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Después de una rueda de prensa, en mi primer verano de becaria
Como una potra salvaje
Diario de verano

Como una potra salvaje

Que me contrataran como becaria en un periódico de Málaga cuando era estudiante fue un viaje vital. El cuerpo me pedía asomarme a la ventana y gritar: Soy libre

Domingo, 21 de julio 2024, 00:14

El trabajo puede ser una esclavitud a los 40, pero cuando estás en tercero de carrera, es tu primer verano como becaria y te aceptan en un periódico en prácticas, en Málaga, a muchos kilómetros de Madrid, el cuerpo te pide asomarte a la ventana y gritar: Soy libre. Entiéndase, no es que antes estuviera presa, que siempre he sido muy de hacer mi santa voluntad, pero lo de no tener que pedir permiso, ni dar explicaciones es oro. Y con ese ánimo empecé a surfear mi vida laboral: a ratos hacía una montaña de un grano de arena (por ingenuidad más que otra cosa), pero en general me sentía capaz de comerme el mundo, como «una potra salvaje que va de viaje a lo desconocido», que resumiría Isabel Aaiún. Podría decir sin mentir que me di cuenta de que aquella era mi vocación y que, sorprendentemente, me lo pasaba bien trabajando, tanto que casi parecía mentira que me pagaran (muy poco) por eso y bla, bla, bla. Pero aquello más que un viaje geográfico fue un viaje vital: era independiente y podía decidir sobre mi vida. Claro que a esa jornada laboral hay que sumarle muchas noches de fiesta que se mezclaban con el trabajo, tanto que a veces era difícil distinguir.

En aquella época podían pasar cosas muy locas que hoy serían impensables, como alojar en mi casa a un percusionista que tocaba con Ketama, que se había quedado colgado en Málaga por la suspensión de un concierto y los promotores se habían quitado de en medio. Mi jefe de entonces, Antonio Roche, me dijo: Vete al Málaga Palacio y a ver de qué te puedes enterar. En el hall del hotel, con unas chanclas y las manos en los bolsillos por todo equipaje, estaba Joselín, el primo al que le cantaban 'Vente pa' Madrid', que entre los corrillos de periodistas cada poco preguntaba: ¿Y yo dónde duermo?. La juventud es generosa e inconsciente, así que me lo llevé al piso que compartía con una amiga. Antes fuimos los tres, con el fotógrafo, a cubrir la elección de Miss Torremolinos hasta las mil. Ninguno de los dos protestó: ni mi amiga se extrañó de que hubiera recogido a un artista por aquella época bastante desconocido (me tuvo que tararear el «Vente pa Madrid, vente Joselín…» para que le identificara), que se había quedado en la calle, ni él rechistó durante todo el certamen, al fin y al cabo tenía un colchón en el que dormir y había cosas más aburridas de ver que ver misses.

Ni entonces ni ahora los becarios suelen descubrir un Watergate, ni investigan asesinatos como 'La Chica de Nieve'. Eran tiempos analógicos, sin móviles, en los que tocaba improvisar. Descubrí que llegar a fin de mes no era algo que ocurriera necesariamente, que si había que recortar entre comprar comida o salir prefería lo primero, que en Málaga se desayuna salado, el significado de merdellón, que el terral me roba la energía, que la alegría de vivir es contagiosa y que, aunque no hayas nacido junto al mar, también puedes echarlo de menos, sobre todo las noches de moraga.

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