menos por ahora– lo ha hecho sin secuelas y dando la espalda a una estadística que en esas circunstancias suele dejar poco margen a la esperanza: así lo confirman las cifras que maneja el Materno-Infantil, convertido en el hospital de España con mayor número de prematuros nacidos por debajo de las 32 semanas de gestación y el kilo y medio de peso. En 2017 se registraron nueve nacimientos como el de Emilio, a las 23 semanas. «La mitad de ellos fallecen, y los que salen adelante pueden presentar secuelas leves y moderadas en lo auditivo, lo oftalmológico o la capacidad motora», avanza la doctora Serrano con el pequeño Emilio en brazos y un contundente «... y mira, este niño está estupendo».

Fotos de familia de Emilio y Rocío con los profesionales del Materno MIGUE FERNÁNDEZ
Imagen principal - Fotos de familia de Emilio y Rocío con los profesionales del Materno
Imagen secundaria 1 - Fotos de familia de Emilio y Rocío con los profesionales del Materno
Imagen secundaria 2 - Fotos de familia de Emilio y Rocío con los profesionales del Materno

Pero burlar esa realidad no ha sido fácil. Que se lo pregunten si no a los padres del pequeño, Emilio Aguilar (34) y Rocío Matías (31), que hace un par de semanas, 30 días después del alta definitiva, regresaron por primera vez a aquel hogar en el que se convirtió la sala de cuidados intensivos durante cuatro meses interminables. La diferencia es que ahora lo hacen para unas revisiones rutinarias que se prolongarán hasta que el pequeño cumpla dos años y, sobre todo, para volver a dar las gracias y sentir el calor de esa otra familia que los arropó «en el momento más crítico de nuestra vida». Lo dice sin poder contener las lágrimas Rocío, reconvertida en una joven madre coraje junto a su marido Emilio porque tener hoy en sus brazos a este pequeño guerrero representa la (pen)última parada de un camino que había comenzado mucho antes. Y porque antes de él vinieron «un montón de tratamientos de fecundación in vitro» para lograr un embarazo y cumplir el sueño de ser padres aunque sin éxito. Así fue hasta 2015, cuando esta joven sevillana que se trasladó a Melilla para emprender una vida en común con Emilio, militar de carrera, quedó embarazada de manera espontánea. A las 31 de semanas de gestación, en una revisión rutinaria, los médicos que la atendían vieron que algo no iba bien. «Emma, que así se llamaba nuestra hija, se paró de repente», solloza Emilio, incapaz de describir esa sensación de «entrar a paritorio con un bebé y salir con las manos vacías».

La terapia especializada para superar el trance y el paso de los meses dieron a la pareja la fuerza necesaria para «apostarlo todo» y ponerse, a principios de 2017, en manos de la doctora Juana Crespo, una de las especialistas españolas con más reputación en tratamientos de reproducción asistida. Rocío y Emilio llegaron a su consulta de Valencia tras peregrinar por varios especialistas «que no fueron capaces de contarnos qué es lo que había provocado la muerte de Emma», relata Emilio. Con la doctora Crespo resolvieron sus dudas: «Nos dijo que nuestra hija no había salido adelante por una infección en el corazón y que para lograr el embarazo de Rocío, que tenía una endometriosis profunda, había que operar».

La intervención, que duró seis horas, se saldó con la extirpación de una trompa y con un pronóstico de la especialista que se cumplió a rajatabla: «En marzo hacemos la estimulación ovárica, en junio operamos y en septiembre estás embarazada». Y así fue. A Rocío le implantaron dos embriones, aunque la buena noticia llegaba también con un aviso que los padres no supieron interpretar hasta unos meses después: «Uno de los niños permitirá que el otro salga adelante», les dijo la doctora Crespo.

