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Va corre que te corre a una comida con sus hijos. Pero antes, alguien le ha cantado esa canción viejuna, la que dice «porque es una chica excelente», y se le ha iluminado la cara. El Ayuntamiento de Málaga acaba de aprobar una moción institucional, ... que ha impulsado la popular Teresa Porras, para declararla Medalla de la Ciudad e Hija Predilecta. La primera mujer que ha llevado la vara de mando en Málaga.
–¿Contenta?
–Muchísimo. Juanma (Moreno) empezó siendo concejal conmigo, fue presidente de Nuevas Generaciones. Me pareció brillante su discurso el domingo. Es un hombre tranquilo, que demuestra que la política no va de inventos con gaseosa. La serenidad, el sentido común, no ser sectario, ser sensible, le ha dado la mayoría absoluta. Estoy muy orgullosa de él, mucho.
-Pero Villalobos, ¿nos referimos a su medalla de la Ciudad y su título de Hija Predilecta?
–Claro, de eso también. Estaría muy contento hoy Pedro Arriola (su marido, fallecido). Hace una pausa, respira. Y también lo estaría de Juanma Moreno y de lo que ha hecho por Andalucía. Arriola era partidiario del sentido común, no de la política esta friki, ni de los extremismos de Vox o de la extrema izquierda. Hoy me he acordado mucho de él.
–Nada, que no hay manera de que cuente cómo vive usted la distinción. Dicen los que lo vivieron que se entendía muy bien con Eduardo Martín Toval y con Antonio Romero cuando gobernaba de alcaldesa en minoría.
–Con Martín Toval, muchísimo. Me hice muy amiga suya. Cuando me vine a Málaga llamé a Rodrigo Rato y le pregunté por él. Me dijo que era un hueso duro de roer, pero que lo que pactara conmigo lo cumpliría, que era leal. Nos teníamos que ver en casa de amigos. ¿A ver cómo explicábamos que nos habíamos hecho amigos? Yo le tenía un enorme cariño y respeto. Cuando se fue (falleció) me acordé de lo que decía Rita Barberá: «Los partidos no tienen corazón». Cuando dejó la política ya no teníamos que escondernos, comíamos y cenábamos juntos. Éramos muy buenos amigos.
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–¿Y Antonio Romero?
–Antonio Romero era muy buena gente, pero se tiró todo el mandato con aquello de lo del alcalde moral de Málaga. (Se ríe). Un día le regalé un boli BIC y le dije: «Anda, con él puedes firmar tus propios decretos». Pero es muy buena persona, tenía muy buena relación con él, al igual que siempre he tenido muy buena relación con la gente de IU.
–Díganos la verdad. ¿Los plenos serían de órdago, no?
–A ver, yo sacaba presupuestos por unanimidad, con los votos del PSOE y de IU (antes PCE). Yo siempre he creído en el talante que promueve Juanma, que creemos en el diálogo y en la negociación. Mira, José María (Aznar) había ganado las elecciones con minoría y me dijo: «Vas a tener que decirnos cómo es eso de hacer pactos». Yo le contesté que mesa, dialogar y ser discretos, y así culminé toda una legislatura en Málaga (la primera) llegando a acuerdos con la izquierda. Nosotros hicimos un ayuntamiento que era muy especial. Fue una época política...(se queda pensativa), para mí, la mejor. Es la época política de mi vida a la que estoy más agradecida. La suerte de estar con los dos (Martín Toval y Romero). Era la batalla por Málaga. El único debate municipal que se televisó fue el de Málaga, que lo echaron en Antena 3.
–¿Por qué dejó de ser alcaldesa si tanto le gustaba?
–Nunca me arrepentí lo suficiente de dejar de ser alcaldesa de Málaga, pero si no hoy no tendríamos a Paco. Fui feliz, muy feliz siendo alcaldesa de Málaga.
–Toca insistir. ¿Por qué se fue entonces?
–Yo creo que fue una encerrona que me hizo Arriola (se ríe. Ella llamaba a su marido por su apellido, es algo conocido). Creo que ya no aguantaba más solo en Madrid, llevábamos seis años separados. Recibí una llamada de Aznar para que fuese a verle, y llamé a Arriola para preguntarle qué quería. «No sé», me contestó. Cuando llegué, Aznar me dijo que quería que fuese ministra, y yo le dije que no, que justamente (año 2000) tenía la mayoría absoluta y podíamos hacer muchas cosas en Málaga, que tenía muchos proyectos. Me dio hasta las diez de la noche para pensármelo. Y por la tarde, Arriola y todos nuestros amigos me insistían que no podía decirle que no al presidente, y tanto me calentaron la cabeza que le dije que sí a las diez de la noche. Así fue.
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