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Son hombres y mujeres, profesionales seleccionados como reservistas voluntarios de las Fuerzas Armadas a los que les une el mismo sentimiento de compromiso con una causa común: servir a su país. Durante varias semanas al año y tras superar un proceso selectivo, en el que se han valorado sus méritos profesionales, dejan sus empresas y los estándares civiles para desarrollar sus competencias en un terreno desconocido para ellos, en distintas unidades de los Ejércitos, la Armada y la Unidad Militar de Emergencia. Se enfundan un uniforme y cumplen órdenes de sus mandos. «Visten, sienten y conviven como nosotros», expresa el teniente coronel Francisco José Romero, quien desde la Subdelegación de Defensa pone en valor la labor que desarrollan actualmente los 144 reservistas voluntarios que tiene Málaga, 22 de ellos mujeres. Es la sexta provincia española con el mayor número de aspirantes. Superan los 3.000 en España.
«Son militares a todos los efectos cuando ingresan», subraya el subdelegado de Defensa en Málaga, el coronel Eduardo Llorente, aunque para ello deben aportar buenos currículos para hacerse con alguna de las plazas específicas (en 2023 fueron 300) que el Ministerio de Defensa saca a concurso cada año para cubrir puestos especializados. Titulaciones oficiales de grado o postgrado, años de experiencia, cursos de perfeccionamiento, conocimiento de idiomas, pruebas psicotécnicas y una entrevista personal determinan el ingreso, para el que hay muchísima más demanda que oferta. «Es un proceso muy competitivo: en 2023, hubo más de 3.000 solicitudes para las 300 plazas que se convocaron», advierte Romero.
Durante los 15 días de formación militar básica, la actividad diaria es similar a la de cualquier academia militar, en la que los alumnos alternan la instrucción y las maniobras con los contenidos teóricos y prácticos, en los que aprenden desde la estructura orgánica y operativa de las Fuerzas Armadas hasta los aspectos legales de los reservistas, pasando por buenas prácticas medioambientales, topografía o cultura de defensa.
Superada esta formación, el aspirante firma un compromiso inicial de tres años renovables, en el que decide cuánto tiempo al año desea estar activado y su predisposición para participar en misiones. A partir de ahí asume la condición de reservista voluntario, bien como oficial (primer ciclo de carrera, o licenciatura), suboficial (FP y estudios de Grado Medio) o tropa/marinería (ESO), según los estudios que acredite. Tras cumplir seis años en el empleo y 60 días de activación en ese período, y tras los informes recabados a las unidades donde ha estado activado y a la Subdelegación de Defensa a la que ha estado adscrito podrá ascender.
Francisco José Romero
Teniente Coronel
Su labor como reservistas (hasta los 58 años en el caso de los suboficiales y tropa, y a los 61, si son oficiales) es retribuida (durante el tiempo de activación reciben el mismo sueldo de un militar profesional con empleo equivalente) y se les aplica el régimen de Seguridad Social establecido para los militares profesionales que mantienen una relación de servicios de carácter temporal. La ley contempla una protección laboral para todos ellos, de forma que las empresas deberán guardar su puesto de trabajo. Para compensar, el Ministerio de Defensa asume en su totalidad las cotizaciones correspondientes a la Seguridad Social durante los periodos de formación militar básica y específica de los aspirantes y de formación continuada de los reservistas. Romero reconoce el «esfuerzo» que muchos de ellos realizan para poder ausentarse temporalmente de su trabajo y poder conciliar con la familia durante el tiempo que permanecen activados. «Les compensa llevar el uniforme aunque sólo sean unos días», apunta.
El reservista voluntario, que es una figura que se creó en 2003 «para hacer posible la incorporación de ciudadanos al esfuerzo de Defensa con la finalidad de reforzar las capacidades y suplir las carencias de determinadas especialidades en las unidades de las Fuerzas Armadas», puede activarse hasta un máximo de cuatro meses y medio al año, cinco en el caso de los reservistas adscritos al Cuerpo Militar de Sanidad. Sin embargo, el plan de activación de reservistas voluntarios para 2024 incluye una disposición final que permitiría a Defensa por «necesidades excepcionales del servicio» ampliar ese periodo sin límite a especialistas de determinados ámbitos como ciberseguridad, sanidad e inteligencia.
