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Vista de la sobrecogedora cripta de los Condes de Buenavista, ahora cerrada por humedades
La desconocida historia de los condes de Buenavista y su tesoro enterrado en el santuario de la Victoria en Málaga
SUR Historia

La desconocida historia de los condes de Buenavista y su tesoro enterrado

La cripta donde reposan los restos de los nobles es un ejemplo único en España del llamado 'barroco tétrico'. El espacio, ahora cerrado, es el mejor testimonio de la vida y la aportación que hizo José Francisco Guerrero y Chavarino al santuario de la Victoria

Sábado, 3 de octubre 2020, 00:46

La huella de los grandes personajes que marcaron el desarrollo de Málaga a lo largo de los siglos no sólo aparece recogida en los libros de historia. También en el legado que dejaron en vida y hasta en la muerte. Han leído bien: en ocasiones excepcionales, los lugares que escogieron para que reposaran sus restos y los de sus descendientes son el mejor espejo de la importancia que tuvieron y ayudan a comprender el espacio que les reserva la historia. Es el caso de los Condes de Buenavista, José Francisco Guerrero y Chavarino y Antonia Coronado y Zapata, nobles de referencia en la Málaga de mitad y finales del XVII y responsables de que, aún hoy, el santuario de la Virgen de la Victoria, patrona de la ciudad, esconda en su interior uno de los tesoros más desconocidos y valiosos de su época. Y además, enterrado.

Ese espacio es, precisamente, la cripta que el conde construyó para su descanso eterno y el de los suyos, una joya del llamado 'barroco tétrico' y además el único testimonio arquitectónico que se conserva en España con esas características. A pesar de que ese movimiento artístico centrado en los enterramientos y en la exaltación de lo macabro fue más allá en países como Portugal, con decoraciones que incluso exhibían huesos humanos (caso de Oporto o Faro), en Málaga no hizo falta que los Condes de Buenavista recurrieran a ese extremo para asegurarse el impacto profundo en todo aquel que la visitara.

«Estamos ante un elemento patrimonial único». El doctor Francisco Rodríguez Marín, profesor titular del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Málaga, conoce en profundidad este tesoro escondido y no duda a la hora de subrayar una y otra vez ese carácter extraordinario de la cripta de los Condes de Buenavista. A pesar de que lleva unos años cerrada y su conservación está amenazada por las humedades por encontrarse bajo el nivel de suelo, el especialista avanza antes de entrar de lleno en la historia de la cripta y sus moradores que «bien mantenida y bien promocionada», este espacio sería un reclamo turístico capaz de atraer a miles de visitantes y aficionados a este tipo de enterramientos.

Pero para saber el porqué de esta joya hay que retroceder seis siglos en el tiempo, hasta finales del XV, y referirse no sólo a los condes, sino a las circunstancias históricas que llevaron a la construcción de su cripta. El origen de esa construcción, en concreto de la Iglesia de la Victoria, está en la conquista de Málaga por parte de los Reyes Católicos (1487): cuentan las crónicas de la época que en el entorno donde hoy se alza la basílica, el Rey Fernando de Aragón instaló su campamento a la espera de que la ciudad, bajo la dominación musulmana, se rindiera. Aquella campaña se prolongó más tiempo del que habían estimado los monarcas -la Reina Isabel acampó en la Trinidad- pero cuando el asedio dio sus frutos y Málaga fue ganada para la causa cristiana, el Rey Fernando dejó en la zona la talla de una Virgen para recordar ese triunfo y bajo la advocación de la Virgen de la Victoria. Aquel gesto fue el germen del nacimiento de la primitiva iglesia y del convento, cuyas tierras colindantes los Reyes Católicos cedieron a la orden de los Mínimos. El profesor Rodríguez Marín da cuenta de la extensión e importancia de la orden explicando en primer lugar que aquel convento fue la matriz de todos los que se fueron creando en España posteriormente, y que además las huertas de los Mínimos «tenían uno de sus vértices en lo que hoy llamamos Jardín de los Monos y se extendía hacia la calle Amargura; por eso la calle Compás de la Victoria recibe ese nombre, porque era el compás o tránsito hacia la iglesia».

