Sanitarios preparados para entrar en la 'zona sucia' con trajes adecuados a mayor riesgo de contagio. SUR

Coronavirus: crónicas desde la UCI

Enfermeros del Hospital Regional de Málaga relatan en primera persona cómo luchan contra el COVID-19 desde que este llegó a la Unidad de Cuidados Intensivos

Jon Sedano

Málaga

Domingo, 29 de marzo 2020, 01:24

Son las ocho de la mañana. El turno de 12 horas de Sofía, enfermera de la UCI del Hospital Regional de Málaga, está a punto de concluir. Tras una dura jornada se encuentra con una nueva tesitura: solo le queda una pastilla de hidroxicloroquina, ... uno de los fármacos que se utilizan en los pacientes con COVID-19, y hay 17 personas ingresadas de gravedad que la deberían tomar. «No vamos cambiar el tratamiento y no hay existencias a nivel nacional, esperaremos a que lleguen más», le responde el médico. Sofía (nombre ficticio, como el resto, para proteger el anonimato) termina su turno y de camino a casa llama a su pareja para pedirle que deje todas las puertas abiertas en dirección a la ducha, así como la de la lavadora. «Cariño, llego en cinco minutos y esta noche me ha tocado coronavirus».

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Lleva semanas sin ver físicamente a sus padres por temor a contagiarles, pero con resignación dice que al menos le quedan las videollamadas. En el hogar, hace su propia cuarentena para evitar poner en riesgo a sus hijos y pareja. Puede ser vector de contagio sin sintomatología, es decir, no tener tos o fiebre pero portar el virus y transmitírselo a otros. De hecho, esto le ha ocurrido a compañeros suyos: hay más de una decena de médicos y de enfermeros con el virus.

«Solo me queda una pastilla de tratamiento contra el coronavirus y tengo 17 pacientes que la necesitan»

A la enfermera no le cuadra lo que le contaban al principio con lo que sucedía. Lo que parecía ser una infección respiratoria tipo gripe derivó en algo más virulento y con más contagios que la influenza. Los primeros protocolos no fueron a gran escala, se pensó que habría pocos pacientes y por ello se determinó abrir módulos y ajustar medidas según fueran apareciendo casos, pero todo ha sido más caótico.

Primera foto: Enfermeros y auxiliares del Hospital Regional de Málaga en la 'zona limpia' del servicio con equipos de protección individual. Segunda: Una enfermera se coloca un parche en la piel para evitar el daño de pasar varias horas con las gafas y la mascarilla en la zona de aislamiento. Tercera: Ninguna parte de la piel queda visible. SUR

En el momento de escribir estas líneas, Mónica, otra profesional de la UCI, espera los resultados de una paciente que lleva más de un mes aislada del exterior. La mujer no debería haber tenido contacto con el COVID-19, pero uno de los médicos que la trató estaba infectado y no lo sabía. «Yo he atendido a esta persona con la protección habitual porque estaba en lo que consideramos 'zona limpia', pero resulta que puede estar infectada, y si es así, hemos sido nosotros quienes le hemos pasado el virus. Toda la UCI debería considerarse 'zona sucia' ya que ha habido un caso en el que tras dos falsos negativos, la tercera prueba dio positivo». La enfermera explica que habría que sacar del módulo a los pacientes sobre los que se esté 100% seguro de que no tienen el virus, y tratar al resto como si lo tuvieran.

El problema, según apuntan todos los entrevistados, es que no hay recursos materiales ni personal. Se estableció un protocolo inicial dividido en cuatro fases considerando que la situación no sería tan grave, pero como señalan, el virus siempre va por delante. «No se está asumiendo la realidad de la situación en la gerencia del hospital. Llevo trabajando cinco días seguidos, he descansado uno y ahora continuaré otros cinco. Hace una semana hice un turno de 17 horas e ingresamos en él a cuatro pacientes de coronavirus. Tuvimos que abrir un módulo corriendo y no había personal para tratar a esos enfermos nuevos. Tuve que ponerme el traje cuatro veces y el tiempo que estuve sin él no fue para descansar, sino para trabajar desde fuera, ya sea con la medicación o ayudando a médicos, celadores y demás personal a ponerse las protecciones», apunta Mónica.