Laura Calleja (Málaga, 1975) Alférez del Ejército de Tierra
Fue en una conversación familiar donde descubrió la figura del reservista voluntario. «Me comentaron que pedían profesionales especializados y pensé que podía ser una oportunidad para aportar mi granito de arena en el área financiera», expone esta economista, que desde octubre de 2023 es oficialmente reservista voluntaria en el Mando Conjunto del Ciberespacio (MCCE), con sede en Madrid. Fue uno de los destinos que solicitó, aunque sin mucha esperanza de que se lo aceptaran. Para su sorpresa así fue. Apenas dos meses después fue activada por primera vez en la Subdelegación de Defensa de Málaga, desde donde reclamaron su perfil. Entró de apoyo en Habilitación, un departamento de gestión económica, y ahora está en Registro.
Lleva poco tiempo y le cuesta acostumbrarse a ver a otros militares que la han formado a cuadrarse ante ella al tener menor graduación. Asegura que la relación con el resto de militares profesionales es de respeto. «En general, nos valoran, aunque algunos piensan que somos oficiales por presentar unos simples 'cursitos' mientras ellos llevan toda la vida para ascender».
Separada y con dos hijas de 7 y 9 años, tuvo que organizarse familiarmente para cumplir con su compromiso. También en su trabajo, en el Bioparc de Fuengirola, donde trabaja en administración desde hace dos décadas. «Cuando lo comuniqué, me preguntaron con sorna y cierto retintín que si me iba a la guerra», recuerda Laura Calleja, que aún así entiende los «trastornos» para los compañeros y las empresas, que tienen que respetar el puesto. «Me puede más la ilusión que el miedo a perder el trabajo en el futuro».
Cree que sería bueno implantar de nuevo la mili obligatoria, «por la formación y los valores que transmite y, además, porque nunca se sabe», desliza. Aunque preparados, no cree que ante un conflicto bélico fueran enviados a primera línea a combatir. «Nos enseñan a disparar y a montar armas, pero es una formación básica. En un caso así, desplegarían a los militares profesionales y nosotros cubriríamos las necesidades que surgieran mientras tanto», aclara.
En su caso ha encontrado en el Ejército de Tierra, donde ha ingresado como alférez, lo que difícilmente tenía en la vida civil: compañerismo y reconocimiento laboral. «Aquí vamos todos a una», expresa esta oficial que asegura que su condición de reservista ha sido un «balón de oxígeno» en su dilatada carrera profesional.
Leoncio Óscar Mariño (Bilbao, 1964) Sargento de Infantería de Marina
Con un padre y tres hermanos militares, nunca entró en sus planes iniciales seguir sus pasos. No obstante, hizo la mili e interiorizó desde pequeño unos valores castrenses que, ahora, como reservista voluntario ha podido desarrollar. «Siempre tuve el gusanillo y cuando me hablaron de esta figura, decidí intentarlo», apunta este malagueño de adopción. Ingresó a su tercer intento como marinero para cubrir una plaza de mecánico de automoción en el Tercio de la Armada, en San Fernando (Cádiz), aunque tres años después y, en una nueva convocatoria de méritos, logró el ascenso a sargento. «El acceso es complicado, porque salen pocas plazas para la demanda que hay. El año que yo lo solicité apenas convocaron 150», precisa.
Celador-conductor en las urgencias de un centro de atención primaria del SAS, Leoncio Óscar Mariño acumula siete años de experiencia en las Fuerzas Armadas. Ha ejercido como sanitario de ambulancias todoterreno, pero también como mecánico de vehículos «que en la vida civil nunca veré». Pero más allá de la experiencia profesional, Mariño ha encontrado siempre que ha sido activado «unos valores que ya no ves en la calle: compañerismo, formalidad, respeto y una seriedad en el trabajo para que se cumplan los objetivos en tiempo y forma».
Su última activación fue este pasado enero, dos semanas en San Fernando. Iba a participar durante tres meses en una misión internacional por el Mediterráneo con el Grupo Dédalo. «Finalmente se ha retrasado y en esta ocasión no ha podido ser», lamenta este reservista que no pierde la esperanza de poder embarcase en un buque de guerra y «prestar sus servicios al país» antes de cesar como reservista voluntario a los 61 años.