Arriba, vista del santuario de la Virgen de la Victoria. Abajo, a la izquierda, el enterramiento del conde. Al lado, es escudo familiar del condado de Buenavista sur, archivo municipal y archivo de n. díaz escovar
Imagen principal - Arriba, vista del santuario de la Virgen de la Victoria. Abajo, a la izquierda, el enterramiento del conde. Al lado, es escudo familiar del condado de Buenavista
Imagen secundaria 1 - Arriba, vista del santuario de la Virgen de la Victoria. Abajo, a la izquierda, el enterramiento del conde. Al lado, es escudo familiar del condado de Buenavista
Imagen secundaria 2 - Arriba, vista del santuario de la Virgen de la Victoria. Abajo, a la izquierda, el enterramiento del conde. Al lado, es escudo familiar del condado de Buenavista

Aquel esplendor del siglo XVI dio paso, en el XVII, al deterioro de la Iglesia y a la necesidad de su reconstrucción y ampliación. Al daño provocado por el paso del tiempo se sumó, además, un incendio que terminó de darle el golpe de (des)gracia. Y es en ese momento cuando el conde de Buenavista liga para siempre su patrimonio, su historia y su futuro al templo en el que hoy reposa, ya que él fue el responsable de la creación esplendorosa que sustituiría a la iglesia primitiva. En concreto, el mecenazgo del noble permitió la construcción del nuevo camarín de la Virgen, del trono, el pórtico, el campanario, la sacristía y la antesacristía; así como de dos panteones: uno para los religiosos de la orden mínima y un segundo (la cripta) para él, «sus descendientes y sucesores en el mayorazgo», según recuerda un escrito firmado por Narciso Díaz de Escovar y que se conserva en su archivo.

El contrato de la obra fue ratificado por el conde de Buenavista y fray Alonso de Berlanga, un religioso destacado de la orden de los Mínimos: allí se acordó que de los 2.000 ducados previstos inicialmente, la orden aportaría 500 y el noble, 1.500. Sin embargo, el profesor Rodríguez Marín explica que el proyecto total pudo superar los 60.000 ducados, sufragados en su mayoría por el conde.

En este punto de la historia, la pregunta surge de manera automática: ¿Cuál fue la importancia del conde de Buenavista más allá de la financiación de esta obra? Aunque la trayectoria de José Francisco Guerrero y Chavarino es difícil de rastrear, parece que hay acuerdo en que nació en Málaga -algunos historiadores especifican que en Antequera- hacia 1660. En ese escrito de Díaz Escovar se recoge además su condición de conde de Buenavista (título que le otorgó el rey Carlos II), caballero de la Orden de Calatrava, caballero de Su Majestad «y gentil hombre de su Real Cámara». De hecho, el profesor especialista en Genealogía y Heráldica Daniel Sedeño confirma que su patrimonio y su importancia en la España de finales del XVII fueron tal que pasó casi toda su vida ligado a la corte. En este sentido, está contrastado que falleció en el año 1699 en Madrid (también allí murió su mujer) y que fue su hijo y sucesor en el condado, Antonio Guerrero Coronado y Zapata, el que se encargó del traslado de los restos de sus padres a la sobrecogedora cripta que ellos habían construido unos años antes. Aunque hay documentos históricos que ponen en entredicho que el conde de Buenavista fuera trasladado y sugieren que sus restos siguen en su primera morada del convento de los Mínimos de Madrid, el profesor Rodríguez Marín confirma que, en efecto, la cripta conserva los restos de ambos.

Sobre su huella en Málaga, los condes fijaron su residencia en el conocido como Palacio de Villalcázar, en Cortina del Muelle y justo donde hoy en día tiene su sede la Cámara de Comercio. Sobre las dudas en torno a si vivieron o no en el Palacio de Buenavista, sede del actual Museo Picasso Málaga, el especialista en Historia del Arte confirma que aquella fue residencia de los Buenavista, sí, pero no de los primeros condes sino de depositarios posteriores del título.

Arriba, detalle de las esculturas que representan a los condes de Buenavista. Abajo, a la izquierda, la Virgen de la Victoria. Al lado, mosaico en la Iglesia de la Victoria que recuerda su vínculo con los Reyes Católicos sur y archivo narciso díaz escovar
Imagen principal - Arriba, detalle de las esculturas que representan a los condes de Buenavista. Abajo, a la izquierda, la Virgen de la Victoria. Al lado, mosaico en la Iglesia de la Victoria que recuerda su vínculo con los Reyes Católicos
Imagen secundaria 1 - Arriba, detalle de las esculturas que representan a los condes de Buenavista. Abajo, a la izquierda, la Virgen de la Victoria. Al lado, mosaico en la Iglesia de la Victoria que recuerda su vínculo con los Reyes Católicos
Imagen secundaria 2 - Arriba, detalle de las esculturas que representan a los condes de Buenavista. Abajo, a la izquierda, la Virgen de la Victoria. Al lado, mosaico en la Iglesia de la Victoria que recuerda su vínculo con los Reyes Católicos

