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No han sido meses fáciles para Celia Villalobos, que en enero perdió a su marido, Pedro Arriola, histórico gurú del Partido Popular. Volcada en su familia y su trabajo en televisión, quien fuera alcaldesa de Málaga y ministra de Sanidad volvió este verano al Ayuntamiento ... para recibir la Medalla de la Ciudad y el título de Hija Predilecta, distinciones que pusieron de acuerdo a todos los grupos políticos. Villalobos, declarada «polemista» desde niña, reconoce que no se lo esperaba: «No estoy acostumbrada a que hablen bien de mí».
–¿Siente que Málaga tenía una deuda con usted?
–Estoy agradecida, pero Málaga no tenía ninguna deuda conmigo. Soy yo quien siempre tendrá una deuda con la ciudad. Y no es una frase hecha; así lo siento. Ser alcaldesa fue la época más feliz de mi vida en el ámbito político.
–¡Y mire que fue hace tiempo!
–Pero siempre me he sentido muy vinculada a Málaga. Por eso el día que me pusieron la medalla fue tan especial. Y se lo agradezco a todos los grupos municipales. No estoy acostumbrada a que la gente hable bien de mí, sinceramente. Me da hasta vergüenza.
–¿Vergonzosa, usted? No lo creo.
–Me da pudor, ¿qué le digo? Para mí tiene un enorme valor que los malagueños me eligieran para resolver sus problemas, aunque sé que soy una política atípica.
–¿Por qué?
–Porque soy cualquier cosa menos cínica. La política está llena de ambiciones y cinismo.
–Tampoco me creo que usted no haya sido ambiciosa...
–He sido ambiciosa, pero con una ambición bien orientada. Claro que todos queremos crecer y hacer las cosas de la mejor manera posible. ¡Si no, seríamos todos iguales, como en la antigua Unión Soviética!
–Pues cerró su discurso con la cita de una comunista, con Violeta Parra y 'Gracias a la vida'.
–Sí, señor. ¿Y qué? Las cosas, cuando son bonitas o son verdad, me da igual quién las haya dicho. Y yo a esa mujer la admiro mucho.
–¿Le emocionó volver al salón de plenos del Ayuntamiento rodeada de su familia, después de una época complicada?
–Es la primera vez que me acompañaba mi familia en un asunto político, no sólo mis hijos sino mis nietos, mis hermanos... Siempre he mantenido mi vida privada al margen de la faceta pública. Pero han sido dos años muy difíciles y creo que también se lo merecían.
–¿Ha sido usted quien ha tirado del carro familiar estos meses?
–Creo profundamente en el 'carpe diem', en trabajar a diario... Y tengo la suerte de que mis hijos y mis nietos están cerca. Pero soy una persona optimista por naturaleza. Claro que echo de menos a Pedro, mucho. Han sido cincuenta años juntos, pero la vida sigue.
–Usted nunca ha sido nostálgica.
–Pues no. Procuro mirar hacia delante, la verdad. La vida siempre puede ofrecer nuevas cosas. Me siento bien, hago deporte... Aunque soy sentimental, creo.
–Pero pragmática.
–Eso, sentimental pero controlada. Y muy pragmática. No me pierdo en los recovecos de la mente porque eso sólo me llevaría a la melancolía y la pena.
–¿Piensa ir a la Feria de Málaga o no es su rollo?
–Bueno, ha sido mi rollo muchos años. Ahora que estoy guardando cosas, he visto fotos con Pedro en la feria, en el Parque con mi amiga Felisa vestidas de sevillanas en cortito, que es como se llevaba entonces en aquellos años itinerantes. Luego vino el Cortijo de Torres, que pusimos nosotros.
–¿Y la feria del centro?
–Me preocupa. Se ha convertido en un botellón a lo bestia, con destrozos... Cuando era alcaldesa recuerdo que teníamos que meter cubas con detergentes para limpiar todo, restituir señales de tráfico y anuncios, reparar aceras... Yo creo en una gran feria en el Cortijo de Torres, como en Sevilla: mañana, tarde y noche. Pero ahora tengo 73 años y pocas ganas de Feria, ¿para qué le voy a engañar?
–¿Y cómo lleva el verano en Madrid?, ¿mucho calor?
–¡Jolines! Ni le cuento... Pero tengo aire acondicionado.
–¿A menos de 27 grados?
–Sí, y pocas horas. No soy de mucho aire, que me seca la garganta.
–¿Qué le parecen las medidas de ahorro energético del Gobierno?
–Están mal planteadas. Son una improvisación más del trilero mayor del reino que es Pedro Sánchez.
–¿Tiene algún recuerdo especial de los veranos de su infancia?
–Recuerdo el Arroyo de la Miel, la playa de Benalmádena... Luego, con mis amigos, iba mucho a la playa de la Misericordia. Y casada y con hijos, ya en Playamar. Luego nos volvimos a Málaga porque los niños ya salían hasta las tantas de la madrugada y había que recogerlos y nos podíamos matar por aquella carretera.
–¿Los mejores años de su vida?
–Esos fueron en la Araña, cuando bajaba a la playa a las nueve de la mañana y empezaban a salir todos los niños de sus casas... Fueron veranos a la antigua, que ahora se vuelven a llevar: comer un bocata y una tortilla de patatas, meter una sandía en la arena...
–¿Recuerda mucho a sus padres?
–Hace muchos años que desaparecieron. Mi madre era una mujer moderna, fuera de su época. Hubiera sido feliz siendo una chavala de treinta años ahora...
–¿De casta le viene al galgo?
–Pues mire, sí. (Risas).
–En los debates de televisión de hace veinte años usted ya defendía el derecho al aborto, a la píldora, al matrimonio igualitario...
–Creo profundamente en esos derechos. Y me molesta que no hayamos conseguido dar libertad de voto en temas relacionados con la moral privada. Perdí esa batalla, pero cuando lo hice en el Ayuntamiento me sorprendió la reacción de algunos compañeros. Preguntaban: «¿Cómo que no nos vas a decir qué tenemos que votar?» Yo contestaba que cada uno votara lo que le diera la gana. La libertad de voto molesta a muchos porque les pone en la obligación de opinar.
–¿Le tiraron mucho de las orejas en aquella época?
–De las orejas y la cartera. (Risas). Pero ni Aznar ni Rajoy me llamaron nunca la atención por eso.
–¿Ah, no?
–Jamás. Ni cuando voté que sí al reconocimiento de parejas de hecho entre homosexuales...
–A usted le va la marcha.
–He sido muy polemista toda la vida. En el colegio ya preguntaba «¿y eso por qué?», aunque luego las monjas me echaran de clase.
–¿Cree que el alcalde volverá a presentarse a las elecciones?
–Ay, ese es su problema, no el mío. Y no me ha pedido mi opinión.
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