María Dolores Moreno (Las Palmas, 1964) Teniente psicóloga de los Cuerpos Comunes del Cuerpo Militar de Sanidad
Nunca tuvo referencias castrenses cerca, pero siempre admiró sus valores. «Defender a nuestro país es un deber y un derecho constitucional que tenemos todos y poder ayudar es para mí un honor, un orgullo y un privilegio», recalca esta teniente psicóloga de los Cuerpos Comunes del Cuerpo Militar de Sanidad.
Han transcurrido ocho años desde que aspiró a reservista voluntaria en una dura convocatoria con sólo tres plazas para toda España. Aprobó a la primera. Desde entonces han sido innumerables las activaciones de esta oficial. La última fue el pasado 11 de marzo y hasta la primera semana de abril permanecerá en la Subdelegación de Defensa de Málaga colaborando en el proceso selectivo de tropa y marinería con la realización de las pruebas psicotécnicas que se llevan a cabo en una primera fase y las pruebas psicológicas que se realizan en los reconocimientos médicos de una fase posterior.
Un proceso que se repite dos veces al año, junto con el de los aspirantes a reservistas voluntarios y aquellos que van activarse. Suele estar el máximo tiempo posible en Málaga, donde compatibiliza su trabajo en la Subdelegación de Defensa con la dirección de un centro privado de psicología, homologado por la Junta de Andalucía. Allí atiende consultas de psicología clínica y jurídica al ser perito judicial. Además, pertenece al grupo de Emergencias y Catástrofes del Colegio de Psicólogos de Málaga que colabora con el 112, como fue el caso Julen.
Esta profesional, que luce en su 'galleta' (parche identificativo) sus dos apellidos (Moreno Andrade) en honor a su «orgullosa» madre, saca pecho al recordar sus inicios. «Tuve que marcharme a hacer la instrucción a Cádiz dejando aquí a mi hija de 12 años. Mi expareja no daba un duro por mí y hasta se apostó simbólicamente cinco euros a que no superaría la formación. Por supuesto, perdió y hoy sigue apoyándome». Pese a todo, confiesa que laboralmente ha sido complicado: «Los pacientes reclaman atención y he tenido que echar horas para organizarme y continuar tratándolos».
José Carlos Herrera (Málaga, 1965) Teniente del Ejército del Aire y del Espacio
Con dos abuelos militares, creció asimilando la cultura castrense. Realizó voluntariamente el Servicio Militar antes de dar el paso. Quería asegurarse de que aquella vida era la que deseaba. Y lo hubiera sido si un problema en la vista no hubiera cercenado sus expectativas de ingresar en la Academia Militar. Desde entonces, siempre tuvo esa espinita clavada. «No soy el único, suele ser común entre muchos de nosotros», aclara José Carlos Herrera, activado desde hace dos meses en la Subdelegación de Defensa de Málaga donde coordina todo el proceso de admisión de los nuevos aspirantes a reservistas. Su destino oficial es la base aérea de Málaga, aunque el primero de ellos, cuando ingresó como alférez, fue en el Servicio Económico del Aire (SEA), en la localidad sevillana de Tablada.
Para este abogado de profesión y con despacho propio, que dirige junto a otro socio, el tiempo que permanece activado «son casi vacaciones». «Aquí se trabaja por el bien común. Ojalá en la administración de Justicia se trabajase con la mitad de eficacia que en el ejército y con la atención, el esmero y la rapidez con que se afronta la jornada. Aquí nadie echa balones». Recalca que en el ejército todo el mundo arrima el hombro y no porque lo ordene el mando. «Estamos porque queremos y, aunque nos pagan, no lo hacemos por dinero», zanja Herrera, que reconoce el apoyo que siempre ha recibido de su socio. Precisamente, la conciliación familiar (tiene una hija de cinco años) y laboral siempre ha sido su principal preocupación. «Yo tengo suerte porque mi pareja es hija, hermana y nieta de militares, y mi socio es tolerante porque sabe la ilusión que me hace ser reservista».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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