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Aparentemente, todo sigue igual en la calle Martínez Maldonado, cerca de la gasolinera de Las Chapas. Los coches entran y salen a repostar. Mujeres, ataviadas de bufandas contra el frío, llevan bolsas con los mandados. Un miércoles anodino en un mes, febrero, casi igual de ... anodino. Pero algo ocurrió anoche, que tiene al barrio revolucionado. La noticia, como si fuera correo pagado, se ha extendido como el fuego en una nave de paja. De boca a boca corre lo que primero era un rumor y, a estas alturas, ya es una información que tiene validez administrativa.
Entre un Carrefour y un taller de coches, en el número 68. Ahí emerge la administración de lotería número 60, que tiene el nombre de San Judas Tadeo. Y ahí es donde ha ocurrido algo extraordinario, con unas probabilidades tan reducidas que parecen hasta ridículas. El milagro bíblico de los panes y los peces se queda pequeño si se compara con la transformación de ese trozo de papel que salió de un mostrador y que, de la noche a la mañana, se ha convertido en un documento de peso millonario. Concretamente un documento que pesa, las cifras marean solo con escribirlas, 66 millones de euros.
No han pasado ni 24 horas desde que Begoña Jiménez, 51 años, se enteró de que la «había liado». A las diez de la noche recibió una llamada. A la otra línea, el director general de Loterías y Apuestas del Estado. «Me comunicó con voz serena y tono bastante serio que hemos dado el Euromillón», recuerda.
En su administración, que adquirió hace diez años, se validó el único boleto acertante de Primera Categoría correspondiente al 31 de enero. El desafío a las probabilidades es mayúsculo. Hasta el punto de que Begoña reconoce a SUR que suele mirar por las noches las terminaciones de los sorteos nacionales, pero que nunca se fija en el Euromillón. «Aquí, en España, apenas se juega si se compara con países como Alemania», señala.
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Suena a tópico, pero Begoña confirma que su pecho de lotera está oxigenado de felicidad y alegría en estos momentos. Junto a su mano derecha, Mariló Gómez, expresa sus sentimientos. «La felicidad es enorme. Piensa que has hecho muy feliz a una persona», resalta la dueña de la administración y añade, entre risas, que «aquí somos de premios gordos».
Luego señala a otro cartel que acredita una buena lluvia de millones. «Hace cinco años ya dimos 28 millones en un sorteo de la Primitiva». Begoña en realidad es licenciada en Derecho. Al mundo de la lotería llegó por la segunda vía. Hace quince años, su marido perdió su empleo en el sector farmacéutico. En plena crisis del ladrillo, el mercado laboral no le ofrecía oportunidades. «Utilizamos su indemnización para comprar la administración», recuerda.
Es harto improbable que el nuevo millonario haga pública su identidad. A la pregunta que todo el mundo se hace ahora en la calle, tampoco saben dar respuesta ni Begoña ni Mariló. «Aquí no ha venido nadie, por ahora», coinciden. Es el momento de las fantasías y las ilusiones de cada uno salen con ligereza. En realidad, el ganador debería estar ya en Dubái descorchando una botella de champán o encargando un Ferrari. Josefa, una vecina que acaba de sellar una Primitiva, opina que «es demasiado dinero para una sola persona». Si fuera ella, perjura, «lo repartiría entre la gente».
Begoña, por su experiencia en la administración, también cree que el ganador preservará su anonimato. La cifra, admite, es mareante y hace que se muevan todos los esquemas mentales. No sería ni la primera ni la segunda vez que a un ganador de cifras mareantes se le vaya la cabeza. «Espero que sepa gestionar bien el dinero», señala Begoña.
El ejercicio de ponerse en el lugar del afortunado es muy socorrido. José Luis, otro vecino del barrio que acaba de entrar en la administración, hace un listado mental. «Una casa nueva, un coche nuevo, ayudar a familiares y poco más», explica. Luego, trataría de seguir con su vida, sin despedirse del trabajo ni nada por el estilo. El mundo animal está lleno de ejemplos. Un lobo, por ejemplo, cambia de piel, pero no cambia de carácter.
Otras preguntas emergen. ¿Dónde estará a estas alturas el boleto premiado? ¿Debajo de una almohada? ¿Debajo de la alfombra del salón? ¿En la lata del café? ¿En el frigorífico? Si la única persona que sabe dar respuesta con certeza lo quiere hacer, que se ponga en contacto, por favor, con este periódico.
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