

Secciones
Servicios
Destacamos
El griterío al otro lado del muro apunta a que es la hora del recreo. El día está plomizo y amenaza lluvia, pero las cuatro gotas que caen no parecen interferir demasiado en el descanso de los alumnos de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia Safa-Icet. Los más pequeños corretean serpenteantes en un patio reservado para ellos, mientras que los de Primaria se reparten por otro contiguo. La mayoría juega al fútbol. Uno de ellos viste la camiseta de la selección marroquí. Dentro, en un aula, Kawthar (Marruecos), Sabrina (Venezuela), Joel (Colombia) y Wenxi (China), al que prefieren llamar Carlos, se divierten con juegos de mesa. Hoy les toca a estos alumnos de tercero de Primaria, pero la ludoteca es rotatoria.
Lo pasan bien mientras sus profesores promueven dinámicas para trabajar la diversidad. «El juego es universal y no entiende de culturas, idiomas o razas, por eso es tan enriquecedor para ellos. Les permite aprender del otro, conocer costumbres de sus respectivos países, descubrir que se profesan otras religiones e interiorizar que en esa diversidad está la verdadera riqueza. Aunque tengan otro color de piel o hablen otra lengua, ellos sólo ven un amigo con el que divertirse», explica Pilar Molina, tutora de primer ciclo de Primaria.
Ella y el resto de profesorado están comprometidos con un proyecto educativo que exige, además de vocación, una sensibilidad y empatía extraordinarias. Este centro concertado, ligado a El Palo desde sus inicios, en 1938, cuando el joven jesuita Antonio Ciganda decidió impulsar una escuela para elevar el nivel cultural de los pescadores del barrio, es ahora una referencia de integración multicultural, ya que entre sus aulas se reparten estudiantes de 35 nacionalidades diferentes.
De los 870 alumnos matriculados este curso entre todos los niveles educativos (Infantil, Primaria, Secundaria, Bachillerato y FP), el 15% son extranjeros, en su mayoría de Marruecos, Colombia, Venezuela, Rumanía y Perú, aunque también hay británicos, franceses, italianos, holandeses, norteamericanos, canadienses, armenios, sirios, filipinos, indios, rusos, israelíes, senegaleses, malienses y ucranianos, entre otros.
Pilar Casares, que lleva seis años al frente de la dirección, aunque con anterioridad trabajó como orientadora, cree que en el curso 2003-04 se produjo un punto de inflexión cuando empezaron a registrar un aumento de matrículas de otras nacionalidades. Al año siguiente, ya tenían 15 representadas; hoy son más del doble. ¿La razón? No cree que haya una sola, «quizá el boca a boca», desliza. Pero tras esas recomendaciones hay unos pilares que sustentan la identidad de este colegio: la atención individualizada, la implicación del profesorado y la relación estrecha con las familias.
De ello da fe Eva Pineda, natural de El Salvador, que tiene a sus tres hijos de 18, 13 y 6 años (estos dos últimos nacidos en España) matriculados en este colegio. Admite que lo eligió por cercanía a su domicilio, pero también porque «todo el mundo me daba buenas referencias; aquí se han sentido uno más». Solo tiene palabras de agradecimiento para el personal, «que siempre ha trabajado para nos sintiésemos incluidos, tanto los alumnos como las familias», resalta esta salvadoreña, quien asegura que en este centro «nadie se puede sentir diferente porque todos son diferentes», recalca.
Pero esta tolerancia de la que ahora habla no siempre la vivió en España. Hace 17 años emprendió el viaje hacia una vida mejor y apostó por España, dejando atrás a su hijo con apenas unos meses. Aterrizó en Cataluña, sola. Quería progresar, pero tuvo que pagar un precio alto. Sufrió discriminación y racismo durante los siete años que trabajó en Barcelona. «Ambas ciudades son españolas, pero qué diferencia tan grande con los malagueños. No cambio ya a Málaga por nada del mundo», expresa.
