No hay un típico arco colorido que dé la bienvenida a los visitantes ni aparece en las guías turísticas que se reparten en los hoteles de la Costa. Pero Málaga también cuenta con una pequeña China Town que lo está pasando realmente mal por culpa ... de la pandemia. Se trata de la calle André Gide y sus alrededores, en el polígono Guadalhorce, en donde se amontonan decenas de comercios orientales y desde donde se surte a miles de tiendas de barrio de toda la provincia.
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La pequeña China Town local suele ser un hervidero de personas en donde se concentran compradores, vehículos y camiones de reparto, pero desde que comenzó la pandemia se ha convertido en una calle casi desértica. «Esto era como un mercado, llena todo el día de gente y todo el mundo gritando, y ahora es un erial», resume de forma gráfica uno de los empresarios que trabaja en la zona.
Celosos de su intimidad y temerosos de lo que se cuenta de ellos, a los empresarios orientales no les gusta hablar a la cámara ni dar su nombre. Cuando te acercas a ellos para conversar se apartan y ponen a la defensiva. Dicen que no saben hablar español, que son tímidos, que no les interesa contar nada… Pero la realidad es que su día a día ha cambiado tanto o más que el de los comerciantes locales.
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Wu (una de las poca que desvela su nombre) trabaja desde hace diez años en una tienda de moda en el centro de la calle. Dice que en el último año han caído las ventas un 50% y que muchos empresarios no ven el final a esta crisis. Ella, como tantos otros, tiene la tienda vacía y apenas han entrado un par de clientes desde que abrió a primera hora de la mañana. «La crisis la estamos pasando todos; han cerrado muchas tiendas y nosotros también lo notamos», reseña.
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En otro punto de la calle, una grupo de trabajadores descarga un camión lleno de mercancía, aunque la tienda está completamente vacía. «No queremos hablar, tenemos mucho trabajo», se excusan. Aunque acto seguido reconocen que el trabajo es más de ordenar que de vender. «Es normal, esto nos está afectando a todos».
Vicente Matamoros es de los pocos (más bien el único) que se atreve a dar la cara y a hablar en nombre de su empresa. Encargado de una nave de productos infantiles desde hace una década, reconoce que «esta crisis ha afectado a todo el mundo». «Ahora hay muchos menos clientes y la gente está cohibida a comprar porque ellos tampoco venden», añade.
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Este empresario reconoce que la cosa empezó a pintar mal desde el primer momento, y que la bajada de ventas ha obligado a muchos empresarios a cerrar sus negocios. «Las personas orientales no suele cerrar un negocio, por lo que ahí se nota que es una crisis importante».
Según los datos que maneja la Asociación de Empresarios Chinos de Andalucía, casi uno de cada tres negocios orientales han tenido que bajar la persiana en la provincia por culpa de esta crisis. Y eso, en un colectivo acostumbrado a trabajar noche y día, es realmente mucho. La empresaria Leticia Chen reconoce que los empresarios chinos tienen muy buen olfato y capacidad para reinventarse. Y ahora, más que nunca, van a necesitar ese sexto sentido.
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