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La llegada masiva de migrantes a las costas de Canarias ha hecho que Málaga se haya convertido desde el año pasado en uno de los territorios en los que se han abierto centros de acogida para atender a estas personas, fundamentalmente procedentes de países como ... Senegal y Gambia, durante su proceso de solicitud de protección internacional. La delegación malagueña de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) es una de las entidades subvencionadas por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones para llevar a cabo esa labor, y así lo está haciendo de forma callada desde el pasado mes de noviembre en una residencia del colegio Unamuno, en Miraflores del Palo.
Sin embargo, la necesidad de trasladar cuanto antes estas plazas de acogida a otro espacio de la ciudad, al expirar el acuerdo con los propietarios del Unamuno, ha puesto el foco sobre la presencia de estos migrantes, que ha sido rechazada por representantes vecinales de la urbanización de El Olivar, en Churriana, donde podrían ocupar las dependencias de lo que fue casa de espiritualidad de las monjas del colegio La Asunción, que ya está siendo adaptada para este uso con la reforma de los cuartos de baño y la dotación de literas.
SUR ha comprobado de primera mano cómo es el funcionamiento del centro de acogida de la CEAR en el Unamuno y cuál es su relación con este enclave de la zona este. La realidad dista del panorama de «tensiones y conflictos» que han pronosticado cinco colectivos de El Olivar y su entorno en una carta dirigida al alcalde, Francisco de la Torrre, en la que rechazan el traslado de estos migrantes a lo que ha sido hasta ahora residencia de las religiosas de La Asunción.
«Problemas no hemos tenido por ahora», señala Tomás Lobato, administrador de la comunidad de propietarios de Miraflores del Palo, formada por 410 familias que residen en chalés. «Hemos recibido llamadas de vecinos pero más por una sensación de miedo e inseguridad. En ningún caso, nada serio que sepamos», apunta. «No tenemos constancia de ninguna denuncia por algo delictivo», agrega Alberto Martín, presidente de la entidad urbanística que agrupa a los vecinos de la zona. Una afirmación que corroboran fuentes de la Policía Local, que remarcan que «no consta» intervención alguna ni en el colegio Unamuno ni en la zona relacionada con el comportamiento de alguna persona «independientemente de si pertenece o no al centro». «Tampoco constan quejas de vecinos», añaden desde el Ayuntamiento.
Esa situación de normalidad y tranquilidad se percibe nada más llegar al edificio en el que actualmente residen más de un centenar de migrantes atendidos por unos 25 trabajadores de la CEAR. Su gerente, Germán Pinto, relata que la mayoría de los acogidos son mujeres y familias con menores que están en Málaga de forma temporal, hasta que se resuelva su solicitud de protección internacional, pero que se procura su integración en la ciudad desde el primer momento. «Los menores y adolescentes están escolarizados en colegios e institutos de El Palo, y aquí les prestamos toda la ayuda que podemos con talleres de contextualización y para que aprendan español», explica el responsable del centro, quien admite que son personas «con un alto grado de vulnerabilidad».
La mayor parte de ellos huyeron de sus países por persecución política y matrimonios forzados. Es el caso de Isatou Camara, una joven de Gambia que con solo 20 años dejó atrás una hija de seis años y un marido impuesto, unos veinte años mayor que ella, con el que «no tenía buena relación», describe con la mirada baja. Un accidente mientras cocinaba quemó su casa y, al no poder saldar sus deudas, pasó dos meses en prisión. Su situación tomó un rumbo tan desesperado que el 22 de octubre del año pasado subió a una embarcación, junto a otras 135 personas, que llegó a las costas de Canarias, afortunadamente sin fallecidos, el 29 de octubre.
Isatou fue una de las primeras en llegar al centro de la CEAR en el Unamuno el pasado 9 de noviembre. El próximo día 21 tiene la cita para resolver su solicitud de asilo. En su cara solo se dibuja una sonrisa cuando se le pregunta por Málaga y su posible futuro en España. «Estoy muy bien, aquí creo que me va a ir bien, me gustaría trabajar de cocinera o limpiadora, cualquier cosa», comenta.
Los residentes en el centro tienen libertad para entrar y salir del mismo sin un horario concreto, y eso sí ha causado algunas molestias a algunos de los vecinos más cercanos al Unamuno. «Hay demasiado trasiego, incluso a las dos o las tres de la madrugada. Se oyen gritos casi todos los días, a todas horas», critica un vecino, que no obstante admite que «no hemos tenido problemas de momento» con la presencia de estos migrantes en la zona, «pero generan inseguridad», insiste.
Otra vecina, que tampoco quiere que aparezca su nombre, también se muestra contrariada por el trasiego de acogidos que van y vienen a la zona sur de El Palo. «A mí no me molestan, pero es verdad que hay vecinos que están dolidos, sobre todo porque no nos han dado información de por qué están aquí y hasta cuándo», apunta. No obstante, según asegura el gerente del centro, algunos residentes de la zona han llegado a acercarse para preguntar si podían colaborar en algo y llevar ropa.
Una actitud que confían encontrar en los vecinos de Churriana, si es que finalmente se lleva a cabo el traslado de este centro de acogida al citado edificio de El Olivar, donde tendrán menos disponibilidad de plazas. Desde la CEAR admiten que aquel lugar está peor comunicado que el actual de Miraflores del Palo. Con todo, no tienen muchas más opciones para seguir prestando una labor que, como recuerdan, es temporal, mientras persista la saturación migratoria en Canarias, una situación que el Gobierno ha ampliado por ahora hasta el próximo 31 de julio pero que, previsiblemente, se alargará más en el tiempo.
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