El coronavirus dará para películas, novelas y para batallitas de abuelo cebolleta una vez viéndolo en la lejanía y con perspectiva. Que en el pleno siglo XXI el mundo se confinara por un virus de origen desconocido, piénsenlo, sigue pareciendo de ciencia ficción pese a ... que lo hayamos vivido. Con los avances de una sociedad tecnológica que lucha contra el calentamiento global -unos más que otros- y tener que subyugarse a un bichito microscópico que ha puesto en jaque la biología humana, aunque también ha posibilitado el 'challenge', que dicen los británicos, de crear vacunas capaces de ir frenándolo.
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Ante este reto, que sigue en nuestro presente pero con menos intensidad, el último hito fue la semana pasada con la eliminación de la obligatoriedad de llevar mascarillas en interiores, un hecho que ha hecho valer la prudencia de España en este caso respecto a los países de nuestra órbita europea. Dos años después, 700 días, el escudo facial quedará para algunos a un lado. Para otros, no. Véase como en los grupos municipales como Ciudadanos o Unidas Podemos, por ejemplo, decían estos días que seguirían llevando mascarilla porque el sitio donde trabajan es más reducido que el de los dos grandes grupos, PP y PSOE.
Tocaba hacer recuento de los munícipes que habían pasado por la experiencia del bichito, algunos de forma más leve que otros, pero lo cierto es que ninguno de ellos con gravedad. Comentaban estos días en las oficinas de los partidos en el Ayuntamiento los que estaban, vía natural, más inmunizados que el resto, es decir, los que ya habían sufrido el Covid-19 en sus carnes. En total, suman el 38% de la Corporación, un total de 13 ediles de los 31 que, una cifra más elevada si se compara con la población en general, que en la provincia de Málaga ha llegado al 16,5%, según los datos oficiales. Obviamente, en este porcentaje global se encuentran los ciudadanos que en su día dieron cuenta de que habían pasado la enfermedad, pero como sabemos hay que muchos casos que se quedaron en el tintero y no se han sumado para la estadística global.
La diferencia estriba en que los ediles no se pueden asemejar al común de los ciudadanos de a pie. ¿Por qué? Pues es bien sencillo. Las agendas de muchos de ellos, no de todos, echan chispas, lo que implica una intensa vida social con grupos, colectivos, vecinos y visitas, que en general cualquier ciudadano medio no tiene. En estos episodios del coronavirus hubo una frase curiosa, que lo corrobora, la que dijo el alcalde de Alhaurín de la Torre, Joaquín Villanova, a los rastreadores cuando enfermó de Covid-19 en septiembre de 2020. «He estado con más de cien personas en los últimos días». Lo lógico, un alcalde tiene que atender a los ciudadanos, ese es su trabajo. Como además había celebrado la junta de gobierno local, en aquella época se tuvieron que confinar sus ediles y la plana mayor de la Secretaría General del Ayuntamiento.
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Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. Tras circunstancias de este tipo, el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre arbitró una fórmula para que los populares se turnaran en la junta de gobierno local y el pleno se siguiera por parte de los ediles de la Corporación de forma mixta (presencial y telemático), lo que poco a poco dio paso a la presencialidad al 100%, sin público y con mamparas, y últimamente con los aforos como de costumbre, lo que conocíamos como normalidad.
Quien finalmente no lo ha cogido ha sido De la Torre, pese a su intensa agenda y a las muchas veces que ha tenido que someterse a PCR y tests por contactos estrechos. El resto de los portavoces sí lo han pasado. Las pasadas navidades, el socialista Dani Pérez, como anunció en sus redes sociales; y estos días atrás, la naranja Noelia Losada y la líder de Unidas Podemos, Paqui Macías, que siguieron el último pleno extraordinario de forma telemática. Pero bajas hubo en todas las bancadas, seis en el PSOE, cinco en el PP, y tanto en Unidas Podemos como Cs, las dos nombradas; trece ediles en total. Estos días atrás contaba la popular Ruth Sarabia como ella lo pasó como un resfriado en marzo cuando nos confinaron, añadiendo que los médicos consultados, cuando no había apenas pruebas PCR, le dijeron que no era coronavirus. Sólo lo supo cuando al volver a trabajar de forma presencial porque le hicieron un test serológico y vieron que tenía anticuerpos, como puntualizaba. Contactos estrechos, rastreos, confinamiento, cuarentenas, qué odiosa jerga nos ha dejado esta pandemia.
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La primera cita en el pleno tras el nuevo el decreto del Gobierno para eliminar la obligatoriedad de llevar mascarillas en interiores fue el jueves pasado. El motivo, la entrega de la medalla de la Ciudad al músico, compositor y crítico de SUR Manuel del Campo. El alcalde Francisco de la Torre afirmó nada más empezar: «El público está disciplinadamente con la mascarilla puesta (algo que era evidente), algunos concejales también; otros, no, pero que nadie se sienta aludido», lo que provocaba las risas de los presentes. Los ediles se sintieron libres para llevar o no el cubrebocas, pese a que la frase con retranca del regidor fue a posteriori de lo más comentada.
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