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«Vengo a visitar a mi mi madre, mi sobrino y mis abuelos cada dos semanas, pero la tradición de venir hoy a ver a mis seres queridos no me la va a quitar nadie». Así de rotunda se muestra Isabel Parra mientras sale del cementerio de San Gabriel, unas instalaciones que este pasado domingo presentaban una estampa totalmente atípica. «A estas horas estaría abarrotado, pero mira cómo está, como si fuera un día cualquiera», relata. La pandemia manda. Y también se notó en este día de Todos los Santos en cuanto se tomaba el desvío a Parcemasa. Ni rastro de los habituales atascos y el aparcamiento exterior estaba prácticamente vacío. También el autobús de la EMT que permanecía en la parada. «La gente ha estado viniendo toda la semana de una forma más escalonada, así que la mañana está siendo muy tranquila», explica el chófer.
El recuerdo de los seres queridos que ya no están se lleva por dentro y cada uno lo vive a su manera. Y pese a las limitaciones de aforo y a que muchos optaron por acudir a los cementerios en los días previos para evitar aglomeraciones, el sentimiento no cambia. «Esto es algo que cada uno vive de una forma distinta, y lo respeto. Pero yo vengo siempre a ver a mi abuelo, así que me cuesta entender que haya tan poca gente cuando luego las calles y los bares están llenos», comentaba Javier Calelle camino de la tumba de su abuelo.
Faltaban pocos minutos para las doce del mediodía y el contador de los vigilantes reflejaba que desde las ocho de la mañana únicamente habían entrado al camposanto 400 coches. «A estas horas estaría colapsado», afirmaba uno de ellos. Conforme avanza la mañana hay más movimiento. Pese a que las escenas de recogimiento y oración se repiten en cada pasillo, en la parte de los mausoleos había algunos niños correteando por el césped mientras sus padres se afanaban en dejar la tumba de los abuelos bien a punto. «Siempre venimos la familia junta», comentaba María al terminar de colocar varios ramos de flores. En ese momento pasa por la zona un grupo de voluntarios de Protección Civil que, junto a la Policía Local y personal propio de Parcemasa se encargan de velar por el cumplimiento de las medidas preventivas.
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Y hablando de flores, donde aseguran no levantar cabeza es en los puestos de venta del cementerio. «Entre el miedo que hay y que se ha pedido a la gente que no vengan tan de golpe para evitar aglomeraciones, este año está siendo lo nunca visto», afirmaba Ángeles García, que regenta una de las floristerías de Parcemasa. «Vamos a pagar los impuestos con flores, que sí que nos sobran», añadía en tono irónico tras lamentar el «fracaso total» que está sufriendo el negocio familiar.
Si la jornada fue ayer extrañamente tranquila en el cementerio de San Gabriel, el más grande de la ciudad, también en el de San Miguel. Debido al Covid-19, en este camposanto no se desarrolaron las habituales actividades culturales, aunque sí la misa a la que suele acudir el alcalde, Francisco de la Torre, y que se celebró en el exterior de la capilla con un aforo limitado de cien personas. También se han resentido las visitas en los cementerios de El Palo, Churriana y Olías sobre todo porque al ser más pequeños el aforo era más reducido (70 en los dos primeros y 50 en el de Olías) y la mayoría ha optado por acercarse en los días previos. «Tanto ayer como el viernes hubo más movimiento de personas trayendo flores y limpiando las lápidas, pero sin registrar aglomeraciones», relataba un empleado municipal del cementerio de Churriana. «Hoy está como un día normal», comentaba Francisca Luque que no falta a su cita casi diaria con sus padres. También da un repaso a la lápida de los suyos Josefina Fernández. «Vine el viernes después del trabajo para dejarlo todo listo y así hoy venir más rápido y evitar aglomeraciones». Como decía esta vecina de la barriada, «es lo que nos ha tocado».
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