Hasta ahí, sus huellas en vida. Las de su muerte devuelven de nuevo a su cripta en La Victoria, un espacio de 8,5 metros de ancho por 3,30 de alto excavado bajo tierra que sobrecoge nada más poner el pie en él y que fue obra del arquitecto y escultor Felipe de Unzurrunzaga. Su construcción responde al deseo del conde de contar con un enterramiento a la altura de su prestigio, pero las capillas de la Iglesia de la Victoria ya estaban adjudicadas, incluida la del altar mayor. Es ahí cuando surge el proyecto de una cripta exclusiva para él y su familia.

Ya en el interior de la estancia, a la que se accede por la sacristía del templo, el fondo negro hace que destaque aún más la abundante yesería en color blanco en paredes, techos y columnas: todas esas alegorías macabras hacen del espacio un lugar para el arrepentimiento y la penitencia por los pecados cometidos en la vida terrenal. El profesor Rodríguez Marín explica las causas de ese impacto que provoca en el visitante: «Tendemos a verlo con nuestros criterios actuales, pero hay que tener en cuenta que en la mentalidad de aquella época (siglo XVII) la única prioridad en vida era la salvación del alma». De ahí que la cripta esté concebida como un espacio de meditación reducido -hay que tener en cuenta que cuando los condes la proyectaron sólo se permitía el paso a la familia más estrecha- sobre lo efímero de la vida, la certeza de que la muerte llega a todos y la importancia de expiar los pecados.

Esa invitación se realiza en la cripta a través de cientos de figuras de calaveras, esqueletos, huesos, guadañas, relojes, cirios, tambores y otros elementos que recuerdan el paso del tiempo para todos los seres humanos, sin excepciones, ya que llama la atención la presencia, entre las esculturas, de niños que son apresados por la muerte. En el centro de la estancia, cuatro columnas sostienen las cuatro bóvedas de la cripta y representan el fuego, el aire, el agua y la tierra. Pero la curiosidad no queda ahí: si ese eje vertical se proyectara más de 20 metros hacia arriba, esas cuatro columnas coincidirían con las del templete de la Virgen en su camarín. Que en estas construcciones no hay nada al azar. Tampoco lo es que las esculturas que reposan sobre las dos grandes urnas funerarias de la sala, y que conservan los restos de los condes y sus descendientes, representen a los nobles, de rodillas, en la plenitud de la vida y como una forma de recordar inevitable el paso del tiempo.

El ascenso a los cielos

Toda esta simbología de la cripta representa la llamada 'Vía Purgativa', el primero de los tres estadios que desarrollan según la teología mística el ascenso a los cielos y que se completa con la 'Vía Iluminativa' y la 'Vía Unitiva', también presentes en la cuidada simbología de la torre de la Iglesia. Desde la cripta, bajo el nivel del suelo, hasta el camarín donde la Virgen de la Victoria corona los cielos, el visitante tiene la ocasión de hacer ese camino no sólo en lo espiritual, sino en lo físico: en concreto, la escalera de ascenso representa la 'Vía Iluminativa', momento en que el hombre comienza a arrepentirse de sus pecados (que quedan abajo en la cripta) y emprende la vía de la salvación. En efecto, esa escalera de ascenso tiene estampadas escenas que invitan a la «esperanza», en palabras del profesor, como las que representan a Dios con los apóstoles. La 'Vía Unitiva', donde el alma del hombre se une a Dios, se alcanza en el camarín, con la Virgen de la Victoria convertida en la intermediaria para ese último paso. También en este espacio la simbología cuenta con un papel capital, entre otras cosas porque la yesería rompe radicalmente con el discurso macabro de la cripta -los colores y motivos son radiantes- y por la naturaleza de su planta: en la historia de la arquitectura, las plantas circulares representan lo sagrado y las cuadradas o rectangulares lo terrenal (caso de la cripta), sin embargo el camarín apuesta por la figura del octógono, una opción que mezcla ambos planos y que termina de fijar ese complejo tránsito hacia la vida eterna. Justo como el que recorrieron los condes de Buenavista desde lo más profundo de su cripta.

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