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Susana Manzano baila al son de la guitarra y del cante flamenco en Kelipé, el tablao que regenta en la calle Muro de Puerta Nueva. Francis Silva
El corazón del flamenco late en Kelipé

El corazón del flamenco late en Kelipé

En la calle Muro de Puerta Nueva se encuentra el tablao de Susana Manzano. Una inmersión a un mundo de pasión y embrujo, en el que todo se vive con gran intensidad

Lunes, 7 de junio 2021, 00:26

Primero amarillo oscuro y después rojizo. Cuando las murallas del Teatro Romano empiezan a desteñirse y el ocaso les cambia el color, los turistas desenvainan sus móviles y sus cámaras. Aún son pocos pero, por suerte, empiezan a regresar. «It's beautiful», dice una joven con acento británico y top de tirantes espagueti. Y no le falta razón.

En pocos lugares se aprecia de manera más intensiva la sublimidad de Málaga como se hace si se deja volar la mirada desde la calle Alcazabilla. Pero algo molesta. Alguien molesta. Una persona se encuentra cerca de la casilla que alberga el punto de información para turistas y toca su guitarra. Más bien araña una canción que recuerda a una muy famosa de Bryan Adams. Una cosa está clara: si uno anda buscando el alma del flamenco en Málaga está en el lugar equivocado. Para eso debe dar un pequeño paseo a pie hasta llegar a la calle Muro de Puerta Nueva, que está a un tiro de piedra de la Tribuna de los Pobres.

Son las ocho de la tarde y el calendario le arranca los primeros días al mes de junio. La intensidad en las calles del Centro sigue menguada por culpa de la pandemia. Corre una brisa agradable y alicata uno de esos días en los que querer a Málaga se hace muy fácil.

Mientras la ciudad dormita vanidosamente, Susana Manzano repasa el libro de reservas. Para hoy espera la visita de doce personas. La mayoría son extranjeros. Una pareja francesa ha llamado a última hora para saber si quedaba sitio. Desde que el virus ha teñido el mundo de desgracia, es raro el día que no quede sitio. Susana ejerce de todo en uno: encargada de atender el teléfono, limpiadora, camarera, profesora y acomodadora. También es la dueña y el alma de Kelipé. «Es el único tablao flamenco en Málaga que funciona en estos momentos», resalta. No se sabe si prima más el orgullo o el asombro por el hecho de que su negocio siga vivo. Kelipé es la expresión romaní para algarabía. «Con eso no hay pandemia que pueda», vacila.

Queda media hora para que comience el espectáculo y Susana Manzano empieza a dejar de ser la gestora de un tablao de flamenco que quiere salir adelante para convertirse en Susana 'La Yedra', la sobrina del Buchito de Jerez. La misma que ha bailado en escenarios de medio mundo, desde Nueva York hasta Stuttgart. Gitana y a mucha honra.

En Málaga recaló en 2001. Después de estar un tiempo bailando para cruceristas se cansó y decidió montar el negocio por su cuenta. Susana tiene el pelo castaño. Luce un cuerpo esbelto y fibroso. Sabe que sus gemelos estilosos se los debe a horas infinitas de taconeo. Los glúteos, firmes, se intuyen a través de su vestido negro de amazona. Aquí no hay lugar para excesos en la dieta. «Es estilo Carmen Amaya», precisa con voz pausada. Alarga cada palabra. Coloca pausas. Embruja y destila sensualidad natural en cada movimiento. Es una mujer que parece de otra época. Admira a La Chana, Ramón Barrull y Juan Amaya, entre otros: «Sobre todo, muero con la guitarra y el baile de Morón».

–¿El flamenco no debe adaptarse a los nuevos tiempos para sobrevivir?

–El flamenco sufre si se trata de reinventar. Le conviene mirar al pasado. El flamenco es tradición. Como tal, calza mal con los nuevos tiempos y con lo digital.

Es en el siglo XIX cuando se empieza a cultivar un estilo musical por los gitanos andaluces que hoy se conoce por flamenco. Ya, entonces, no solo se trataba de embalar con cante y sonido las penas de la vida cotidiana. En las grandes ciudades y entre los viajeros extranjeros se apreció pronto cuánta energía y pasión irradiaba de este arte rústico. Y surgieron los artistas que empezaron a poder ganarse la vida bien con el cante y el baile.

–¿Cómo sería una vida sin flamenco?

–Para mí sería la muerte. El flamenco es la manera que tenemos de expresar nuestros sentimientos. Es tristeza, alegría, decepción, amistad... Son sensaciones que compartimos todos.

Desde la cuna

Susana es la pequeña de dos hermanos. Nació en Jerez de la Frontera, en el seno de una familia de flamencos. Desde pequeña le enseñaron a darle la espalda a determinadas revoluciones. «Yo quise ser cantaora, pero en mi casa no se veía bien que las mujeres cantaran. Por eso me aferré al baile», recuerda antes de adentrase al interior de su tablao.

Detrás de una espesa cortina, se encuentra el escenario. Frente a él, un semicírculo de mesas con la debida distancia de seguridad. La única luz que hay, la de unas velas, alumbra menos que un candil. En las paredes cuelgan fotos de Camarón. Unos focos de color violeta se encienden en señal de que todo está a punto de comenzar. Susana ahora aparece flanqueada por El Azukita en la guitarra. En el cante por Antonio 'El Taranto' y José de la Nana. Los dos visten de negro, como lo hacen casi todos los cantaores.

El silencio queda destrozado por un torrente de voz poderoso. «Yo, que no tengo dinero, que vengan a mi casa, que ya duermo en el suelo». La guitarra acompaña con un sonido filigrana, fruto del punteo preciso de las cuerdas. El cante de 'El Taranto' es áspero. «Ay, ay, ayú...». Por momentos parece agotarse pero, con cada empuje, gana fuerza otra vez y se intensifica como en un conjuro. Las pausas parecen un rastreo interior en busca de material inflamable que sirva para que las letras antiguas sigan ardiendo en estos tiempos modernos. Cuando El Taranto canta sobre el fin trágico de un amor se entremezclan lamento y dolor en su cara. Sus ojos se contraen.

Susana, que ahora es más 'La Yedra' que nunca, se pone de pie y empieza taconear. Primero suave y lento. El rostro se tensa. Los golpes sobre el tablao ganan en intensidad. La bailaora salta hacia adelante y hacia atrás. Unas veces son sus manos las que se disparan de repente. Los brazos luchan contra el aire, cogen impulso para el giro final sobre el propio eje que se ejecuta con exuberancia. Si el cielo es azul, el flamenco es un reino umbroso lleno de matices. Es el ritmo de las palmas, los «olés» solidarios que se lanzan unos a otros y el dolor de espalda inducido por una silla de madera pulida.

El espectáculo dura una hora. Susana Manzano suspira y se hace aire con la mano izquierda, está empapada en sudor. Una tarde más, lo ha dado todo. Por poner un plato en la mesa, pero, también, en eso insiste mucho, por una causa superior: «Mantener con vida a este arte en unos tiempos que son muy difíciles».

El flamenco también es, eso queda claro, un llamativo trasvase de energía: una persona se vacía sobre el escenario y el espectador se siente como recién dopado.

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