Para la directora, no hay secretos para lograr la buena convivencia, «sólo el respeto al otro, porque, aunque seamos un colegio católico, aquí son bienvenidos alumnos musulmanes, hindúes o evangélicos. Esa diversidad nos permite educar en valores y a acoger familias que llegan a España buscando una vida mejor», explica Casares. En muchas ocasiones, las «mochilas vitales» con las que cargan estos alumnos y sus familias son demasiado pesadas. «A veces, los padres los mandan aquí con sus abuelos para darles un mayor bienestar o vienen huyendo de guerras, como la de Ucrania o Siria. Muchos siguen despertándose al recordar el ruido de las bombas», lamenta.
En esta pequeña torre de Babel, todos son acogidos y llevan a gala normalizar la integración de alumnos tan diferentes. «Si surgen conflictos es porque somos personas, no por nuestro lugar de origen y cuando ocurre tratamos de solucionarlos con diálogo, respeto y la aceptación de cada uno», apostilla.
El Colegio Safa-Icet de Málaga ha celebrado en el Centro Cultural de Servicios Sociales de El Palo la exposición 'Miradas', una colección de 43 fotografías de estudiantes y antiguos alumnos con la que ha querido acercar durante las pasadas semanas la realidad intercultural del centro, en el que conviven ahora 35 nacionalidades. Todas las imágenes han estado acompañadas de una información general de cada país (capital, idioma, moneda, religión y población) y un código QR enlazado a un vídeo donde se reflejaba la riqueza cultural de cada uno. Asimismo la exposición ha contado con un mapamundi, donde se señalaban los países de procedencia y una información adicional que contenía los kilómetros que separan cada país de España. La exposición incluía unas maletas, a modo de buzón, para responder a la pregunta: ¿Qué sería lo primero que pondrías en tu maleta?
No obstante, reconoce que la principal barrera que encuentran muchos de estos alumnos, especialmente los mayores, es el idioma. «Aun así, el profesorado hace un esfuerzo con programas propios y atención personalizada para que el alumno no se quede atrás. Además, es en otros compañeros de su misma nacionalidad y que ya hablan español donde encuentran su mayor apoyo», explica.
En cuanto a los resultados educativos, Pilar subraya la importancia de trabajar las capacidades de cada alumno para que pueda desarrollar todo su potencial, pero también reconoce una realidad: alumnos que con un buen nivel y con excelentes resultados podrían acabar haciendo una carrera, pero que optan por hacer un grado para poder trabajar antes y ayudar a sus familias.
En ese momento vital se encuentra Gialfranco, natural de Perú y que a sus 23 años tiene un hijo de seis que tiene que sacar adelante. En España desde hace cinco años, estudia actualmente un grado medio de instalaciones eléctricas. También está en este colegio su pequeño y su pareja acaba de terminar un grado de actividades comerciales. Está convencido de que tomó la decisión correcta cuando eligió este centro: «Convivir diariamente con niños de otras nacionalidades normaliza lo que en mi país es algo extraordinario, ya que lo habitual es que haya algún extranjero en una clase mayoritariamente de niños nacionales».
Por su parte, Jorge, natural de Ecuador, ha vuelto a a las aulas a sus 43 años. Lleva en España dos décadas y ahora estudia un grado de instalaciones térmicas y fluidos. Admite la dificultad, pues compagina las clases con su trabajo en una empresa de frío industrial en el polígono Guadalhorce, «pero desde que llegué sólo he encontrado ayuda para poder sobrellevar ambas cosas y me he sentido muy integrado». «De estos estudios, no sólo me llevo la formación, sino toda una experiencia vital, que me ha permitido conocer y entender estilos de vida que de no haber estudiado en este centro quizá nunca los hubiera podido conocer», zanja este alumno.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora / Gonzalo de las Heras (graphics)
Encarni Hinojosa | Málaga
Jon Garay e Isabel Toledo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.