Un viernes por la noche en un piso cualquiera. Un 'dj' da rienda suelta a su repertorio, pero no tiene a nadie que baile delante de él. En cambio, la sesión se está retransmitiendo en Internet. Con un poco de suerte hay alguien al otro lado del móvil que mira de reojo mientras llena el lavavajillas o frente al televisor mientras se languidece en el sofá. Bienvenidos al ocio nocturno en febrero de 2021, primer año después de la pandemia. El concepto de fiesta como se conocía hasta ahora, igual que tantas otras cosas, se encuentra en estado de excepción. Si hay que buscar al gran paria de esta crisis, seguramente se encuentre entre cabezas de luces, máquinas de humo y barras fluorescentes. Las discotecas han sido los primeros negocios a los que se les obligó a cerrar y serán los últimas en poder abrir.
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A continuación, un repaso a un año sin vida nocturna y sus consecuencias para un sector que siempre ha ejercido de válvula de escape para la sociedad y de anzuelo para colocar a Málaga en el punto de mira de turistas de todo el mundo.
Pasaba, eso era antes de la pandemia, que ya daba igual qué día de la semana era: en Málaga se podía ir de fiesta de lunes a domingo. Y salir de fiesta por Málaga, preferiblemente en el Centro, era siempre sinónimo de libertad. Significaba poder reinventarte cada noche porque siempre había un lugar para todo aquello que uno quisiera ser. Pero ahora las discotecas y las salas de fiesta están vacías. Cerradas a cal y canto desde hace meses. Ya no hay personas aguardando colas para introducirse en la prometedora oscuridad de la noche.
Nadie suda ya en pistas de baile abarrotadas o se mete en cuartos oscuros. No queda nadie para presumir de la gesta de haber logrado entrar en el último 'garito' de moda. Es como si el 'dj' le hubiera dado al pause para siempre, dejando paso a un silencio inquietante.
La Sala Gold es un ejemplo. Una de las discotecas legendarias del Centro, apuesta segura para pasar un buen rato, con los ingredientes exactos para que el ambiente no falle. También esta discoteca, que atraía a turistas y público local por igual, acumula casi doce meses sin actividad. Los lugares en los que se baila pegado, donde el sano roce nunca ha sido un estorbo, han quedado excluidos de cualquier relajación que se pueda plantear sobre las medidas impuestas para contener el coronavirus. ¿Cuándo podrán abrir otra vez las discotecas? Nadie lo sabe. Diagnóstico: incierto.
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El daño causado es enorme. La Federación de Salas de Fiesta y Discotecas de Andalucía (Andalucía de Noche) estima que en la provincia hay unos 100 establecimientos que entran en esta categoría. Antes de la crisis los empleados directos en el sector ascendían a 5.000. A eso hay que sumarle todo tipo de artistas, 'performance', 'dj's' o trabajadores culturales que ahora no reciben encargos. Un sector entero se encuentra ante un abismo y olvidado en todas las rondas de nuevas ayudas que se anuncian por parte de las administraciones. Si hubo una vez algo así como un bazooka de dinero público para empresas en peligro, a las discotecas y salas de fiesta, esa es la constatación generalizada en el sector, no se llegó ni a una pistola de agua. Las palabras «desamparo» y «abandono» cotizan alto cuando se habla con los responsables de las salas más punteras.
Juan Rambla es el propietario de la Sala Gold y lleva un año duro. «Se me cae el mundo encima cuando veo esto tan vacío», asegura desde el penumbroso interior de su discoteca. «Reconozco que intento venir lo menos posible, justo por eso». Rambla lleva 30 años en el negocio de la noche y asegura que siempre ha habido altos y bajos, pero nada comparado a esto. Hasta el último día que pudo abrir, eso fue el pasado 7 de marzo, le gustaba hacer acto de presencia en su negocio. «A mí me ha cambiado totalmente mi rutina. Ahora siento un vacío enorme. Todo se ha tornado en tristeza. Eso te afecta emocionalmente, claro», reconoce.
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Rambla tiene a sus trabajadores en un ERTE y asegura que las nulas perspectivas de saber cuándo podrá volver a abrir empiezan a hacer mella. En lo económico, pero también a nivel mental. Al problema del cuándo hay que sumar ya el problema del cuántos. ¿Cuántos van a quedar si esta situación se prolonga más en el tiempo? Las discotecas más conocidas del Centro puede que tengan algo más de pulmón, un colchón acumulado de los últimos años. Pero también están los locales más pequeños que se mueven con márgenes más estrechos, que van al día. No hay cimientos suficientes para una crisis como la que ha generado el coronavirus. Cada día cerrado es un día que reduce las probabilidades de sobrevivir.
Una discoteca no es como un interruptor que se apaga y se enciende con solo pulsar un botón. Por mucho que se rebajen todas las señalas vitales posibles para hibernar, hay gastos fijos que minan la liquidez. Los alquileres, por ejemplo. Parte de los gastos sociales que siguen corriendo, por ejemplo. Los sistemas de ventilación, por ejemplo. Los ICO están ejerciendo de calmante pero no dejan de ser deuda a medio y largo plazo.