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«Hay compañeros a los que se les caen las lágrimas mientras se ponen el traje para entrar a la zona sucia»

Ese traje, conocido como EPI (Equipos de Protección Individual) no es nada cómodo, como se ha podido ver a través de las redes sociales estas semanas. Felipe, enfermero de la UCI que trató al primer paciente de COVID-19, lo relata así: «Iba con el cuerpo cortado. No tenía ni idea de cómo ponerme el traje, ni qué protecciones debía llevar. La supervisora que estaba en ese momento me tranquilizó. Tuve la suerte de que ese día había un residente que era militar y sabía ponérselo, por lo que me enseñó. La primera vez teníamos de todo, pero luego ha ido a peor: los buzos que llevamos nos los estamos haciendo con paños estériles, a los que les hacemos un agujero recortado y nos los ponemos en la cara, pegándolos con esparadrapo al traje, y sobre él las gafas y máscara. Los EPI agobian muchísimo, no puedes respirar, se te empañan las gafas y no ves bien, y encima hay a quienes les han salido reacciones alérgicas y tienen toda la cara marcada o con ampollas». Otros, apuntan que el mero hecho de no poder sonarte la nariz durante las horas que estás con el equipo ya es angustioso.

Un pánico justificado que muchos profesionales no pueden esconder. «El otro día entré en aislamiento con una compañera que se tuvo que salir llorando a los cinco minutos. Le dio un ataque de ansiedad y me escribió después pidiendo perdón porque se sentía fatal por haberme dejado sola», explica Mónica, que añade que a otros compañeros directamente «se les caen las lágrimas mientras se están poniendo el traje».

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Felipe tiene grabado a fuego en su mente lo que le dijo el jefe de servicio el primer día: «No quiero que ningún sanitario se infecte, así que aunque el paciente entre en parada, nadie entra a ayudar sin el equipo». Pese a las advertencias, el médico que entró aquel día es uno de los afectados por el coronavirus.

«Tuve la sensación de que era una enfermería de guerra. Los que estaban fuera de aislamiento no hacían más que preparar medicación, y nosotros no parábamos de administrarla como locos», apunta Felipe, que ha llegado a trabajar hasta casi seis horas seguidas con el equipo por falta de personal y recursos, cuando lo recomendable es no sobrepasar las tres horas.

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Primera: La falta de refuerzo de personal de limpieza cuestiona la higiene de las zonas de peligro, donde se acumula material contaminado. Segunda: Zona de colocación del traje y preparación de medicación. Tercera: Paño agujereado sujeto con esparadrapo a modo buzo. SUR

Con el paso de los días la situación ha ido cambiando en la UCI, que alberga 40 camas. Lo que al principio era una pequeña zona aislada ahora se ha convertido en un circuito. Por un lado está la 'zona limpia', con 7 camas para los enfermos no infectados que continúan entrando, porque los accidentes siguen ocurriendo, y por otra parte la 'zona sucia', con 30 camas para los positivos en COVID-19. A esto hay que sumar las dos habitaciones que funcionan como entrada/salida de la zona sucia y la sala para cambiarse. Esta disposición, como indica Mónica, genera un gran problema: ¿Qué se hace con los casos sospechosos? Si se derivan a la zona sucia y no están infectados, terminarán estando, y si se dejan en la limpia y tienen el virus, contagiarán al resto. «No estamos ayudando a evitar la propagación de la infección, sino todo lo contrario», argumenta mientras responde que hasta ahora, lo que han hecho en estas situaciones es un seudoaislamiento.

«Parecía una enfermería de guerra. Los de fuera preparaban medicación y nosotros la administrábamos como locos»

Esta falta de personal y recursos engloba muchos aspectos. Los sanitarios de la UCI están llegando mucho antes a su puesto de trabajo para colocarse los EPI y dar el relevo a los compañeros. Un relevo que en situaciones normales es de dos pacientes, pero ahora se ha elevado a tres. La carga de trabajo adicional se refleja en echar más horas, llevar más pacientes por persona, todos ellos en peor estado debido al virus, y tener que trabajar con molestos equipos de protección.

