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Desde los 80, sin ira

Desde los 80, sin ira

ángel pérez mora

Domingo, 30 de diciembre 2018, 23:44

No era la tierra prometida, pero casi; era la tierra de las hamacas. Conocida mundialmente la Costa del Sol, Málaga, era el nombre de su aeropuerto y la ciudad era la no-costa, no tenía playas ni sitio donde poner ventanas al mar. Entre el río y Gibralfaro, su callejero se asomaba al mediterráneo, a través de un puerto entre rejas y desde una franja de arena de apenas dos metros de ancho que algunos llamaban la Malagueta. En los 80, Málaga aún vivía de espaldas al mar y apretada entre sus caminos: de Colmenar, de Suárez,… y el de Cádiz, ascendido a la categoría de N-340. Sin embargo, recién estrenada su autonomía municipal, la ciudad tenía la capacidad de soñar y ser, por primera vez, timonel de su propio rumbo y lo hacía aprobando su primer plan general.

El plan apostó por el Oeste. Teatinos fue una decisión sensata para extender el callejero en la dirección menos accidentada tierra adentro. Desde el plan se apostó también por abrir la ciudad al mar, por donde aún podía, hacia las playas de Huelin. La apertura de un nuevo paseo marítimo pudo haber sido la fachada imponente de poniente si además de plan y autonomía hubiésemos disfrutado de más masa crítica ciudadana.

Pero a las dos acertadas decisiones anteriores no les acompañó una reforma interior valiente. La ciudad heredada de los 60 había crecido por el simple hecho de adosar barriada a barriada, las aceras llegaron años después que sus edificios, y su callejero era resultado puro y duro de cruces entre vaguadas y antiguos caminos. Desde la vista de pájaro de nuestro ordenador todos podemos ver cómo hoy, en pleno siglo XXI, en el mapa de la ciudad la única línea clara Norte-sur la dibuja, con sus avenidas, el agua del río Guadalmedina. La peatonalización del centro y la apertura del puerto al uso urbano han sido dos grandes aciertos. Sumados en el mismo espacio-tiempo han dado un nuevo empuje y sentido a la ciudad. Málaga ahora, renovada su imagen, se siente otra vez de todos y cosmopolita. No es hora de autocomplacencias y sí de hacerse preguntas. El tándem Puerto-Centro es, en sí, una operación de fachada y hay que darle profundidad para que tenga verdadero cuerpo, acercando esa cara limpia frente al mar a todos los rincones de su interior, urbano y provinciano. Y profundizar aún más desde nuestros sueños, y preguntar:

¿Cómo no soñar un tren que ate esta ciudad con sus 150 km de playa y golf? ¿Por qué no soñar con sacar de Campanillas el PTA para inundar de tecnología el Guadalhorce, desde Cártama a Abdalajís, desde Coín a los pies de la Sierra de las Nieves? ¿Acaso la tecnología punta no puede convivir con el limonero? ¿Y la ciudad con sus pueblos? Sol, suelo y cielo son los mejores productos de esta tierra y, como en la Polis griega, pueden y deben ser todo uno: valle, ciudad y puerto.

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