La manita de Emilio, a los pocos días de vida, sobre el dedo de su padre SUR

No en vano, la gestación del pequeño Emilio y de su hermano Manuel estuvo lejos de ser un camino de rosas. «Desde la semana doce estuve metida en la cama, y a las 22 semanas y cuatro días ya estaba completamente dilatada para parir», relata Rocío. Las horas de angustia se saldaron con un traslado urgente al Materno desde Melilla en un avión medicalizado, y después vino «todo lo demás». Con ese «todo lo demás» se refiere Emilio a una carrera contrarreloj de los médicos por salvar a los niños en una intervención (casi) sin precedentes: «Manuel estaba con el pie ya fuera del útero, así que plantearon sacarlo y cerrar para mantener a Emilio en el vientre de Rocío un poco más». Mientras tomaban la decisión y firmaban el consentimiento se precipitó el alumbramiento de los dos hermanos. Manuel, «muy cansado»; y Emilio, «enérgico y sin parar de moverse». Estuvieron juntos en la UCI tres días. Toda una vida para ellos, pero también para sus padres. «Cuando la doctora nos dijo que por los enormes daños que presentaba el primero de nuestros hijos recomendaban interrumpir la terapia vimos que la lucha ya sólo sería por Emilio», relata el padre con la voz casi en un susurro y guardando para sí el momento aquél en que ambos fueron a despedirse de Manuel: «Lo vimos, lo acariciamos; nos hicimos fotos...». En su pantalla del móvil, el piececito del pequeño arropado en la mano de su madre; y de repente en su ánimo el vértigo de comprender –ahora sí– aquello que les había anunciado la doctora Crespo: «Uno de los niños permitirá que el otro salga adelante».

Con ese duelo aún por cerrar y la cicatriz que representó la pérdida de Emma, Emilio y Rocío emprendieron el camino por ese «periodo gris», porque el pequeño que quedaba y que se revolvía en la incubadora con sus 510 gramos de fuerza tuvo que superar muchas pruebas: «Fue traumático, llegó a tener cinco vías; a la semana de vida le diagnosticaron una peritonitis, pero como era tan pequeño no podían operarlo y estuvo un mes con antibióticos hasta que pudieron acabar con la infección. Luego vino un problema respiratorio muy grave. Y más cosas (...)», enumera Rocío, que también ha perdido la cuenta de los días y las noches a pie de incubadora con su marido, consultando en Internet «todas las secuelas que podía llegar a tener» y tratando de ahuyentar esa reflexión tan humana que supone el plantearse si hacían bien «queriendo ser padres a toda costa».

Cuando nació, cabía en la palma de una mano y su madre no pudo cogerlo hasta los dos meses

Pero las semanas fueron dándoles la razón en su batalla. La guerra contra la incertidumbre, sin embargo, quedaba lejos de resolverse: «Eso es quizás lo peor; sólo se puede ir día a día», admite la pareja y hoy familia feliz de tres. Porque frente a las dudas y la angustia tuvieron el bálsamo de esa 'otra' familia del Materno que hoy recibe a Emilio con besos sonoros en el pasillo y con turnos para cogerlo en brazos. Rocío no olvida el día en que ella lo hizo por primera vez: «Fue a los dos meses de que naciera». Lágrimas. Y otras dos fechas que marcan la vida de su bebé: la edad real, que es casi de nueve meses –desde que nació–; y la corregida, que es de cuatro meses y medio –la fecha en la que tuvo que haber nacido.

«Nos han querido taaaaaanto....», se emociona de nuevo Rocío arrastrando mucho la palabra e incapaz de dejar fuera de su relato a ni uno solo de los gestos de los profesionales, «que dan mucho más de lo que les corresponde». Como Antonio, enfermero, que en verano renunció a cuatro días de sus vacaciones para acompañar a Rocío y al pequeño Emilio –aún sometido a una vigilancia medicalizada y constante– a Melilla para que ella pudiera compartir con su marido un reconocimiento militar. El trajecito de superhéroe de Dolo (Dolores Martínez) y el guerrero de Playmobil. Las nanas de cada noche que cantan algunos enfermeros para poner calor al frío pitido de la incubadora. Los ánimos de María del Mar, su doctora, que nunca dudó que «íbamos a ir a por todas». Los «venga», los «arriba el ánimo» y la mano en el hombro.  Los nombres de todos los demás: Paqui, Encarnita, Sergio, Ana, Marisa, Gracia, Natalia, María, Elías... Y una última súplica, ésta compartida por padres y profesionales y a la que pone voz la doctora Serrano: «Hacen falta más recursos y tenemos un problema grande por la escasez de enfermeros. De hecho, de las 21 incubadoras útiles sólo podemos utilizar 18. A partir de los 15 ingresos, nos vemos obligados a rechazar a los que vienen de fuera de la provincia (...)». «Damos mucho, pero necesitamos mucho más», cierra a modo de epílogo la especialista. Para que todos los guerreros salgan como Emilio. Como merecen.

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