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Asimismo, la situación genera una suciedad adicional que el personal de limpieza habitual no es capaz de manejar. «Donde nos quitamos el buzo sucio, que hay que hacerlo con cuidado para no contaminar nada, el otro día había cinco basuras desbordadas de ropa. El suelo estaba lleno de gafas y empapadores sucios. No porque desde limpieza no hagan su trabajo, sino porque hace falta mucha más gente. Cuando hay una carencia tan grande de higiene, vital para no contagiarse, ¿cómo quieren que no haya tantos sanitarios infectados?», denuncia Mónica.

Primera: Ante la falta de recursos, los sanitarios se llegan a colocar bolsas de basura a modo de calzas. Segunda: Zona de aislamiento o 'sucia', donde se hallan los pacientes con COVID-19. Tercera: Los sanitarios animan a quedarse en casa. SUR

A la escasez de equipos de protección, donde hay días en los que faltan buzos o cubrecalzas, que algunos suplen poniéndose bolsas de basura para evitar el contacto con el suelo, se suma la falta de medicación. «El otro día tuve que dejar a un paciente intubado con media dosis de sedación porque no había más», apunta Felipe. La situación es tal, que hay pacientes con COVID-19 muy graves, con patologías previas, en los que ya se está valorando si merece la pena luchar por ellos o derivar su tratamiento a otra persona: «Nos quejamos siempre de mantener a personas que no van a tener salida alguna y ahora, ante la necesidad de recursos, se está implementando».

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Lidia, otra enfermera de la UCI, sufre asma, por lo que se considera sector de riesgo. Explica que no hay nadie exento para llevar pacientes de coronavirus, por lo que se siente totalmente desprotegida, además de frustrada. «En otros momentos podrías hacer más cosas por los pacientes y prolongar algo su vida, pero ahora es imposible», responde cuando le preguntamos por el caso de un joven de 20 años al que detectaron leucemia cuando le hicieron la prueba del COVID-19. No se pudo hacer nada por él y ese dolor acompaña a los propios sanitarios a su casa. Aunque en la de Lidia, no le espera nadie: «Tengo dos niños pequeños y llevo 11 días sin verlos por miedo a contagiarles. No sé cuándo los volveré a ver, por lo que espero que si yo sacrifico tantas cosas, la gente sea consecuente y se quede en sus casas».

«Tengo dos niños pequeños y llevo 11 días sin verlos por miedo a contagiarles. No sé cuándo los volveré a ver»

Gestionar situaciones de crisis extremas no es tarea fácil. Lidia relata que para evitar contagios los pacientes son intubados en planta: «La última vez preparé una cajita con lo que creía indispensable. En la UCI lo tienes todo a mano o pides que te lo traigan, pero aquí tienes que llevártelo encima. Cuando llegué a la habitación había dos pacientes, pero sin biombo por precaución, por lo que el otro enfermo vio todo lo que ocurría. Intentamos suavizar las cosas: 'Te vamos a dormir un poquito y bajar a la UCI para que estés mejor cuidado'. En ese momento el hombre nos pidió hacer una videollamada a su familia, que no sabía nada de su situación actual. Veía a la familia a través del móvil y mi corazón estaba en un puño. Solo pensaba que si esa persona no iba a mejor, su despedida había sido a través de una pantalla. Fue una sensación malísima, de desolación». Cuenta que al dejar la habitación con el enfermo en la camilla la gente se apartaba y se escondía. Se vio reflejada en los cristales y no daba crédito, sentía que estaba viviendo dentro de una película de terror.

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«Antes de llevarlo a la UCI, el paciente nos pidió hacer una videollamada a su familia. Ver cómo se despedía de ellos así me puso el corazón en un puño. Fue desolador»

Pero la esperanza es lo último que se pierde. Ese día, a la hora de los aplausos nacionales, sus compañeros pusieron la canción 'Resistiré' en un altavoz portátil desde fuera de la zona de aislamiento. En otras ocasiones, han recibido provisiones de Café Central, Kurobi Sushi, Ciao Pizza y de parte de algunos trabajadores del Mercadona de Fuente Olletas. Pequeños gestos de ánimo necesarios para aquellos que luchan día a día en el frente contra un enemigo invisible, el coronavirus.

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