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En la plaza Uncibay se ubica Andén, otra institución de la noche malagueña: 33 años funcionando de manera ininterrumpida. En el mundo de la noche, donde los negocios van y vienen, toda una plusmarca. Ignacio Canalejo es su gerente y todavía queda algo de incredulidad en su voz cuando empieza a rememorar los últimos meses. ¿Cómo se imagina la primera fiesta en Andén sin mascarillas y sin ningún tipo de restricciones? «Como es algo que veo tan lejos prefiero ni imaginármelo ahora mismo», contesta.
A Canalejo le preocupa que las administraciones «quieran aprovechar la coyuntura para machacar a un sector que nunca ha estado bien visto, aunque no entiendo muy bien el porqué». Siente que las discotecas se han convertido en las «grandes apestadas» de esta crisis. «Nos han convertido en los culpables de todos los males».
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Y aunque las administraciones decidan levantar algunas restricciones Canalejo se pregunta cómo se quiere que funcione una discoteca en un futuro. Conjugar fiesta y distancia social en una misma frase sería absurdo. «Si alguien viene a Andén es porque quiere la experiencia de una discoteca y no a un sucedáneo de discoteca», subraya.
El ocio nocturno se nutre del movimiento y de la estrechez. De que haya cercanía entre las personas. Llenar la pista de baile de sillas sería como poner cadenas invisibles. «Nuestro modelo de negocio va justo en contra de lo que exigen para la pandemia», expone. Y luego precisa que quiere dejar una cosa clara: «Si sanitariamente esto es necesario, somos los primeros en entenderlo. Pero no con esta sensación de machaque y abandono que estamos padeciendo. Hemos debido ser los que hemos traído el virus al mundo».
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Canalejo defiende que no se puede cerrar administrativamente un negocio sin ofrecer ayudas directas a cambio.
También mira con preocupación al futuro Pedro Marín. Es uno de los propietarios de Liceo, una céntrica discoteca que se inauguró en 1993. Marín es uno de los pioneros de la noche malagueña y recuerda como era el entorno de la calle Beatas antes de que la apertura de su discoteca logró revitalizar la zona. «Por aquí no se podía pasar porque era un foco de venta de drogas». Ahora siente que están mandando al cadalso a un sector entero.
Cuando le obligaron a cerrar, decidió aprovechar el tiempo para unas reformas en el interior de su sala. «Pensaba que esto iba ir como mucho para dos o tres meses». Al no ver horizonte alguno, ha decidido parar las obras de momento. Hace tiempo que contener gastos se ha convertido en el primer mandamiento.
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Marín, planta de exjugador de Caja Ronda, está cabreado y quiere que se le note. Como todos en su gremio se siente abandonado por las administraciones. «Desde el 7 de marzo llevamos cerrados y sin ningún tipo de ayudas. Estoy hasta las narices de las instituciones. Del Gobierno central, de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento de Málaga. No tiene sentido lo que están haciendo con el ocio nocturno. Nos están dejando sistemáticamente fuera de todas las ayudas. ¡No percibimos nada!», denuncia.
¿Cuánto tiempo puede aguantar así? «Tengo mi bolsa y cada vez se hace más pequeña. Yo quiero volver a abrir, pero muchos no van a poder. No les quedará ni para hacer el primer pedido de bebidas», advierte. Marín asegura estar algo desconcertado ante el «abandono» que sufre el sector y defiende que el ocio nocturno es un factor económico esencial para una ciudad turística como Málaga. Un argumento de peso para determinar si se opta por un destino u otro. Lo mismo opina Rambla: «En Grecia y Marruecos lo están potenciando. Corremos el riesgo de quedarnos atrás».
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La generación Easyjet o Ryanair, la que venía un fin de semana para salir de fiesta, seguirá existiendo tras la pandemia. La competencia será más feroz que nunca y, sin una oferta de ocio nocturno de calidad, Málaga perderá parte de su atractivo.
Hay otro hecho innegable: la noche siempre ha tenido una mala fama. Así es desde el principio de los principios. «Y Dios vio que la luz era buena. Luego separó la luz de la oscuridad», reza el Génesis. Las discotecas son lugares muy especiales. Atraen a público de todo tipo y son un fenómeno característico de la civilización urbana. En ellas se traspasan las barreras de la vida cotidiana. Canalizan una pulsión inherente al ser humano. Canalejo defiende que las discotecas tienen su papel y su función social. «Hemos sido de toda la vida una vía de escape para pasártelo bien, somos buenos para la salud mental. Aquí se conoce a gente, se socializa, se formalizan parejas, se acaban formando familias...».
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De vuelta al piso cualquiera del inicio. El 'dj' sigue intentando recrear el ambiente de fiesta. Resucitar la discoteca, al menos, en el mundo virtual. Hay algunos que han perfeccionado tanto la técnica en los últimos meses que incluso utilizan un croma para emular el ambiente de una sala. Lope Melgar, 43 años, es el residente de la Sala Gold. Para resumir sus últimos doce meses le basta con una palabra: aburridos. Lope se conecta algunos fines de semana y se graba mientras pincha para quitarse el gusanillo y no perder las facultades.
–¿Es lo mismo?
–Claro que no es lo mismo, ¿cómo lo va a ser pinchar contra la pared?
La música, aunque llega enlatada y con dudosa calidad de sonido, tras su paso por la fibra óptica, es pegadiza e invita a elevar el volumen del televisor. Al poco rato se escucha un golpe seco contra la pared. Es el vecino que empieza a protestar. Si esto es el futuro... entonces, buenas noches.
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