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Ser notaria lo lleva en la sangre. Su padre ha sido siempre su mejor referente. Sabía bien qué escogía cuando decidió seguir sus pasos; también ... que era una profesión mayoritariamente de hombres y mayores. Pero a Carmen Casasola Gómez-Aguado (Badajoz, 1970) no le importó. Tras aprobar la oposición, en la que la proporción de aspirantes masculinos todavía era mayor que la femenina (un 56% frente a un 44%) y forjarse en el oficio en distintas localidades españolas, Carmen obtuvo finalmente destino en Málaga.
En ese momento, solo había una mujer notaria en la capital. Hoy, son cuatro frente a 23 notarios. «Málaga es una plaza con mucha competencia y tienes que pelear por hacerte un hueco entre una mayoría masculina y eso, quizá, echa para atrás a muchas mujeres». Pero esta profesional con más de 20 años de carrera nunca tuvo reparos en trabajar en una profesión tan masculinizada. «Te acabas acostumbrando», apostilla. Recuerda que cuando un día llegó a la Cámara de Comercio, donde debía haber un notario en la comisión de arbitraje, todos eran hombres. «Sentí en ese momento que era la cuota», confiesa. Lo mismo le ocurre en foros profesionales, en los que en más de una ocasión ha sido la única representación femenina entre el resto de colegas. «Suele ser habitual, aunque poco a poco la proporción de notarias se va compensando».
La percepción social que se tiene de esta profesión también se asocia al hombre. «En las firmas que convocamos, los clientes me suelen confundir con algún empleado, con alguien de la gestoría o con el representante del banco. En lo que no reparan casi nunca es en que soy la notaria y cuando lo descubren se llevan una gran sorpresa. Siempre se esperan a un señor mayor y distante. Es increíble los prejuicios que todavía existen».
Pero Carmen siempre tuvo claro lo que quería ser. También, que deseaba formar una familia, pero que ésta no iba a ser un impedimento para desarrollarse profesionalmente. Se casó mientras preparaba la oposición y embarazada de siete meses se examinó de la primera prueba (son cuatro) bajo el cuidado de un bedel que temía que se le adelantara el parto por los nervios. En la segunda, ya tenía a su primer hijo y en la última, que se la preparó en Madrid, tuvo que compaginar su cuidado con las idas y venidas a Málaga. Luego llegaron los destinos. Cinco años por España y «en cada mudanza, un embarazo», recuerda. «Mi marido siempre ha sido un apoyo incondicional. Si no me hubiera ayudado y acompañado en mis inicios, todo hubiera sido más complicado», subraya.
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